La obesidad que heredamos de papá
Los espermatozoides llevan información sobre los kilos que le sobran a su dueño
¿Pueden los hábitos de un hombre transmitirse a los genes de su hijo? La teoría genética clásica dice que no. Pero los datos dicen que sí, aunque con matices importantes. Los espermatozoides llevan información en su genoma que delata los excesos alimentarios del padre y puede transmitirse a sus hijos (e hijas). Los genes que controlan la regulación del apetito se adaptan a los hábitos de ingesta de papá y le transmiten esos hábitos al niño. Es un caso claro de herencia lamarckiana, o epigenética, un término al que conviene que nos vayamos habituando también.
Romai Barrès y sus colegas de la Universidad de Copenhague, el Instituto Karolinska de Estocolmo y otros centros daneses y suecos han demostrado que los espermatozoides de los hombres gordos y delgados salen con los genes marcados de maneras muy diferentes. El efecto se concentra sobre todo en los genes que controlan el desarrollo y la función del cerebro, incluidas las geografías genómicas implicadas directamente en el control central del apetito. Presentan su investigación en Cell Metabolism.
Los investigadores han demostrado que los espermatozoides de los hombres gordos y delgados salen con los genes marcados de maneras muy diferentes
Otro dato importante es que esas marcas epigenéticas, que afectan crucialmente a la regulación de los genes, no son permanentes en el hombre obeso, sino que responden al entorno, es decir, a la ingesta. Barrès y su equipo lo han comprobado en obesos que perdieron peso tras una operación de bypass gástrico. La implicación es fascinante, aunque no se ha comprobado aún: los hijos engendrados antes y después del bypass deberían nacer con unas tendencias a la gordura muy distintas. Como también la tendrían los hijos que uno tenga antes o después de ponerse a engordar. Son solo predicciones. Pero dan que pensar.
El estudio se basa en un análisis del perfil epigenómico (qué genes están marcados para quedar activos o reprimidos en la prole) de los espermatozoides de 13 hombre delgados y 10 obesos. Y también de los de seis hombres obesos, con muestras tomadas antes y (un año) después del bypass gástrico. Los investigadores se han centrado en el tema del sobrepeso por conveniencia técnica, pero todo indica que esta herencia de los hábitos adquiridos, como diría Lamarck si levantara la cabeza, afecta a muchos otros genes relacionados con el desarrollo y la función del cerebro. Esto da más que pensar aún.
“Nuestra investigación podría conducir a cambiar el comportamiento del padre, en particular antes de la concepción”, opina Barrès. “Todo el mundo sabe que una mujer embarazada tiene que cuidarse –no tomar alcohol, evitar la contaminación y demás— pero, si la implicación de nuestro estudio es correcta, las recomendaciones deberían dirigirse también a los hombres”. Y no durante el embarazo, debemos añadir, sino durante el año anterior, lo que más bien parece ciencia ficción en el momento actual.
Las causas de los fenómenos biológicos hay que buscarlas en la evolución. Barrès es muy consciente de ello, y ya tiene una hipótesis. Cree que tiene sentido evolutivo que, en tiempos de abundancia, los hijos nazcan con una tendencia innata, o instintiva, a comer más y hacerse muy grandes. “Que la obesidad suponga una desventaja es un fenómeno reciente”, dice el científico de Copenhague. “Hasta hace solo unas décadas, la capacidad de almacenar energía era una ventaja a la hora de resistir a infecciones y hambrunas”. Nuestros genes no se han adaptado aún a McDonald's, por así decir.
Las marcas en los genes no son permanentes en el hombre obeso, sino que responden al entorno, es decir, a la ingesta
La inspiración para el estudio es un hecho histórico. En las postrimerías de 1944 –y de la Segunda Guerra Mundial— Holanda sufrió el Hongerwinter, o invierno del hambre, que causó 20.000 muertos y afectó a cuatro millones de personas. Los hijos y nietos de las mujeres que estaban embarazadas aquel invierno siguen hoy afectados por trastornos alimentarios, diabetes y enfermedad coronaria. Varios laboratorios se han interesado por ese fenómeno epigenético durante el último decenio.
Y acabemos por el glosario. Los cambios epigenéticos (encima de los genes, literalmente), no están escritos en su secuencia de ADN (gatacca...), sino en otras cosas que se le pegan encima de manera muy estable, capaz de sobrevivir a muchos ciclos de división celular. El más importante es la adición a una de las letras del ADN (normalmente la c) del grupo más simple de la química orgánica (metilo, –CH3), pero el sistema es complejo, y de creciente importancia para los estudiosos de la regulación de los genes.
¿Un bocata de panceta? No, si piensas ser padre en 2016. Haberlo pensado antes.
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