Truman
Cualquiera diría que Mas es el 'show de Truman' del Estado, siempre a punto de abandonar su mundo artificial, siempre impedido por un oportuno colapso de tráfico
Hay vidas que no tienen especial motivo de atención. Están predestinadas a un recorrido inane, digno de la aurea mediocritas, en hogares cuyos antepasados no dieron pistas de que algo extraordinario fuese a ocurrir en su seno en los próximos seis siglos. Las buenas madres quieren para sus hijos una vida lenta: algo que permita reunirlos los domingos. Los padres, si sus hijos tienen talento para el fútbol o el baloncesto, se vuelven un poco locos, pero en cuanto se convencen de que no van a llegar a nada corren a refugiarse en su enorme sofá a soñar con los hijos de otros: los Gasol, por ejemplo.
A veces se dan casos de que un chico tiene todo a favor para pasar desapercibido y una acumulación de casualidades, fechas y malentendidos lo convierten en el elegido de un pueblo. Charlot cogió un trapo rojo que se le había caído a un camión en la carretera y se vio con miles de personas detrás como líder obrero. Más perturbador fue lo que le ocurrió a Brian: confundido como Jesucristo, su vida fue un intento de escapar de un error que sólo podía llevarle a la cruz; todo lo que hace el protagonista de los Monty Python para desmentirse a sí mismo termina afianzándole como hijo de Dios. La historia de Artur Mas, por irnos más lejos aún, es una de las más alucinantes conversiones de un hombre gris en salvador; al contrario que las otras dos no puede caber en una ficción. Sólo la realidad, concretamente la española, podría crear algo así.
De este modo puede entenderse que un independentista desde hace tres años que lleva tres elecciones perdiendo votos y escaños, con sedes embargadas, cuentas investigadas y un padrino político que es la mayor vaca sagrada de la corrupción en Cataluña, consiga convertir a Esquerra en Sancho Panza y dirigir el cartel de botiflers, tachán, a las CUP. No ha habido nadie más empeñado en desmentirse a sí mismo que Mas, y no se ha encontrado nunca un político más aupado por las circunstancias que él. Es la más exacta consecuencia del nacionalismo. Al hombre de las privatizaciones y los recortes sociales se le echó a los brazos David Fernández. Al independentista tardío de derechas se le puso a su disposición Esquerra. No encontró el soberanismo: se tropezó con él como Brian con el arbusto. Esta semana, otra vez a punto de caer, el Gobierno español le ha vuelto a poner de urgencia la capa de superhéroe de las libertades. Nunca un culpable necesitó de tanto victimismo y nunca sus enemigos trabajaron tanto para satisfacerlo. Cualquiera diría que Mas es el show de Truman del Estado, siempre a punto de abandonar su mundo artificial, siempre impedido por un oportuno colapso de tráfico.
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