La odisea del ‘Plus Ultra’
Fue la primera gran hazaña de la aviación española, una aventura que cumple 90 años
España también tuvo sus aventuras aéreas en la gran época de la aviación. La más importante sin duda es la del hidroavión Plus Ultra, con el que su tripulación –bajo el mando del comandante Ramón Franco, hermano del dictador– logró cruzar el Atlántico Sur y volar por primera vez de España a América. Fueron (Franco, el capitán Julio Ruiz de Alda, el teniente de navío Juan Manuel Durán y el mecánico Pablo Rada) los primeros héroes del aire españoles con renombre internacional (sin olvidar a Juan de la Cierva).
El mes pasado se cumplieron 90 años de la llegada del Plus Ultra a su destino final, Buenos Aires, que se produjo el 10 de febrero de 1926 y levantó una oleada de admiración y entusiasmo hasta el punto de que el mismísimo Carlos Gardel dedicó un tango a la hazaña. El vuelo del hidroavión, como en toda aventura que se precie, no estuvo carente de vicisitudes y peligros, sobre todo a causa de los fuertes vientos y la falta de combustible en una de las etapas que por poco acaba en tragedia. En otra ocasión, se rompió la hélice posterior y hubo que arreglarla en vuelo. Los distintos despegues desde el agua obligaban a continuos aligeramientos del avión. También hubo que afrontar la competencia del marqués de Casagrande, aviador italiano que, impulsado por Mussolini, pretendía cubrir la misma ruta a mayor gloria de la Italia fascista en un Savoia S.55, el Alcione, aunque no pasó de África.
Fue un viaje muy duro. En total, el Plus Ultra, un hidroavión alemán Dornier Do J., Wal (ballena, por la forma del casco), modificado para el raid, recorrió, tras salir de Palos de la Frontera (Huelva) y en diferentes escalas, 10.270 kilómetros en 59 horas y 30 minutos. El aparato no regresó a España con los triunfantes aviadores: el rey Alfonso XIII lo donó a la Armada argentina –que lo empleó como avión correo– y en la actualidad se exhibe restaurado en el Museo Provincial Enrique Udaondo de la ciudad de Luján.
El Plus Ultra, Wal número 12 o W-12, era un bonito hidroavión de 22,5 metros de envergadura, con dos motores Napier de 450 CV montados en tándem sobre la sección central del ala y con una hélice tractora y otra impulsora (respectivamente, delante y detrás del par de motores). Era capaz de volar a un techo de 3.000 metros y desarrollar una velocidad de hasta 200 kilómetros por hora. El piloto y el copiloto iban sentados juntos delante, al descubierto. No se sabe qué día exactamente fue bautizado el W-12 como Plus Ultra; parece haber sido sin ninguna ceremonia civil ni religiosa. El trayecto fue apoyado por buques de la Armada. La primera etapa fue de Palos a Las Palmas de Gran Canaria, luego a Porto Praia (Cabo Verde), isla de Fernando de Noronha (donde el aparato hubo de descender al haber perdido el rumbo), Pernambuco, Río de Janeiro, Montevideo y Buenos Aires. Allí los recibió una multitud y los periódicos les dedicaron sus portadas.
Curiosamente, pese a que tiene todos los mimbres para interesar al público (y para una buena película), el vuelo del Plus Ultra no es hoy muy conocido ni especialmente popular. Hay varias razones para ello, empezando porque la historia aeronáutica y la historia en general a mucha gente les trae al pairo.
El hidroavión español no fue el primero en cruzar el Atlántico Sur; ese honor les cupo a los portugueses Gago Coutinho y Sacadura Cabral, que volaron de Lisboa a Río de Janeiro con escalas en 1922 a bordo de un hidroavión Fairey IIID Mk 1 bautizado Lusitania. El vuelo del Plus Ultra siguió en buena manera la ruta de los portugueses. Mucho antes, en mayo de 1919, uno de los hidroaviones del pionero y fabricante Curtiss, el NC 4, ya había volado de Nueva York hasta Groenlandia y de allí a las Azores y luego a Lisboa. Y el capitán de la RAF John Alcock –cuyo maravilloso retrato, tan romántico, pende en la National Portrait Gallery– y el teniente Arthur Whitten Brown cruzaron el Atlántico Norte en junio del mismo año de Groenlandia a Irlanda en un bombardero Vickers Vimy. Recordemos que un año después del vuelo del Plus Ultra, en 1927, Charles Lindbergh volaba a bordo del Spirit of Saint Louis de Nueva York a París (tras aterrizar en Irlanda) en el primer cruce en solitario del Atlántico.
