Una noticia que no puede esperar
No está muy seguro de cuándo empezó todo, pero sabe que de alguna forma todo comenzó en tercero de Infantil
Cuando escucha el pitido del móvil está cruzando la Gran Vía a la altura de Callao. Si sonara cualquier otra melodía seguiría andando, tiene prisa, pero las trompetas del 7º de Caballería son la sintonía de su mejor amigo, y Edu no suele perder el tiempo mandando wassaps. Por eso se saca el móvil del bolsillo, pulsa una tecla, pulsa otra, y es como si de repente se hubiera quedado solo en el mundo.
Está cruzando la Gran Vía por el paso de peatones tal vez más populoso de Madrid, pero sus pies se quedan tan clavados en el asfalto como se han clavado sus ojos en la pantalla. Una chica tropieza con él, y no se da cuenta. Tampoco es capaz de moverse unos centímetros hacia un lado para ceder el paso a un anciano que camina con un andador, aunque una mujer con acento sudamericano se lo pide expresamente. Luego no se acordará de eso, ni de que esa mujer le ha llamado maleducado, no recordará nada excepto el concierto de insultos, bocinas y motores en marcha que le obliga a avanzar hasta la otra acera.
El año en que cumplió nueve ninguno de sus compañeros, absolutamente ninguno, le invitó a su cumpleaños
No está muy seguro de cuándo empezó todo, pero sabe que de alguna forma todo comenzó en tercero de Infantil, un viernes de marzo en el que Olmo Rivera dijo en voz alta que había invitado a su fiesta de cumpleaños a toda la clase menos a él. De eso sí se acuerda, y de que aquella tarde todavía tenía cinco años, y de que al contárselo a sus padres lloró, pero ellos le dijeron que no tenía importancia.
A los cinco años, Daniel estaba gordo pero no lo sabía. Sus tíos, sus primos le gastaban bromas amables y le decían que daba gusto abrazarle, que parecía un oso de peluche, pero nadie se metía con él. Eso también fue cosa de Olmo, aunque ya estaban en Primaria. Gordo, grasiento, asqueroso, ristra de chorizos… Eso le llamaba, y se llevaba las manos a la cabeza cuando Daniel se sentaba en una silla, como si fuera a romperla, y le imitaba en clase de gimnasia, moviendo las manos a los lados del cuerpo, como si un océano de grasa se moviera bajo su piel, mientras corría con la lengua fuera, y todos se reían mucho. Luego, el guardaespaldas, lugarteniente y principal adulador de Olmo, Iker González, perfeccionó aquel número de circo para que todos se rieran todavía más. Llegaron a reírse tanto que el año en que cumplió nueve ninguno de sus compañeros, absolutamente ninguno, le invitó a su cumpleaños, aunque la mayoría aún venía a la fiesta que daba Daniel. Dos años después dejaron de hacerlo, pero entonces ya era verdad que aquello no tenía importancia, porque había conocido a Edu.
Llegó de repente, a mediados de curso, y todos sus compañeros estuvieron de acuerdo en que era raro. Porque hablaba poco, porque no le importaba estar solo, porque no buscaba pelea y sin embargo andaba muy tieso, con la barbilla muy alta y una mirada desafiante que sugería que era mejor no buscarse problemas con él. Daniel no le buscó, pero le encontró en una excursión a una granja escuela. Nadie quería dormir con ninguno de los dos, así que tuvieron que compartir los dos solos un dormitorio para seis.
–Y contigo, ¿qué pasa? –le preguntó Edu la primera noche para que Daniel se lo contara todo, desde aquella fiesta de cumpleaños de tercero de Infantil–. Ya, yo sé lo que es eso… ¿Por qué te crees que me he cambiado de colegio en marzo?
Llegó de repente, a mediados de curso, y todos sus compañeros estuvieron de acuerdo en que era raro
Desde entonces han pasado ocho años y pico, y ha cambiado todo excepto que ambos siguen siendo el mejor amigo del otro. Daniel no está delgado, pero ya no está gordo, Edu no es el mejor conversador del mundo pero ha dejado de ser un chico silencioso. Ya no pueden estar todo el tiempo juntos porque Edu está haciendo Biológicas y Daniel ha elegido Filosofía, pero se ven todas las semanas. Tampoco están siempre los dos solos. Ambos tienen otros amigos, otras amigas; Edu una medio novia; Daniel, una novia completa, aunque van juntos al mismo gimnasio y comparten profesor de inglés. Daniel va precisamente a clase cuando recibe una noticia que no puede esperar el cuarto de hora escaso que va a tardar en reunirse con Edu.
Olmo Rivera e Iker González han muerto en un accidente de tráfico múltiple que colapsó la M-30 de madrugada. El conductor, el mensaje no especifica cuál de los dos es, murió en el acto. El copiloto, unos minutos después de ingresar en el hospital. Ninguno de los dos llevaba puesto el cinturón de seguridad.
Daniel lee las mismas palabras una, y otra, y otra vez.
Recuerda cuántas veces les deseó la muerte, y se asombra al descubrir cuánto lo lamenta ahora.
www.almudenagrandes.com
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