La hora de las caras rotas
El productor agrícola independiente Nicolas Chabanne defiende la dignidad de esas frutas y verduras feas que el mundo global desprecia
Después de la I Guerra Mundial, el coronel Picot se convirtió en el primer presidente de la Unión de Heridos en Cabeza y Cara e inventó una expresión para designar y honrar a los supervivientes: les gueules cassées (las caras rotas).
Casi un siglo después, el productor agrícola independiente Nicolas Chabanne ha rescatado esa expresión para defender la dignidad de esas frutas y verduras feas que el mundo global desprecia. Consciente de que más del 30% de frutas y verduras que se cultivan no llegan al mercado por su mala cara (no por su sabor), y que en el mejor de los casos se utilizan para transformarse en compotas o mermeladas, decidió junto a Renan Even fundar el colectivo Les Gueules Cassées.
La consigna era combatir el despilfarro y vender un 30% más barato zanahorias, fresas o calabazas taradas y ricas. Para llamar su atención crearon un logo, una manzana imperfecta, pero sonriente, bajo el emblema Les gueules cassées y la frase: “Un poco menos bonito, pero igual de bueno”.
Un año después se podría decir que los productos feos se han tomado la revancha. No era fácil para ellos en un mundo pensado para guapos, pero lo han conseguido. A día de hoy 1.500 puntos de venta han aceptado vender estas existencias (de momento frutas, verduras, cereales y queso camembert) y 13 países han copiado la fórmula (España no, por el momento). La calidad es la misma, solo cambia el aspecto. Tan importante está siendo su despegue que muchos distribuidores reclaman a los productores género cassée. Cuando se le pregunta a Nicolas por ese detalle responde: “No tienen otra opción. Se tienen que posicionar. La pregunta de si se hace negocio con esto tiene una respuesta: un gran sí. Es un win-win perfecto. Ganamos todos: productor, distribuidor y consumidor”.
En la sofisticada Rue Montorgueil de París me acerco a uno de los 350 supermercados Franprix que colaboran con la causa para visibilizar estos productos con sabor. Los cereales gueules cassées cuestan un euro; los de marca blanca, 1,60; los de marca oficial, 2,50. Del mismo modo, en el rincón de las frutas distingo paquetes de peras y manzanas con su etiqueta gueules cassées trastocando estantería y mentalidad.
Espero a que aparezca alguien que me ayude y una joven confiesa su adicción: “Es una gran idea, es más barato y tiene las mismas cualidades y además no se tira comida. Con la crisis, la dictadura de lo bonito ya es historia, ¿no?”, me dice antes de ir a la caja.
Compro queso y peras con taras y vuelvo a casa. Abro el camembert y degusto con placer los defectos visuales de su cremosidad. Enciendo la tele y sin saber por qué recuerdo al general Picot y los heridos de guerra en este mundo de celofán, estereotipos y consumo insatisfecho.
Me pongo a la altura del gastado brillo de la pera y vivo intensamente una experiencia única. Siento el placer de ser diferente, el placer de comprar barato. A los dos minutos, un anuncio en defensa de estos productos deformes patrocinado por la cadena Intermarché me ayuda a terminar la cena. Una tierna voz en off le dice a una naranja golpeada: “Quiero que te levantes y te sientas orgullosa de lo que eres porque no hay nada malo en ser feo. Nadie es perfecto, cariño, que tu apariencia no te haga sentirte mal. Mírate, sabes que eres guapa por dentro, quiérete y todo el mundo te querrá”. Ah, la France.
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