El barco de matar animales con bombas atómicas
Una expedición científica halla un portaaviones utilizado en pruebas nucleares en 1946
La imagen era surrealista. Portaaviones y destructores repletos de cabras, cerdos y ratas flotaban en las paradisíacas aguas del atolón Bikini, en el océano Pacífico, en julio de 1946. El Gobierno de EE UU había expulsado a los 167 nativos de las islas para bombardearlas con dos armas nucleares de unos 20 kilotones cada una, frente a los 15 kilotones de la detonación en Hiroshima. El 1 de julio, los militares lanzaron en Bikini la bomba Gilda, con la imagen grabada del personaje de la actriz Rita Hayworth. El anuncio de la película, estrenada ese mismo año, proclamaba: "Bella, mortal... empleando todas las armas de una mujer".
El 25 de julio, tiraron la segunda, bautizada Helena de Bikini por Helena de Troya, la mujer que hizo sucumbir a tantos héroes de la mitología griega. Ambas bombas generaron sendas columnas radiactivas de agua y coral pulverizado que bañaron a los animales asustados en los barcos. Los que no murieron achicharrados por las explosiones, fueron fulminados en los días siguientes por las fuertes dosis de radiaciones ionizantes.
La llamada Operación Crossroads implicó una flota de 242 barcos, 42.000 personas, 156 aviones y más de 5.000 animales, con el objetivo oficial de estudiar los efectos de un ataque nuclear, pero con el deseo oculto de mostrar músculo a la Unión Soviética tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. Casi 100 buques, muchos de ellos capturados a los alemanes y a los japoneses, fueron bombardeados con la cuarta y la quinta bombas atómicas de la historia, tras la de la prueba Trinity en Alamogordo (EE UU) y las de Hiroshima y Nagasaki. Y uno de aquellos barcos de Bikini, el portaaviones USS Independence, hundido a 830 metros de profundidad, resucita ahora gracias a una expedición científica.
“Es la primera vez que se estudia en aguas profundas un pecio de la Operación Crossroads”, explica el arqueólogo marino James Delgado, líder de la campaña. Este científico, de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de EE UU, es un cazador de naufragios. Ha encontrado el Carpathia, que rescató a los supervivientes del Titanic; el Mary Celeste, un bergantín fantasma hallado navegando sin tripulación en 1872; y el Maud, empleado en el Ártico por el explorador noruego Roald Amundsen.
En marzo de 2015, gracias a un submarino cedido por la compañía Boeing, Delgado y su equipo descubrieron los restos del USS Independence en las aguas del santuario marino de la Bahía de Monterrey, en la costa de California. Ahora, la revista especializada Journal of Maritime Archaeology publica la autopsia del portaaviones y los documentos desclasificados que detallan su papel en los inicios de la Guerra Fría.
El buque todavía muestra las huellas de los ensayos nucleares en Bikini. La primera explosión, una atmosférica a 600 metros de distancia, barrió su cubierta, sus aviones, sus cabras, sus cerdos y sus ratas. Los torpedos almacenados en la popa reventaron. De manera irresponsable, los mandos militares enviaron poco después a los jóvenes soldados, algunos de 18 años, al USS Independence y al resto de barcos radiactivos a reponer los animales y los equipamientos destruidos. La segunda bomba, submarina y a 1.300 metros del portaaviones, acabó de convertir el buque en un cascarón de hierro flotante.
“Los efectos de la radiación mataron a la mayoría de los animales en todos los barcos”, señala Delgado. Las pruebas sirvieron para confirmar, por si había dudas, que un ataque atómico sería letal para la flota estadounidense. Las tétricas grabaciones de la operación, incluidas en el documental estadounidense Radio Bikini (1988), muestran cabras en carne viva intentando comer paja tras sobrevivir al hongo nuclear.
Tras la Operación Crossroads, algunos de los barcos que no se hundieron, como el USS Independence, fueron remolcados hasta San Francisco para estudiar con detalle los efectos de las bombas y ensayar medidas de descontaminación. Al llegar al puerto, la radiación del portaaviones alcanzaba los 60 milirrem cada 24 horas, cuando la dosis normal que recibe una persona es de 620 milirrem al año, por fuentes naturales y pruebas médicas.
El buque sirvió de plataforma para la escuela de descontaminación radiológica de la Armada de EE UU, pero uno de sus documentos confidenciales de 1949 recomendó su hundimiento, porque el coste de eliminar los contaminantes “superaría el valor de la chatarra del barco”. En 1951, el USS Independence, finalmente aprovechado como almacén de basura radiactiva, fue hundido en un lugar secreto y a suficiente profundidad como para no estar al alcance de los espías soviéticos. Otros 85 barcos radiactivos de la Operación Crossroads habían sido lanzados antes al fondo del océano. Y allí sigue la flota fantasma que dio el pistoletazo de salida a la Guerra Fría.
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