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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Guerra en el jardín cibernético del siglo XXI

Ahora le ha tocado al Ejército de EEUU, pero los ataques informáticos son cosa de todos los días

Jorge Marirrodriga

Rara vez las cosas son lo que parecen. Los jardines ingleses con su colorido, su orden y su hierba recién recortada oliendo a humedad parecen un paraíso de paz, pero basta haber visto algún documental —uno de esos que la mayoría asegura mirar en televisión mientras niega contemplar otro tipo de programas— para darse cuenta de la cruel y despiadada lucha por la supervivencia que se libra entre tanta margarita y nomeolvides. Las rosas olerán muy bien, pero a escasa distancia de ellas hay envenenamientos, estrangulamientos, cópulas mortales o canibalismo. Y tal vez sea hora de que empecemos a mirar de otra manera los relucientes mostradores en los que se alinean aparatos informáticos con orden, brillo y limpieza, porque, nos guste o no, estamos viendo, entre otras cosas, nuestros jardines ingleses del siglo XXI.

El Ejército de Estados Unidos se ha visto obligado a dejar fuera de servicio su página web ante un ataque cibernético sin precedentes. En otro momento, tal vez hace unos años, esto hubiera sonado a la broma del manifestante que le quita el gorro al policía, pero hace tiempo que en la Red se terminaron la bromas. Ya no hay jóvenes que, como en la película Juegos de guerra (Wargames, 1983), están a punto de desencadenar una guerra nuclear porque pensaban que iban a jugar al ajedrez con un superordenador. Richard Clarke, exmiembro del Consejo de Seguridad Nacional de EE UU, lo dijo hace años bien claro: “La guerra ha comenzado”. Clarke publicó en 2010 un libro, Guerra en la Red, en el que ya entonces explicaba el peligro de la conectividad casi total al Internet de las cosas y cómo Estados y organizaciones de todo tipo trabajaban contrarreloj para formar unidades especiales de guerra, espionaje y contraterrorismo cibernéticos. Podremos ignorarlo, pero mientras jugamos con nuestros teléfonos y tabletas tranquilamente al Candy Crush, conectamos la alarma de casa por Internet y estamos a meses de hacer lo mismo con el horno o la lavadora, miles —miles— de personas con los mismos aparatos estudian cómo paralizar sistemas de metro, agua corriente, semáforos o procesos de refrigeración de las centrales nucleares. Y miles —miles— estudian cómo detenerlos.

Como en el jardín, el zumbido es permanente. Una empresa roba datos de su principal competidor. Horas después un Estado trata de acceder a los archivos de seguridad de otro mientras a la vez evita un ataque de una organización terrorista contra sus comunicaciones o un robo millonario contra alguno de sus bancos. El ataque contra la web del Ejército de EE UU ha sido reivindicado por el Ejército Electrónico de Siria, próximo al presidente Bachar el Asad. La semana pasada hackers chinos accedieron a los datos de cuatro millones de empleados públicos estadounidenses, mientras Pekín negaba con vehemencia la acusación. El mismo Obama reconoció hace meses la extrema vulnerabilidad de su país ante estos ataques. Ante semejante panorama, sería un error angustiarse y renunciar a las ventajas de estar conectados. Hay que disfrutar del jardín... pero tener mucho cuidado con los bichos.

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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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