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Navegar al desvío
Columna
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La democracia afectiva

La metáfora del maldito choque de trenes se ha apoderado en los últimos años de la política española

Manuel Rivas

El choque de trenes. Vamos a un choque de trenes. Se hace inevitable el choque de trenes. Esta metáfora, la del maldito choque de trenes, se ha apoderado en los últimos años de la política española, sobre todo en lo que se refiere al horizonte catalán, pero también a otros asuntos.

La peor política parece inspirarse en lo peor del fútbol, ese lenguaje fanatizado de cierto periodismo deportivo que confunde la información, e incluso la pasión, con la propaganda bélica. En una ocasión, cuando Celta y Deportivo, máxima rivalidad, se jugaban la permanencia en Primera División, se me ocurrió comentar que a mí, coruñés, me gustaría que se salvasen los dos equipos. Yo algo había escrito de fútbol en la juventud, pero la superioridad consideró que citar la Ilíada en la crónica de un partido de fútbol modesto era una “mariconada”. Alegué que en la Ilíada se daban también mucha estopa, pero mi suerte, como la del talón de Aquiles, estaba echada. “¡A este paso vas a acabar en Cultura!”, me dijo el jefe de sección, amenazante. Y yo le tenía mucho miedo a Cultura porque me contaban que en ese mundo no chocaban los trenes sino los egos, asunto este, el de los huevos, que inspiró un poema definitivo, Yolleo, el genial Oliverio Girondo. “Aquí yollando / con mi yo sólo solo que yolla y yolla y yolla”.

Necesitamos, en Cataluña y en España, trenes que no choquen

Pero volviendo al día histórico, cuando cometí la estupidez de darle agua al enemigo, un colega veterano me miró como a un extraño lepidóptero, me espetó que no tenía “ni puta idea de fútbol”, y me aclaró para siempre en qué consiste, tío, el amor por los colores y el verdadero gozo del combate en la cancha: “Lo que más gusto da no es que triunfe tu equipo, sino que se hunda el otro”.

Lo del choque de trenes me recuerda también la escalada verbal que en su día protagonizaron aquel par de intelectuales que llegaron a presidentes de clubes de fútbol, Caneda y Jesús Gil. Creo que empezó con un aforismo más o menos sutil: “Nos encontramos entre la espada y la pared”. Y terminó al estilo Corleone, con un descalabro: “¡Ahora sí que empiezan las hostialidades!”.

El caso es que tenemos acumulado un montón de chatarra metafórica con tanto choque de trenes. Algo hay que hacer. O cambiamos de metáfora o cambiamos de trenes.

Necesitamos, en Cataluña y en España, trenes que no choquen. Que eviten el choque. Que no tengan intención de chocar. Se ha impuesto como realidad lo que es un simulacro de realidad. La imposibilidad ya no del acuerdo, sino del mismo diálogo. Supongo que nadie desea choque alguno, y que todo se debe a una estrategia de excitación similar a la víspera de un derbi, la de la acumulación de fuerzas. Llenar los convoyes de adhesión incondicional. Lo malo es cuando la acumulación de fuerzas se confunde con la acumulación de miedo o rencor. Puede ser tentador en campañas electorales desatar una dinámica que divida la sociedad en amigos y enemigos, pero luego es muy difícil invertir esa explotación del rencor.

Lo que cambia de verdad un país, es la acumulación de afectos y no de rencores

Otra metáfora fatalista que se oye a menudo: los puentes están rotos. Este es el problema de los profetas apocalípticos. Que harán todo lo posible para que la profecía se cumpla, aunque sea como espectáculo virtual. Los puentes no están rotos. Tal vez sí, por simple oportunismo, entre los líderes políticos, pero no entre la gente. Al contrario, a la gente le apasiona la arquitectura de los puentes. En la época medieval, el de maestro constructor de puentes era un oficio admirado, propio de hombres libres.

En los últimos años, los de la doctrina del choque, el tipo de gurú que marca la pauta en las campañas políticas no es precisamente el de maestro de puentes. Mundo adelante, el referente es Lynton Crosby, que dirigió la exitosa campaña de David Cameron. De origen australiano, es un tipo duro, de estilo brusco. Nada de contemplaciones, ir a por la presa, darle caña y no soltarla. Eso, dicen, atrae a los apáticos y calienta a los fríos.

Me temo que en la época de vértigo que se avecina ese va a ser el modelo dominante. El estilo Se acabó la broma. Con choque de trenes y puentes rotos, solo nos faltaba la metáfora del cross a la mandíbula. Los políticos se dejan hechizar fácilmente por el estilo duro. Pero lo que cambia de verdad un país, lo que puede evitar el choque de trenes y favorecer la construcción de nuevos puentes, es la acumulación de afectos y no de rencores.

elpaissemanal@elpais.es

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