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Bien pensado

mikel jaso

Una de las ideas nucleares que se trabajan en psicoterapia –en particular en la terapia cognitivo conductual o TCC– es que los problemas no son causados tanto por las situaciones en sí como por la manera en que las interpretamos en nuestro pensamiento y el impacto que estas conclusiones tienen en nuestros sentimientos (emociones) y acciones (conductas).

Resulta sorprendente observar hasta qué punto lo que sentimos tiene un componente inconsciente, automático y probablemente prejuicioso. Cada día tomamos decisiones determinantes que dependen de nuestras experiencias pasadas conscientes o inconscientes, erróneas o certeras que median nuestras interpretaciones. Elaboramos juicios de valor que dependen no tanto del hecho en sí como de la elucubración que realizamos del mismo. Entonces, ¿no deberíamos cuidar más la validez de nuestros pensamientos? Al menos tendríamos que tomarnos un poco más de tiempo, pararnos y escucharnos, intentar hacer consciente nuestro diálogo y analizar lo que nos decimos. A esto nos puede ayudar la TCC.

Las situaciones de la vida cotidiana susceptibles de ser comprendidas de manera diferente son numerosas. Del mismo modo que afirmamos erróneamente que es más corto –y es que se nos hace ostensiblemente más breve– el camino que cogemos cada día para ir al trabajo por ser el que conocemos –aunque tardemos lo mismo o menos tomando otro–, elaborar hábitos y formas de vernos a nosotros mismos, a los demás, el mundo y la vida nos puede ayudar a evitar caer en pensamientos irracionales, cargados de errores –o distorsiones cognitivas–, que entorpecen nuestra toma de decisiones. La psicoterapia nos puede ayudar a darnos cuenta de que “actuamos y sentimos por cómo pensamos, y si se piensa de forma correcta, se sentirá y actuará mejor”.

La TCC es una corriente de tratamiento psicológico que, a través de la palabra y el deliberar compartido, ayuda a modificar nuestro “estar en el mundo”. El terapeuta y el paciente colaboran mutuamente a construir una visión más acertada de nosotros mismos y del mundo que nos rodea, donde el objetivo fundamental es el bienestar. Resulta útil para todos en el día a día y fundamental para las personas que padecen trastornos mentales.

El control falaz muchas veces conlleva un sufrimiento innecesario. Espere, tolere la frustración y la incertidumbre y después decida.

Por ejemplo, una persona tiene una cita con un ligue que conoció un día en un bar y llega tarde. Durante la espera, la mente se dispara: “Esto pasa porque no le gusto nada” –atribución selectiva–, “debería haberle dicho que no cuando me lo pidió” –los llamados deberismos–, “si es que siempre me pasa igual” –generalización–, “todos/as son iguales” –sobregeneralización–. Estos pensamientos cargados de distorsiones conllevan que nos sintamos tristes, decepcionados y despreciados, por lo que probablemente condicionemos nuestra conducta posterior y, cuando finalmente aparece la cita, nuestra actitud estará dominada por la sensación de inseguridad, respondiendo con antipatía, incluso reprochando la tardanza de forma desproporcionada, desde un ego herido y desinformado. Todo esto determina nuestra actitud. No sería raro que finalmente la persona perdiera el interés –es la conocida profecía autocumplida– y se confirmasen las distorsiones iniciales. La pregunta que deberíamos hacernos en este caso sería: ¿habíamos interpretado correctamente la situación original?

Con esto no queremos decir que exista una única realidad interpretable, objetiva y mensurable, pero sí que existen más posibilidades. ¿Por qué no esperar y atender a las razones de nuestra cita y evaluar a posteriori? Entre otras explicaciones, puede tener que ver con la búsqueda de control inherente al ser humano, pero ese control falaz muchas veces conlleva un sufrimiento innecesario y anticipatorio. Espere, tolere la frustración y la incertidumbre… y después decida.

¿Cuántas veces hemos oído que tomar resoluciones en caliente no es bueno? Hablar de “decisiones emocionales” es referirse a aquellas en las que intervienen errores cognitivos automáticos y, por tanto, inconscientes. Con la terapia no se pretende pensar de forma objetiva –cada uno tiene su propia realidad–, sino conseguir, a través del debate racional, que se pongan en duda cavilaciones automáticas y surjan otras opciones. Actuaremos y sentiremos mejor porque aprendemos a pensar.

Detenernos e identificar qué pasa por nuestra cabeza es un buen primer paso. Hagamos una prueba: deténgase en este mismo momento y escuche lo que nos dice leyendo este artículo: “Esto nunca podré hacerlo, ¡qué fácil es decirlo!”. Seguramente no lo conseguiremos a la primera, pero probablemente sí seremos capaces de valorar una alternativa y ya estaremos “bien pensando” o, como mínimo, reflexionando más y mejor.

...y mal pensado

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