_
_
_
_

La mujer que le dio valor al arroz de los hombres

Consigue ingresos y autonomía para las 500 mujeres que forman parte de la cooperativa que preside en una región arrocera de Burkina Faso

Alejandra Agudo
Mariam Nana, presidenta de la cooperativa de mujeres transformadoras de arroz.
Mariam Nana, presidenta de la cooperativa de mujeres transformadoras de arroz.Claudio Álvarez

“Hola. Soy Mariam Nana, vengo de Burkina Faso. De la comuna de Bagré”. Esta mujer pide presentarse “primero”. “Antes de que comiencen las preguntas”, indica. Dichos su nombre, su origen y su cargo, entonces sí, deja comenzar la conversación. Casada y madre de dos hijos, la presidenta de la unión de cooperativas de mujeres vaporizadoras de arroz de su región, no puede negar su liderazgo. Le sale.

“Es una asociación de 21 cooperativas con 527 mujeres”. Quiere ser precisa en el número, que confirma varias veces a la intérprete, en francés. Y comienza a detallar en qué consiste su labor: “Trabajamos en la vaporización del arroz. Vemos que le damos un valor añadido para que la población de Burkina Faso se beneficie”. Mientras juega con su collar hecho de cacahuetes pintados de colores a juego con sus pendientes, Nana explica cómo la cocción al vapor del cereal, una práctica culinaria tradicional que se realizaba “desde siempre” en las casas, se convirtió en un negocio rentable y, en definitiva, en su modo de vida.

Tras un viaje a otra comunidad, en la que conoció a mujeres que se habían organizado con éxito para vender su arroz vaporizado, convenció a varias vecinas de su propia aldea para hacer lo mismo y sacar rendimiento a esa tarea que les ocupaba tanto tiempo en el día. Al principio, recuerda, eran diez y trabajaban en sus casas. “Pronto vi que esto tenía futuro porque teníamos ingresos y podríamos mejorar la sociedad”, abunda. En poco tiempo, dice, ya eran 200 y producían 60 toneladas anuales. Eso era en 2008; ahora tienen una fábrica desde la que sacan al mercado 700 toneladas de arroz transformado —“mejorado, muy rico en nutrientes”, apostilla—. Son más de medio millar de empleadas y ganan dinero. Más que sus esposos. ¿Su marca? Bon Riz Etuvé (traducido, buen arroz al vapor). De venta solo en Burkina Faso.

“Sin vaporizar, el kilo de arroz se paga a 320 francos centroafricanos (49 céntimos de euro); después de que lo procesamos vale 340 (52 céntimos)”, y echa una mirada rápida y disimulada a la libreta para comprobar que los números están bien.

Esos 20 francos (tres céntimos) de diferencia son los que permiten a las mujeres cooperativistas de la comunidad llevar a sus hijos al médico si enferman. Y los niños pueden ir a estudiar en vez de trabajar en el campo con sus padres. Con esas ganancias no solo pueden costearles su educación, sino que, además, planean construir una escuela. Y, sobre todo, ellas ya no necesitan de los hombres para tomar decisiones que afectan a la economía familiar. “Cuando no existía la cooperativa, vivíamos mal porque no conseguíamos hacer nada sin la ayuda de nuestros maridos”, afirma Nana.

“Ellos producían arroz que la gente no compraba; pero cuando comenzamos a vaporizarlo, nosotras lo vendíamos”. Así es cómo las mujeres empezaron a comprar el grano a sus maridos para procesarlo. Esa independencia y empuje de la población femenina de Bagré no fue, en primera instancia, bien acogida por los varones. “No fue fácil convencerles de que nos permitieran trabajar. Pensaban que si empezábamos a ganar dinero, les abandonaríamos”, sonríe ampliamente Nana, soltando media carcajada. Con el tiempo, relata la empresaria, se dieron cuenta de que lejos de quedarse solos, ellas estaban mejorando la vida de todos, la de ellos, la de sus hijos, la de la comunidad. “Ahora, los hombres no solo nos permiten trabajar, sino que algunos presentan a sus esposas como candidatas para que trabajen en las plantas de vaporización”, añade.

Pese a los avances que describe, Nana reconoce que las tradiciones todavía ejercen de lastre para el desarrollo y la igualdad. “Todavía impera la idea de que las mujeres se tienen que quedar en casa. Pero lo más sorprendente es que las hay que ignoran que tienen derechos y que tienen que luchar. Es la pescadilla que se muerde la cola: se reproducen roles machistas porque muchas niñas no van a la escuela y creen que su papel es cuidar del hogar”, analiza. “¡El Corán no prohíbe a las mujeres que puedan luchar! Solo dice que sean pacientes, respetuosas y que se ocupen de la familia. Pero lo que ganes trabajando va a ser para todo esto. Eso es lo que dice el Corán”, expone su razonamiento sobre el asunto.

Ellos producían arroz que la gente no compraba; pero cuando comenzamos a vaporizarlo, nosotras lo vendíamos”

Ella lo hizo. Luchó por su familia, para que sus dos hijos no tuvieran que dejar la escuela por falta de recursos, como ella, en primaria. Y batalló por la comunidad. “Pero no lo hice sola, tuve la ayuda de Oxfam Intermón”, matiza. La ONG apoya su proyecto empresarial desde 2010. “Construyó un centro de formación, nos ha dotado de equipamiento y de fondos de garantía para que pidamos créditos a los bancos”, enumera. “Es gracias a Oxfam que el Estado nos conoció”. Y el mundo, podría decirse. Tras su anterior visita a España en 2013 invitada por la organización, la ministra de promoción de la Mujer de Burkina Faso supo de Nana, quien fue protagonista de sendas apariciones en la prensa. “Me dijo que quería conocerme y que vendría a Bagré a visitar nuestra planta. En 2014 cumplió su promesa. Vino y condecoró a todas las mujeres de la cooperativa”, relata orgullosa.

De nuevo en España, en el marco de un encuentro de mujeres protagonistas de la campaña Avanzadoras de Oxfam, Nana asegura que su labor por su país es hoy mucho más trascendental que vaporizar arroz. “Hemos hecho que el nombre de nuestro pueblo sea conocido. La gente va a ver nuestra fábrica. Y cuando me entrevistan, se habla de Burkina y demuestro que allí hay mujeres que luchan”.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Alejandra Agudo
Reportera de EL PAÍS especializada en desarrollo sostenible (derechos de las mujeres y pobreza extrema), ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS. Miembro de la Junta Directiva de Reporteros Sin Fronteras. Antes trabajó en la radio, revistas de información local, económica y el Tercer Sector. Licenciada en periodismo por la UCM

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_