Los dramáticos acontecimientos que se fueron sucediendo después del raid aéreo español –la llegada de la República, la Guerra Civil, la dictadura– contribuyeron también indudablemente a difuminarlo en la memoria. Y no hay que descartar la impopularidad para muchos del apellido Franco unido a aquella aventura.
En realidad, Ramón Franco, pese a ser un hombre bastante antipático en lo personal, poco tenía en común políticamente con su hermano Francisco. Ramón (1896) era el más joven de los tres varones Franco. Tras estudiar en la Academia de Infantería de Toledo y ser destinado como oficial de Regulares en Marruecos, se pasó a la Aeronáutica Militar y obtuvo el título de piloto. Voló hidroaviones en la guerra de África y se hizo muy popular, ganando la Medalla Militar en 1924 en la guerra del Rif. La idea de volar de España a América, todo un reto de navegación, para dar a conocer el valor de la aviación española y ganar prestigio internacional para el país, fue suya. El éxito de la empresa lo convirtió en un héroe en la España de entonces, pero dilapidó su capital personal con el fracaso en posteriores iniciativas (con el hidro Numancia en 1928 y el Dornier 16 en 1929), su complejo carácter –rayano a veces en la extravagancia– y sus actividades políticas. Convertido en opositor a la dictadura de Primo de Rivera y a la monarquía, fue detenido y encarcelado, y en 1930 participó en una asonada militar contra Alfonso XIII. Llegó a despegar con un avión y amenazar con bombardear el Palacio Real de Madrid. La República lo recuperó y lo hizo director general de la Aeronáutica Militar. Tras participar en el complot de la Tablada, fue destituido y, abandonando la carrera militar, se lanzó a la política. En 1931 salió elegido diputado por Barcelona y se integró en el grupo parlamentario de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), lo que ya es destino para un Franco. Francisco levantaría la ceja ante ese hermano partidario de la República y federalista.
El Gobierno de Lerroux lo nombró agregado de aviación en Washington. Regresó durante la Guerra Civil para unirse a los sublevados, según algunos porque los anarquistas habían fusilado a Ruiz de Alda, que había pasado de aviador a cofundador de Falange. Se cuenta que cuando un miliciano le quitó el reloj de pulsera, Ruiz de Alda le dijo: “Ese reloj fue con el Plus Ultra”, a lo que el tipo le contestó: “Mejor, así valdrá más”. El tercer aviador del Plus Ultra, Durán, había fallecido en accidente aéreo en Barcelona en julio de 1926, así que se perdió todo aquello. El único superviviente del vuelo tras la Guerra Civil fue, lo que hay que ver, el mecánico, Pablo Rada, que vivió hasta 1969, tras marchar al exilio a Venezuela, enfermo de neumonía crónica a resultas de haber pasado mucho tiempo en el agua tratando de reparar el Numancia. Rada era un hombre valiente: cuando durante un despegue de prueba en Río de Janeiro con Ramón Franco (que confiaba ciegamente en él) se incendió una tubería de gasolina del Plus Ultra, el mecánico se quitó la ropa y apagó con ella las llamas. En su biografía realizada por el Ejército del Aire se destaca que de toda la tripulación fue el más popular entre las mujeres.
El general Franco hizo a su hermano comandante de la base de hidros de Pollensa, en Mallorca. El aviador, que no contaba con muchas simpatías en el bando rebelde a la vista de su pasado, murió en octubre de 1938 al estrellarse en el mar el hidroavión italiano que pilotaba en misión de bombardeo, sumándose a la lista de mandos fallecidos en sospechosos accidentes aéreos.
Sea como sea, es innegable que el Plus Ultra y su vuelo han de ser recordados entre las grandes aventuras aéreas, y el bonito hidroavión, con su esbelto perfil, merece tener un puesto de honor entre sus colegas con flotadores como el China Clipper (un Martin 130), que voló de San Francisco a Manila; los Savoia-Marchetti de las Crociera aerea atlánticas del fascista Italo Balbo, o el Latécoére 300 Croix du Sud con el que el legendario Jean Mermoz se mató en 1936 llevando el correo de Europa hacia Sudamérica.
elpaissemanal@elpais.com
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