La segunda vida de 400.000 chanclas
Una empresa social keniana transforma 50 toneladas anuales de sandalias usadas en objetos artísticos para combatir la polución marina
¿Qué hacer cada año con 400.000 chancletas de goma sucias, rotas y abandonadas en vertederos incontrolados, barrios de chabolas y playas de arena coralina? Pues transformarlas en esculturas de animales que se exportan a más de 20 países para concienciar sobre la polución marina y sostener a comunidades empobrecidas de Kenia. Las chancletas de goma sintética son uno de los calzados más utilizados en países en vías de desarrollo, y también son una de las principales formas de polución de costa del Índico, donde la población llega a recoger hasta 300 kilos diarios en algunos tramos. La empresa social keniana Ocean Sole, asociada a una fundación del mismo nombre, recupera y reutiliza más de 50 toneladas anuales de sandalias con una triple visión: crear empleo, concienciar a productores y consumidores sobre la necesidad de gestionar los residuos y educar sobre la importancia de conservar los ecosistemas marinos. Todo ello a través de una iniciativa comercial sostenible y local.
En el taller de la entidad, muy cerca de la granja colonial de Karen Blixen (Memorias de África), Florence Muvau talla una escultura a partir de un bloque multicolor de chancletas compactadas. El suelo se llena de virutas de goma. Cuando el elefante que está emergiendo llegue a la vitrina de un comprador en California, traerá consigo una larga historia. Cada día, alguien tira una chancleta en una zanja de Kenia, India, Malasia o Indonesia. La lluvia transporta el calzado hasta los cursos de agua y el mar, y las corrientes lo arrastran hacia una playa del Índico. La organización paga a la población local por cada kilo recogido y deposita las sandalias en el taller, donde son desinfectadas, lijadas, clasificadas por colores y compactadas para producir un centenar de objetos diferentes, desde esculturas hasta collares y llaveros. Las obras se ofrecen en sofisticadas tiendas de souvenirs de safaris, y en museos y acuarios de todo el mundo. También reciben cada vez más encargos de piezas de gran formato —tales como una ballena de tamaño real— por parte de arquitectos y diseñadores, que las ubican en edificios emblemáticos como símbolo de conciencia ambiental. “El producto trae consigo un relato sobre el problema global de la basura marina y sobre un modelo de negocio que revierte en las comunidades”, resume la consejera delegada de Ocean Sole, Erin Smith.
La iniciativa surgió cuando su fundadora, Julie Church, lideraba un proyecto de conservación marina en el norte de Kenia en 1997. Esta keniana observó que la basura obstaculizaba el avance de las tortugas recién nacidas hacia en mar, pero también que los niños la reutilizaban para hacer juguetes. Entonces decidió movilizar a un primer grupo de mujeres para valorizar los residuos, y de allí partió un proyecto que emplea a 300 personas, 75 de ellas de forma fija, y tiene entre sus principales mercados EE UU, Australia, Brasil, Reino Unido y Oriente Medio. Esta actividad comercial financia a la fundación asociada, volcada en programas educativos sobre gestión de residuos y conservación marina, incluyendo jornadas de limpieza de playas.
Toneladas de residuos
Las chancletas de goma simbolizan el problema acuciante de la basura en los océanos. Según el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma), con sede en Nairobi, se estima que hay una media de 13.000 piezas de plástico y materiales sintéticos flotando en cada kilómetro cuadrado de océano, y que los impactos de esta polución generan costes de 8.000 millones de dólares al año —334 de ellos atribuidos directamente al calzado—.
El 80% del plástico en el mar procede de fuentes en la tierra firme, y se debe sobre todo a la falta de sistemas eficientes de recolección y tratamiento de residuos en países en vías de desarrollo, según un estudio de 2015 de Ocean Conservancy. La basura atasca las canalizaciones, contamina comunidades enteras con aguas residuales y genera espacios con agua estancada ideales para la cría de mosquitos portadores de enfermedades como la malaria y el zika. Los residuos causan daños millonarios a los sectores de la pesca, la acuicultura y el turismo, y diezman especies amenazadas y de interés comercial en frágiles ecosistemas marinos de todo el mundo, añade un informe de Pnuma de 2016.
El 80% del plástico en el mar procede de fuentes en la tierra firme, y se debe sobre todo a la falta de sistemas eficientes de recolección y tratamiento de residuos en países en vías de desarrollo
En Kenia, una sola fábrica produce 100.000 chancletas al día y genera un volumen de negocio de hasta tres millones de dólares al año, indica Smith. “Cada semana introduce 700.000 unidades no biodegradables en el ecosistema: ¿cómo lidiar con un millón de chancletas cada 10 días?”. Según explica, el problema es especialmente grave en países en vías de desarrollo porque supone un negocio muy jugoso en un entorno desregulado, tanto a nivel de salud y seguridad como ambiental. En este contexto, toneladas de restos de producción se vierten a diario de forma incontrolada. La goma atasca canales y tuberías, arruinando el suministro de agua e impidiendo la evacuación de fluidos residuales, algo que afecta especialmente a barrios de chabolas como Kibera, en Nairobi.
Con un precio de venta de un dólar, las chancletas son el calzado de elección para los millones de ciudadanos que no se pueden permitir un coche o un autobús. “Los occidentales piensan en las sandalias de goma como una opción estilosa para la playa, pero en países como Kenia son el calzado habitual”, remarca Smith. “Las personas deben ir andando a todas partes, y las chancletas son su medio de transporte”. La solución, admite, no es fácil.
