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Columna
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Ojalá no sea el caso

Juan José Millás

AHÍ lo tienen, la tristeza como categoría política. Era la primera vez que Errejón se dejaba ver después de que su secretario general destituyera sin contemplaciones a Sergio Pascual, secretario de organización de Podemos en Madrid y, al decir de los analistas, amigo del fotografiado. Errejón, como respuesta muda, ­desapareció de la escena y no se le volvió a ver hasta el 11-M, con motivo de un homenaje a las víctimas del terrorismo. Se libró de la rueda de prensa alegando que no era el momento y los presentes lo vieron alejarse hacia el interior del Congreso e introducirse, oscuro como la tumba donde yacía su amigo, en el ascensor. Con las manos en los bolsillos del vaquero, antes de que se cerraran las puertas, lanzó al vacío una mirada de abatimiento más fácil de analizar en clave existencial que política.

Ahí tienen al joven Errejón, se diría que al borde de las lágrimas, como si el elevador fuera un ataúd cuya tapa estuviera a punto de cerrarse sobre sus obras completas. Luego volvió a desaparecer y no se manifestó hasta después de la Semana Santa para decir lo evidente: que no había estado de acuerdo con la destitución de Sergio Pascual, pero que el proyecto era más importante que las personas y todo eso. Lo cierto es que en dos semanas había envejecido más que en sus 32 años anteriores. Se había hecho mayor, quizá en el peor sentido de la palabra, en el caso de que conserve algún sentido bueno. Recordé entonces una frase de John Le Carré: “Fue de nosotros de quienes aprendieron el secreto de la vida: hacerse viejo sin hacerse mejor”. Ojalá no sea el caso.

Uly Martin. 

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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