'Youtubers' para niñas
Salgo del baño sin toalla y Lena, desde el salón, con los cascos puestos, dice casi sin inmutarse: “Mamá, qué horror, #adiosinfancia #estonoestápasando”. No lo escribe, lo dice con hashtags. De un tiempo a esta parte he notado también cómo al dirigirse a nosotros se edita a sí misma, y resulta otra versión de ella, entre sarcástica y dueña de la situación. Su diversión es soltar alguna frase lapidaria y enseguida hacer un guiño a la cámara, invisible para los demás.
En casa la tenemos calada, hemos rastreado sus fuentes. Este año empezó a visitar los canales de YouTube de gente que responde a nombres como Yellow Mellow, Roenlared, Yuya, Wismichu. Yo la primera vez que oí hablar de los youtubers fue en una feria del libro, cuando ante una cola infinita pregunté quién era el escritor de éxito y me dijeron: “Un chico que hace vídeos”. La última vez ha sido hace solo un momento. Lena ha venido un poco triste, le he preguntado qué le pasa y me ha dicho que uno de sus últimos descubrimientos, Koalipops, un youtuber que prepara pasteles de La Sirenita, está deprimido. Miro el vídeo –como otras veces a Yellow Mellow (casi dos millones de suscriptores) hablar con Siri, el asistente robótico del iphone; o a Roenlared maquillarse como los emoticonos del WhatsApp– esperando comprender algo que las niñas de nueve años ya comprenden sin hacerse preguntas. Koalipops está llorando. Y la razón de su desgracia es que se siente inseguro, vacío, agredido por el mundo. Ha perdido la creatividad. Y si él la pierde, ¿qué le espera a sus espectadores?
La mayoría de suscriptores de estos vídeos tienen entre 18 y 24 años, pero el número de hipnotizados prepúberes crece cada día. ¿Cómo te ganas a una niña de nueve años? He venido al evento Chicas en YouTube, celebrado en Madrid, con varias de las youtubers favoritas de Lena. Me interesa que haya reivindicaciones de género en un medio relativamente nuevo en el que también hay una mayoría contundente de tíos –un 80% versus un creciente 20% de tías, expuestas a un virulento ejército de machi-haters. Aunque ellas se asumen como feministas en este foro, en los vídeos lo dicen con la boca pequeña: declararse feminista en YouTube atrae tantas visitas como decir que lees libros: ninguna.
Estoy aquí, sobre todo, para traer a Lena, pensando secretamente que si las ve en vivo dejarán de gustarle o que empezarán a gustarme a mí. Mi generación vivía obligada a extraer de todo ello un discurso, una verdad, por trivial que esta sea. En cambio, hoy, esta relación directa y acrítica con los referentes, ahora llamados influencers, propaga desde la empatía contenidos ya mascados para ti. Ellos se curran el pack del desparpajo guionizado, la opinión mainstream, el humor predecible, y a cambio los que miran tienen el poder de silenciar, bloquear o cambiar de canal, pero desde la inmovilidad no productiva. Hoy estamos junto a las youtubers de carne y hueso, y cuando veo a mi hija preguntarle a Mellow por su vídeo chorra favorito pienso que quizá vine solo para que Lena la conozca en persona, como la llevé al concierto de Violetta, para verla flipar y volver a ser yo la celebridad de su vida. Pero una madre debe asumir a tiempo que ha dejado de ser la youtuber de sus hijos para convertirse en una troll en el extrarradio de la Red.
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