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CLAVES
Columna
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Clima, del infinito al cero

El Acuerdo de París es un éxito porque nace al calor de compromisos individuales escritos y cuantificados

Xavier Vidal-Folch

El Acuerdo de París sobre cambio climático oscila del infinito al cero.

Es un éxito diplomático infinito porque quiebra 18 años de fracasos en pactar reducciones de emisión de gases contaminantes: desde el protocolo de Kyoto, en 1997.

Es un éxito porque establece una meta global clara y alcanzable: acotar la temperatura media mundial por debajo de dos grados centígrados y rebajarla a menos de 1,5 grados por encima de los niveles preindustriales.

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Y es un éxito porque no surge al compás del blá-blá-blá tan manido en ese tipo de conferencias. Nace al calor de compromisos individuales escritos y cuantificados de 187 países, de los 195 asistentes. Prueba de que alguna voluntad existe.

El marco global es pues un avance colosal. Tanto como mediocre puede acabar siendo su aplicación, porque los (abundantes) procedimientos son desvaídos, livianos, inconsútiles.

El gran obstáculo a la credibilidad del acuerdo estriba en que su meta global es obligatoria para todos, pero carece de mecanismos para obligar (no hay sanciones), para garantizar su cumplimiento a cada parte, es decir, no obliga a nadie. Y no obliga, tampoco, porque los objetivos de cada uno se los autoimpone cada uno voluntariamente, sin relación estricta con la meta global.

Claro que tantas medidas (19: del apartado 22 al 41) servirán de algo, para influir, para incentivar, para presionar a que cada uno cumpla al menos lo que promete. Pero de entrada lo que los 187 han comprometido ya no basta: “Se requerirá un esfuerzo de reducción de las emisiones mucho mayor que el que suponen las contribuciones previstas”, reza el punto 17 del informe.

La ilusión subyacente es que el mercado (se requiere invertir 15 billones de euros en energías limpias) se enamore del proyecto y supla la obligatoriedad, pero visto lo visto es mucha ilusión.

Cotejen el sistema de reglas de París con el de la Agenda de Lisboa de 2000 para la mejora de la competitividad en la UE. La voluntariedad, el “método abierto de coordinación”, las evaluaciones periódicas, los informes... dieron en fracaso al cabo de un decenio. ¡Y era el plan de una Unión organizada, con gobernanza notoria! La diferencia es que ahora el Acuerdo de París es más de supervivencia, a vida o muerte; no se consuela quien no quiere.

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