No basta con ser ‘smart’
En un futuro no muy lejano, las ciudades se medirán no por el uso que hagan de las nuevas tecnologías, sino por la relación que establezcan con su entorno
Que el término inglés smart no significa exclusivamente inteligente lo detecta uno rápidamente cuando lo aplica a las ciudades y a las estrategias que muchas de las llamadas smart cities utilizan para paliar defectos estructurales. Smart serían aquellas urbes que utilizan nuevos y eficaces sistemas tecnológicos para medir los tiempos de espera en el transporte público, controlar el consumo energético o potenciar la participación urbana, por poner tres ejemplos significativos. Sin embargo, que una ciudad no pueda autoabastecerse de energía, no disponga de espacio público de calidad o soporte altos niveles de polución o de dependencia alimentaria no impide que se les otorgue la etiqueta smart. Sean smart o no, en castellano nos costaría calificar a alguna de estas ciudades de inteligentes.
Dubái, una de las ciudades con mayor dependencia energética en recursos fósiles (no renovables), es considerada una ciudad smart. Ello gracias a su puntera red de telecomunicaciones, sus avances en materia de edificación, seguridad o gestión del turismo. Sin embargo, su dependencia energética de su principal fuente de riqueza, el petróleo, le augura un futuro incierto. Debería resultar difícil calificar como inteligente a una ciudad con las deficiencias antes citadas (dependencia energética, carencia de espacio público, alta contaminación).
Esta disyuntiva no se produce en inglés. En esa lengua el empleo del término smart no resulta tan paradójico cuando se aplica a urbes que tratan de imponer la tecnología de última generación sin acabar de resolver sus fallos estructurales. Entre las acepciones del término anglosajón smart que puede aplicarse a una metrópolis están astuta, viva, agresiva, ingeniosa, molona o listilla. En español estas acepciones se pierden y se traduce simplemente por inteligente.
París, la tercera ciudad del ranking Forbes de ciudades smart, sufrió el pasado mes de junio una inundación con un registro desconocido en las últimas tres décadas. En estos años los avances tecnológicos, tanto en predicción meteorológica como en gestión de infraestructuras urbanas, han sido muy notables. ¿Cómo se explica entonces esto?
Existen un gran número de ciudades astutas, ingeniosas, molonas o listillas, pero todas tienen una tarea pendiente
El cambio climático es una parte esencial de lo ocurrido en la capital francesa. Es un aspecto que sin duda tiene y tendrá mucho que decir en la planificación, desarrollo y gestión de las ciudades, pero la cuestión de las inundaciones de esta primavera subraya que París es parte de un sistema que desborda su área metropolitana, y por lo tanto difícil de modelar mediante sistemas tradicionales de prevención y planificación. No solo las estimaciones han variado como consecuencia del cambio climático, las Administraciones territoriales han demostrado ser inadecuadas para tomar decisiones relativas al entorno natural (hidrográfico en este caso) en cuestión.
Ante una inundación grave, ¿es más importante un sistema de anticipación que permita las evacuaciones o una cuidada planificación que impida en primer lugar el desarrollo urbano en las áreas más expuestas a quedar anegadas? Ante una catástrofe natural es evidente que la anticipación es vital, pero detener el desarrollo en áreas de potencial impacto parece algo más razonable. Sin embargo, en la región japonesa de Tohoku se ha vuelto a construir sobre terrenos que fueron devastados por el tsunami de 2011, sin garantías de que no vuelvan a ser arrasados.
¿No sería mejor usar esos sistemas para planificar eventualidades y reducir contingencias? Esto se hace, a veces, corriendo algunos riesgos. Las descomunales inundaciones de Queensland, Australia, en 2011, son un buen ejemplo. El área afectada fue una superficie equivalente a los territorios de Francia y Alemania juntos. El buen sistema de gestión de la cuenca hidrográfica no estaba pensado para soportar tal cantidad de lluvia. El modelo de gestión inteligente del agua que había servido durante décadas quedó desbordado y se convirtió en una de las causas del desastre.
El cambio climático plantea un nuevo escenario y tendrá mucho que decir en el desarrollo, gestión y planificación urbana
Richard T. T. Forman, catedrático de la Universidad de Harvard y padre de la ecología urbana, ha desarrollado el concepto de región urbana con la intención de redimensionar las ciudades y poder paliar estos desajustes. La región de Forman es el espacio con el que una ciudad tiene que contar para generar y acceder a sus recursos con un cierto margen de autonomía. Incluye no solo las áreas propiamente urbanas, sino una gran extensión de espacio verde que a su vez engloba parques, bosques, áreas de producción agrícola, así como zonas verdes no desarrolladas y con gran valor ecológico. Una vez definida la región es importante establecer las prioridades ecológicas para mitigar un posible desastre natural. Para Forman, lo principal es respetar e interconectar las áreas dedicadas al agua y la biodiversidad. A continuación, hay que definir las áreas de producción agrícola y energética y ubicar las actividades industriales de manera que no contaminen las áreas contiguas. El grueso de lo que denominamos ciudad, esto es, las zonas urbanizadas principalmente por vivienda, queda relegado a un último lugar para evitar que ocupe áreas protegidas para el agua o la biodiversidad, y susceptibles de quedar afectadas por contaminación, inundaciones o incendios.