El Pnuma evoca dos grandes respuestas a la basura marina. A corto plazo, la prioridad es mejorar los sistemas de recogida y tratamiento de residuos, sobre todo en países en vías de desarrollo. A más largo plazo, la solución pasa por una economía circular del plástico, basada en un ciclo de producción que minimice los residuos. En otras palabras, las seis R: reducir (el uso de la materia primera), rediseñar (concebir productos para su reutilización o reciclaje), retirar (plásticos de un solo uso), reutilizar (usos alternativos o reparación), reciclar (evitar que vaya a la basura) y recuperar (utilizarlo para producir energía o combustibles). Para que la reducción tenga éxito, hacen falta medidas legislativas, buena gobernanza, responsabilidad corporativa y una población sensibilizada.
Redoblar el impacto social
En un centro comercial de Nairobi, la residente Marta Hodgekins descubre la problemática de las chancletas examinando esculturas de jirafas, hipopótamos y gorilas multicolor dispuestos entre objetos de hueso y madera. Destaca que le ha gustado conocer la cuestión a través de una pieza alegre y artística en lugar de un mensaje incriminador. “Proyectos como éste son un paso en la buena dirección, aunque para mí, reducir y rechazar es más importante que reutilizar”. El también vecino de Nairobi Jackson Njoroge coincide en celebrar esta iniciativa keniana, pero se pregunta por su sostenibilidad: “Me gustaría saber qué hacen con sus propios restos de producción. Sobre todo, me gustaría saber qué harán si se acaban las chancletas”.
Ocean Sole es una empresa social que emplea a 300 personas, 75 de ellas de forma fija
Ocean Sole se centra en promover la reducción, reutilización y reciclaje de residuos a través de acciones de sensibilización, formación y promoción económica. El objetivo es contribuir a generar conciencia y debate en torno al problema de la gestión de residuos como primer paso para remediarlo. En este cometido, ha instalado puntos de recogida de chancletas en Nairobi, donde paga a quien traiga un par; reutiliza las virutas de goma que genera al esculpir para hacer bisutería y suelos de parques infantiles, y ha formado a un plantel de artesanos locales.
El artesano Johnathan Lenato empezó a modelar bloques de chancletas hace nueve años ante la estupefacción de sus allegados, que sólo conocían el trabajo de la madera. “Para mí es increíble producir algo que admirarán personas de todo el mundo y que, al mismo tiempo, me permite mantener a mi familia y ayudar a limpiar la costa”, explica desde el taller. Hace siete años, su compañera Florence Muvau andaba literalmente por Nairobi buscando empleo, y empezó en la entidad lavando chancletas. Ahora se enorgullece de su pericia como escultora, especialmente porque es una labor que no suelen desempeñar las mujeres en Kenia. “Una chica debe poder trabajar en lo que quiera. Estoy orgullosa porque he aprendido mucho, ayudo a mi familia y me ayudo a mi misma”.
Smith remarca que ésta era una empresa social de éxito mucho antes de que el término se pusiese de moda. Aunque sus icónicas esculturas le han abierto puertas de mercados y conciencias en todo el mundo, la entidad prepara un golpe de timón en 2017 para multiplicar su escala, sinergias, innovación y apoyo a comunidades vulnerables. “El impacto de una empresa social depende su tamaño. Por ello, nos proponemos triplicar el volumen de negocio en tres años, asociándonos con otras entidades y produciendo objetos funcionales que respondan a las necesidades de las economías emergentes”, anuncia la directiva. Uno de sus objetivos inmediatos es poner el foco en la problemática de los residuos en tierra firme, donde la goma sintética afecta el saneamiento y la salud mucho antes de llegar al mar.
Nuevas aplicaciones
Con esta visión, la entidad está estudiando asociarse con una empresa de casas prefabricadas de bajo coste para diseñar aislamientos a base de chancletas, 20 veces más potentes que los utilizados actualmente en Kenia. También valora mejorar el aislamiento de suelos y estructuras en campos de refugiados, en vista de que Kenia y las vecinas Uganda, Etiopia y República Democrática del Congo (RDC) están entre los 10 países que más acogen en el mundo, según destaca la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur) en su informe sobre desplazamiento global en 2015. En cuanto a establecer sinergias con organizaciones sociales, la empresa se acaba de asociar con un grupo local que apoya a jóvenes para alejarlos de la criminalidad. Los participantes producirán objetos útiles para los kenianos, y Ocean Sole se encargará de su comercialización. Los beneficios permitirán a los jóvenes costearse los estudios.
La última vuelta de tuerca en el impacto de una empresa social es la capacidad para extender su modelo y hacerlo más allá de su propia marca. Por ello, esta empresa aspira a convertirse en una organización glocal durante la próxima década: mediante franquicias propias e inspirando a otros emprendedores para que copien su modelo en todo el mundo. “Una presencia global con actuaciones muy locales es lo que promoverá la toma de conciencia y el impacto a largo plazo”, resume Smith. A sus 50 años, esta directiva abandonó la primera línea del mundo corporativo para convertirse en ángel inversor en Kenia, y este 2016 ha tomado las riendas de la empresa para amplificar su mensaje contra la basura terrestre y marina. Un relato que empieza con una chancleta abandonada; con tortuguitas que luchan para llegar al mar, y niños que fabrican sus propios juguetes en la playa.
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