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Números de teléfono

Tal vez el destino de los que migran es nunca llegar del todo

Dime cómo termina la historia, pide mi hija. Trabajo en la corte de migración, traduciendo testimonios de niños que llegan a la frontera y son detenidos. Mi hija pide que le cuente luego sus historias. Hay una que le obsesiona, y para la cual no he podido aún ofrecer un final.

Empieza con dos niñas: cinco y siete años. La más chica dibuja. La más grande contesta las preguntas con timidez y de tanto en tanto remata sus respuestas con una sonrisa chimuela.

–¿Por qué viniste a Estados Unidos?

–Yo no sé.

–¿Cómo viajaste hasta aquí?

–Nos trajo un señor.

–¿Un coyote?

–No, un señor.

–¿Por dónde cruzaron la frontera?

–Eso no sé.

–¿Texas? ¿Arizona?

–Sí. Texas Arizona.

Cuando la más chica cumplió dos años, su mamá decidió dejarlas al cuidado de la abuela e irse a Estados Unidos. Las niñas crecieron. Hablaban con su mamá por teléfono, escuchaban historias sobre tormentas de nieve y grandes avenidas. Luego, sobre el nuevo esposo de su madre y, más adelante, sobre su nuevo hermano. Un día la abuela les dijo que un señor las llevaría con su mamá. Antes de la salida, la abuela cosió el número de teléfono de la mamá en el reverso del cuello de sus vestidos y les repitió muchas veces esta instrucción: nunca quitarse el vestido y cuando llegaran a la frontera y las encontrara un policía, había que enseñarle el número de teléfono. Luego vendría lo demás.

Las niñas llegaron hasta el aeropuerto de JFK. Las esperaban su mamá, su hermanito y un padrastro. Ahora tienen una orden de deportación. ¿Y cómo termina la historia? No sé. Tal vez no termina. Tal vez el destino de los que migran es nunca llegar del todo.

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