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Maneras de vivir
Columna
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Monos aulladores de pequeños testículos

¿Hasta qué punto somos un producto de nuestra herencia y hasta qué punto del acondicionamiento cultural?

Rosa Montero

Hoy decidí hablar de algo intemporal y más ligero, algo que no estuviera relacionado con los muchos agobios que nos están lloviendo encima en los últimos meses. De modo que me puse a revisar el huertecito de recortes que todos los articulistas cultivamos para casos así, y encontré una noticia de hace unos meses: en su momento me provocó la sonrisa y hoy ha vuelto a hacerlo. Así que he agarrado el asunto por las hojas y he arrancado esta zanahoria de mi huerto mental.

Salió en El Mundo y se titula así: ‘Mucho ruido y pocas nueces: cuanto más ruge el mono, menos esperma produce’. Y viene una foto del mono aullador (pues a esa especie se refiere la nota) aullando de perfil, peludo, orgulloso, muy entregado a la causa, serio y cejijunto. A decir verdad, ese mono aullador me recuerda a alguien… A más de un político altivo y gritón. Para remachar, el pie de foto dice: “Cuanto más aúllan los monos aulladores, más pequeños son sus testículos”. En fin, no quiero señalar porque está muy feo, y además ya he dicho que deseaba alejarme del remolino mareante de la actualidad. Así que hoy vamos a dejar a los políticos en paz, aullando tan tranquilos en sus escaños (aunque no lo olviden: cuanto más chillones, más chiquitos).

Ya sé que no resulta serio hacer una extrapolación directa de las características de nuestros primos hermanos los primates a las de los humanos, pero ¡nos parecemos tanto! Y suena tan sensato ese descubrimiento. Digamos que el saber popular también intuye que el viejo ricachón cuyo aullido consiste en conducir un cochazo deportivo rojo, por ejemplo, luego será probablemente una acelga en la cama.

El peso del entorno es aplastante y masivo. La cultura te impone sus estereotipos desde el primer día

Pero lo que me interesa hoy de esta historia es asomarme una vez más al misterio de la atracción y del género sexual; qué es lo que nos hace ser hombres y ser mujeres. Claro, nuestros cuerpos son distintos, eso es una obviedad; pero eso, y la sopa química de hormonas en la que chapoteamos, ¿condiciona de verdad nuestros comportamientos? ¿Hasta qué punto somos un producto de nuestra herencia y hasta qué punto del acondicionamiento cultural? Por ejemplo: ¿de verdad las hembras son siempre atraídas por los más machos, por los más testosterónicos y adecuados para la procreación? Pues se diría que no. En el caso de los monos aulladores, esos tenores de la selva engañan a las hembras con sus gritos y se hacen con un pequeño harén, aunque su semen es de lo más regulín. También hay algún experimento equiparable con humanos; por ejemplo, en la Universidad de Western Australia descubrieron que la voz grave en los hombres atrae a las mujeres como un indicativo de masculinidad, pero que, curiosamente, los hombres con voz grave tienen una menor producción de esperma. Cáspita, exclamarán al leer esto todos los caballeros de bella voz de bronce, esa voz que tanto les ha servido para ligar. En fin, que no se preocupen demasiado: en realidad no sólo no tenemos ni idea de en qué consiste algo tan importante como la identidad sexual y el atractivo, sino que además nos movemos a ciegas entre un revuelo de investigaciones y estudios científicos, muchas veces contradictorios y cuya fiabilidad tampoco podemos contrastar.

Hace años, comiendo al aire libre en un puerto escandivano, vi a una pareja de niños muy pequeños, de un año o poco más, que acababan de echar a andar. La nena se acercó con sus pasitos tambaleantes a una gaviota; llevaba entre los dedos una patata frita con la clara intención de darle de comer. El niño, por su parte, había cogido un pequeño palo y se dirigió al pájaro con pies vacilantes pero dispuesto a atizarle un buen garrotazo. Esa pequeña escena primordial me dejó impresionada: ella, asumiendo su papel de cuidadora y alimentadora; él, personificando al cazador. ¿Acaso es verdad que no podemos escapar de nuestra escritura genética?

Yo creo que no. En los años setenta, la psicóloga Phyllis Katz hizo un experimento bastante famoso, el de Baby X. Puso en una habitación una muñeca, un pequeño balón de fútbol y un juguete asexuado. Luego metió a un bebé de tres meses vestido con un mono amarillo e hizo entrar en la habitacion a una serie de adultos de uno en uno. A la mitad les dijo que el bebé era una niña; la inmensa mayoría le dieron la muñeca para jugar; a la otra mitad, que era un niño; y de nuevo casi todos le ofrecieron la pelota de fútbol. El peso del entorno es aplastante, insidioso, masivo. La cultura te está imponiendo sus estereotipos desde el primer día. Yo creo que somos un poco de todo; tenemos tendencias genéticas y moldes culturales; y unas y otros pueden ser cambiados, como lo demuestran cada día nuestras propias vidas. Monos cansados de aullar: sabed que, si queréis, podéis callaros. Hembras engañadas por sus gritos: si os aburre el harén, salid de ahí y aullad un poco.

@BrunaHusky

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