Una diva para la eternidad
La devoción que despierta Um Kalthum en el mundo árabe, y sobre todo en la sociedad egipcia, resulta incombustible
Media hora antes del concierto, los fans ya se arremolinan frente a la entrada del teatro. Entre el público hay gente de todas las edades, pero predominan los jóvenes. Hace horas que se han agotado las entradas y se palpa la excitación en el centro cultural Al Sawy de El Cairo. No en vano, los organizadores han presentado el evento como el “retorno” de Um Kalthum, la mayor leyenda de la canción árabe, fallecida hace exactamente 40 años.
“El éxito de esta iniciativa es espectacular. Llevamos llenando el teatro de forma ininterrumpida desde 2007 y, en lugar de apagarse, la popularidad de la función va creciendo”, cuenta Mohamed Sawy, el director de la compañía de marionetas del centro y el padre de la idea. Los conciertos tienen lugar el primer jueves de cada mes, tal como solía hacer la mítica Um Kalthum y su orquesta. Incluso en este detalle, el grupo intenta reproducir de la forma más realista posible las actuaciones de la cantante. En estas recreaciones, ella pone la voz, y los artistas del teatro de marionetas, los movimientos, perfectamente sincronizados con la música.
A través de una votación en su página de Facebook, es el público quien escoge el repertorio del siguiente concierto. “Una vez elegidas las canciones, estudiamos detenidamente los vídeos y las partituras. Cada uno se centra en analizar su personaje dentro de la orquesta”, explica Sawy, que cuenta con una docena de compañeros detrás del telón. Como si tuvieran delante a la Um Kalthum de carne y hueso, el público aplaude emocionado tras cada alarde de voz de la diva en mitad de sus largas canciones. En la oscuridad de la sala, los admiradores caen presos del tarab, un vocablo que en árabe designa una intensa emoción, la comunión de los sentidos entre los espectadores y el intérprete que les lleva hacia una especie de éxtasis artístico.
La devoción que despierta Um Kalthum en el mundo árabe, y sobre todo en la sociedad egipcia, resulta incombustible. Todos los países veneran a sus mitos musicales, incluso décadas después de su muerte, pero ninguno con tanta intensidad como Egipto. ¿Acaso las canciones de Elvis Presley son la banda sonora habitual de los trayectos en taxi por Nueva York? ¿O los jóvenes británicos vibran aún con recreaciones de los conciertos de los Beatles?
Aunque Asmaa nació varios años después del multitudinario funeral de Um Kalthum, asiste con regularidad a los conciertos del centro Al Sawy. “No ha aparecido ninguna cantante con su voz. Ella es irrepetible”, sostiene la joven con un brillo en los ojos.
“Un 90% del éxito de nuestras funciones corresponde a Um Kalthum”, reconoce el fundador de la compañía, con más de cuatro décadas de experiencia en el mundo de las marionetas. “No solo la multitud de registros de su voz es excepcional, también lo es el lirismo de las letras, su personalidad. En la edad de oro de la música clásica árabe dominaban los sentimientos. Hoy lo hace la tecnología, por eso no se da el mismo apego por parte del público”, agrega.
Ante un panorama tan sombrío como el actual, detrás de la pasión por Um Kalthum parece esconderse también la nostalgia de una era optimista, en la que el triunfo del proyecto panárabe encarnado por su querido Gamal Abdel Nasser se suponía inevitable. Sin embargo, con el paso de las décadas, aquel sueño de unidad se fue marchitando. Con Siria e Irak desgarrados por la guerra civil y el odio sectario, ya nada queda de aquel ideal panarabista. Y es que, desde el crepúsculo colonial, podemos concluir que tan solo dos fenómenos han conseguido unir a los pueblos árabes: la adoración a Um Kalthum y la solidaridad con la causa palestina.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.