¿Podemos corregir el pasado?
La solidaridad alemana es producto de la percepción de encontrarse ante una oportunidad histórica
Niños recibiendo a los refugiados en las estaciones de trenes con juguetes, adolescentes desplegando carteles de bienvenida, voluntarios movilizándose para ofrecerles cobijo, dueños de restaurante organizándose para entregarles comida. Estas imágenes no forman parte del kitsch periodístico: son algo con lo que uno tropieza en cada esquina en Alemania en estos días. Visitar este país es asistir a una solidaridad conmovedora que contrasta con el desprecio ante el dolor de los demás de otros lugares y otras ciudadanías.
¿Puede un país corregir su pasado? ¿Puede hacerse perdonar las atrocidades cometidas alguna vez en su nombre? La solidaridad alemana es incomprensible si no se tiene en cuenta el hecho (mayormente omitido por la prensa) de que esa solidaridad responde a las convicciones de una sociedad civil admirable y desafortunadamente inédita fuera de ese país, pero también es producto de la percepción de encontrarse ante una oportunidad histórica, la de corregir el pasado nacionalsocialista.
Mientras las imágenes de hombres y mujeres recorriendo Europa a pie para huir de la guerra evocan inevitablemente las de 1945 (brillantemente narradas por Ian Buruma y Keith Lowe, entre otros), las de alemanes recibiendo a refugiados son inéditas, y hablan de la posibilidad de que una sociedad aprenda de su pasado. Alemania (que, en virtud de ese mismo pasado, posiblemente no esté en condiciones de ofrecer una solución a largo plazo al problema de los refugiados, que quizás consista en que una alianza internacional ocupe militarmente países como Siria, Libia e Irak y permanezca allí varias décadas, hasta crear instituciones democráticas) pone de manifiesto que la condición de victimario puede dar lugar, décadas después, a una solidaridad con las víctimas que es ejemplar, que es una razón para la esperanza en tiempos tan oscuros como los que vivimos.
elpaissemanal@elpais.es
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