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La memoria del sabor
Columna
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El café deja paso a la coca en Puno

La hoja de coca manda hoy en la comarca que produce algunos de los mejores cafés del Perú

Raúl Mamaní, uno de los productores más destacados de café en Perú.
Raúl Mamaní, uno de los productores más destacados de café en Perú.Santiago Barco

El café de Raúl Mamaní es fragante, elegante y amable, hasta emocionar. Se desvela con esa complejidad floral que distingue algunos de los mejores cafés del mundo y se consolida con una serie completa de recuerdos frutales que le dan un aire familiar y cercano. Entre la flor de azahar, el jazmín o los frutos rojos media el hilo conductor trazado por una acidez que marca sin fatigar. Es una de las grandes joyas del cafetal peruano y corresponde a la última cosecha, todavía en marcha. Los cafés de Raúl recibieron el título al mejor café del Perú en las campañas de 2013 y 2015.

Hablar de café en la quebrada de Tunquimayo –pertenece al distrito de San Pedro de Putina Punco, en la provincia puneña de Sandia, al sur del país- no es ninguna tontería. Hay que utilizar palabras mayores y pronunciarlas marcando bien las mayúsculas. Un vecino, Benjamín Peralta, obtuvo el mismo título que Raúl en 2012 y otro, Wilson Sucaticona se lo llevó a casa en 2007 y 2009, rematando en 2010 con el People’s Choice Awards concedido por la SCAA (Specialty Coffee Association of America) al mejor café del mundo. Pablo Mamaní Apaza no ha conseguido distinciones tan sonoras, pero su café -conocido como ‘el café de las nubes’ porque crece en torno a los 2000 metros- alcanzó este año los 88 puntos en taza. Las últimas muestras de Raúl Mamaní y Wilson Sucaticona catadas por David Torres, destacado especialista peruano, llegaron a 90 puntos. La valoración del café hecha por catadores certificados con el título Q Garden, determina el valor del producto en el mercado y estas puntuaciones equivalen a precios muy altos. Ningún restaurante peruano sirve cafés como estos; viven más preocupados por el precio que por trabajar con productos de alta calidad. Tampoco es fácil conseguirlos porque la demanda del mercado internacional complica las cosas y la precaria relación de la alta cocina peruana con los productores añade nuevas dificultades. La excepción es Malabar, el restaurante de Pedro Miguel Schiaffino, que ya trabaja con el último café de Raúl Mamaní.

La quebrada Tunquimayo debería ser una zona próspera e idílica. Cafés de calidad, espacios naturales protegidos –está en la zona de influencia del Parque Nacional Bahuaja Sonene- y altos ingresos… Pero no es así. La coca ha vuelto a los sembríos de Sandia y lo hace con tanta fuerza que ha relegado al cafetal de Tunquimayo a un lugar casi marginal.

Las cifras son aterradoras. Solo quedan seis productores dedicados exclusivamente al cultivo del café, frente a los 60 de hace cinco años. En este tiempo, la producción ha pasado de alrededor de 150 quintales a los 20 o 30 estimados para la cosecha en marcha. La hoja de coca manda hoy en la comarca que produce algunos de los mejores cafés del Perú. Si contemplamos un área mayor, como la operada por CECOVASA, la gran cooperativa cafetalera de la provincia, las cifras no son más esperanzadoras. Pasaron de 87.000 quintales en 2011 a los10.000 estimados para 2016, con una pérdida de 5000 quintales respecto a 2014. El retroceso corresponde a la coincidencia de tres fenómenos: las últimas secuelas de la epidemia de roya, las fuertes lluvias de la campaña anterior y la migración a otros cultivos, principalmente la coca. El informe de la Oficina de Naciones Unidas Contra la Droga y el Delito extiende la tendencia a toda la región de Puno, donde registra un crecimiento del 11,1 % en los cultivos de coca durante 2015 (30.7 % sólo en la zona de amortiguamiento del Parque Nacional).

La batalla por la calidad define todas las claves de la ecuación. Todo arranca en la política de ayudas de Agrobanco, la institución dedicada al apoyo del crecimiento agrario. Su actitud respecto al cafetal muestra una visión ajena a la realidad del mercado, ignorando el crecimiento de la coca y las necesidades del sector, mientras sus ayudas al cultivo están condicionadas al cultivo de variedades incapaces de ofrecer cafés de calidad, como la catimore, lo que acaba sentenciando al productor. Si añadimos la debilidad de las redes comerciales, el escaso respaldo del mercado peruano, todavía volcado en cafés industriales italianos o colombianos, la precariedad de los cultivos -sin ingresos no hay forma de intervenirlos- y la escasez de mano de obra por el crecimiento de la minería ilegal, tenemos las claves de un panorama poco esperanzador.

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