Forman recurrió a la observación para abordar la planificación territorial. Inspirado, si no en los movimientos artísticos y filosóficos recogidos en torno a la revista contracultural norteamericana Whole Earth Catalog (publicada entre 1968 y 1972), sí por la aerofotografía. Él formuló su teoría recurriendo a la imagen del mosaico, explicando el paisaje de una manera accesible a todos, como si mirásemos la superficie desde la ventanilla del avión.
El territorio visto queda constituido en tres partes que conforman un mosaico: por un lado, los patches o teselas; por otro, los corredores, y por último, la matriz o soporte. Las teselas son áreas que identificamos como homogéneas, ya sean de vivienda, o zonas verdes, de agua o bosque. Los corredores delimitan y dibujan las dimensiones y conexiones entre las teselas y son elementos lineales básicos para el movimiento urbano: ríos, autopistas, corredores verdes.
Richard T. T. Forman ha desarrollado el concepto de región urbana con la intención de redimensionar las ciudades y poder paliar desajustes
Por último, la matriz o el soporte es el terreno previo a la construcción de la ciudad definido por su capacidad de acomodar los cambios. La clave para que exista un equilibrio ecológico reside en la escala y relación entre estos elementos constitutivos. La contigüidad de los elementos y la sencillez de su clasificación facilitan enormemente el trabajo de planificación. Forman recibió el encargo y aplicó este modelo de mosaico a un estudio de la ciudad de Barcelona en 2002.
Desde esta perspectiva de región urbana, las inundaciones de París y de Queensland constituyen las dos caras de un mismo problema. El centro de París supera las dimensiones de una conurbación que desborda los límites y previsiones de antaño. La gestión centralizada de la inmensa cuenca hidrográfica afectada en Queensland pudo llevarse por delante no solo las pequeñas poblaciones que salpican los márgenes de sus ríos, sino una de las áreas metropolitanas más extensas del mundo, la ciudad de Brisbane.
Estos ejemplos reflejan la interdependencia que hay entre las ciudades y su entorno y la necesidad de encontrar un equilibrio. Existen hoy un gran número de ciudades astutas, vivas, agresivas, ingeniosas, molonas o listillas que han encontrado maneras de resolver asuntos capitales para el buen funcionamiento de la gestión de su basura, su cultura, su autonomía, su movilidad, su belleza o su capacidad para maquillar sus deficiencias. Todas ellas muy smart. Pero todas, unas en mayor medida que otras, tienen una tarea pendiente.
Pongamos por caso Madrid. La ciudad ha sufrido una transformación en los últimos 20 años probablemente superior en coste, envergadura e impacto a lo que supuso su establecimiento como capital de España. Se habla de ella como una ciudad habitable figurando en los rankings. Por contra, se habla también del endeudamiento que ha supuesto semejante transformación. Pero se habla poco de sus alrededores (excepto para quejarnos de sus congestionadas o abandonadas autovías) y se habla poco de su centro histórico (excepto para describir procesos de gentrificación que ya han tenido lugar en otros lugares).
Cuando hablamos de Madrid Rio pasamos por alto que todo eso condena a la ciudad a tener unas infraestructuras y un desarrollo de vivienda que con dificultades podrá adaptarse
Su premiado proyecto estrella, Madrid Río, podría ser la clave para abordar ambos temas. La apariencia externa del proyecto y su arquitectura, representan un porcentaje muy pequeño de la inversión, el grueso fueron obras de infraestructura, de ingeniería. Cuando hablamos de todo lo positivo que ha aportado (el impacto que ha tenido en la ciudad la desaparición de una barrera social como era una autopista junto a un río, la incorporación de aspectos ambientales gracias al soterramiento de aquella vía, la aportación de un equipamiento público, recreativo y cultural a la ciudad) pasamos por alto que todo eso incentiva el uso del coche, condena a la ciudad a tener unas infraestructuras y un desarrollo de vivienda que con dificultades podrá adaptarse a los retos antes mencionados.
Madrid, lejos de expandirse, necesita iniciativas que transformen radicalmente lo ya construido. Para cerrar mencionaré una propuesta algo utópica pero en absoluto irrealizable. La idea parte de la premisa de que Madrid es la ciudad europea que tiene el mayor número de horas de confort al aire libre y la única que potencialmente puede llegar a no necesitar sistemas de climatización a base de energía no renovable. El plan dirigido por el arquitecto, y también profesor de Harvard, Iñaki Ábalos, y propuesto para ser llevado a cabo en un taller de proyectos con estudiantes tiene potencial para ser implementado por la Administración. Es evidente que habríamos de contar con las más punteras tecnologías en materia de rehabilitación, edificación, de simulación y de eficiencia energética, de geotermia y ventilación. Y aun así el proyecto sería un reto. No basta con ser smart.
Luis Feduchi es arquitecto. En 2013 coordinó el proyecto premiado en el Concurso Académico Internacional para la Recuperación de Tohoku, la región devastada por el tsunami de 2011.
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