La melodía de Hozier y el sexo sagrado
Irlandés e hijo del blues, Andrew Hozier está llenando los auditorios de Estados Unidos interpretando en directo su disco de debut Cientos de millones de reproducciones y varios números uno con su éxito ‘Take me to Church’ (‘Llévame a la iglesia’) avalan su fulgurante éxito Durante un encuentro con él en Las Vegas explica su fobia al catolicismo y cómo ha llegado a convertirse en el cantante del momento
Hay un cansancio profundo en la mirada de Andrew Hozier, y no es por culpa de Las Vegas. “No había tenido un jet lag tan grande. Es de locos”. En pocos días ha ido de Nueva York a Australia y vuelta a Estados Unidos. “Nunca había sentido mi cuerpo tan débil como ayer, en Los Ángeles. Por un momento no sabía dónde estaba”. Ahora es la una de la tarde en un bar de Las Vegas. Con gafas, el pelo recogido y un café americano en la mano, tiene apenas unas horas para descansar antes de tocar en esta ciudad y salir hacia otro sitio.
Hozier ha tenido muchas primeras veces en el último año y medio. “Está como borroso. Nunca pensé que podría estar tan ocupado, que pudiera hacer tantas cosas en un año”. En ese tiempo, Hozier ha pasado de tocar en un pequeño programa de la televisión irlandesa a actuar en directo en El show de David Letterman y Saturday Night Live, que califica de “momentos aterradores” para un debutante. De grabar una maqueta en su casa a proclamar, esta noche de abril, el primer “Hello, Las Vegas” de su carrera, después de medio año tocando por Estados Unidos sin un solo asiento vacío. Entre medias, ha sido nominado al más relevante premio Grammy y en la ceremonia de entrega compartió escenario con Annie Lennox, con la que tocó Take me to Church (Llévame a la iglesia), la canción que le ha arrastrado a este torbellino. “Fue un hito. Hay pocos momentos tan grandes como ese”, dice.
Cientos de millones de reproducciones en Spotify y varios números uno convirtieron esta canción en un fenómeno que aún no ha terminado. Su aire litúrgico empapa todo el disco debut de Hozier, que incluye otras piezas a la misma altura, como From Eden o Sedated. En las canciones se pueden oír esencias de góspel, soul, folk y blues. Todo salpicado de referencias a Dios, al pecado, a la Iglesia, al diablo.
Andrew Hozier-Byrne nació en Dublín en marzo de 1990. Un poco de perspectiva: Irlanda hace 25 años. En la película Los Commitments, Hozier sería el bebé que llora en los ensayos –“He visto esa película muchas, muchas veces, fue una parte importante de mi educación”–. Aquella Irlanda vivió un curioso fenómeno cultural. En pocos años, U2 redefinió el concepto de banda global. La película de Alan Parker inauguró un género, el de la comedia obrera irlandesa, que viviría toda la década. Y Sinead O’Connor hundió su carrera con un ataque al Papa en televisión que hoy habría tumbado los servidores de Twitter. En Irlanda pasaban cosas.
'Take me to church', del álbum debut de Hozier. / Universal
Mientras, en el hogar de los Hozier-Byrne, los Blues Brothers ejecutaban una misión de Dios. “Mi padre era músico de blues. Tocaba la batería en una banda, y la música que sonaba en mi casa era la que él tocaba con sus amigos, blues de Chicago y de Texas. Él me enseñó el filme de los Blues Brothers a los tres años. La veíamos una y otra vez, como si fuera una película de Disney”. Su madre también era artista. La portada del disco es un diseño de ella.
Cuando tenía siete años, sus padres se mudaron a una casa de campo en el condado de Wicklow, a las afueras de la capital. Dublín en los noventa era una ciudad muy cosmopolita y los Hozier-Byrne formaban una familia con aspiraciones artísticas, pero la capital, añade, “también tenía la tasa de adictos a la heroína más alta del país”. “Mis padres no querían criar a sus hijos con la presión de la ciudad, no estaban cómodos. En cierto modo lo comprendo”. Andrew se fue con el blues al campo.
Recibió una formación religiosa en el colegio, pero no fue educado por sus padres en el catolicismo. Se declara no católico. La pregunta viene a cuento, cuando millones de personas escuchan desde hace un año sus estribillos llenos de referencias religiosas. Coreada con entusiasmo por unas 3.000 personas, Take me to Church convirtió el club Chelsea, en el tercer piso del hotel Cosmopolitan de Las Vegas, en una extraña catedral pagana.
Grabado en blanco y negro, el videoclip muestra a dos jóvenes homosexuales que caen víctimas de una banda ultra. Las reproducciones en YouTube superaron los 100 millones hace tiempo. El vídeo fue creado por la productora Rubyworks sobre una idea del propio Hozier. ¿Es una denuncia? “Sí, absolutamente. Yo sugerí que se tratara lo que está sucediendo en Rusia a través de un ataque a una pareja gay. Creo que Human Rights Watch lo ha documentado muy bien. Estas bandas de ultraderecha tienden trampas a chicos muy jóvenes. Se introducen en esos ambientes a través de las redes sociales, y después los torturan y cuelgan en vídeo en línea para presumir de sus acciones”. La Iglesia, opina Hozier, no es inocente en estas barbaridades. “El vídeo tiene que ver con la canción porque la Iglesia provee de una justificación, a través de Dios, para discriminar a sectores de la sociedad. Pontifican sobre cómo se debe amar o a quién. La canción trata sobre todo de la Iglesia católica, y de cómo a través de su doctrina menosprecia la sexualidad, que es una parte muy importante de ser una persona”.
La Iglesia menosprecia la sexualidad y provee una justificación, a través de dios, para discriminar a sectores de la sociedad”
En este sentido, todo el disco es casi un manifiesto. Dos individuos a solas en una habitación son algo sagrado, inviolable. La idea está presente en varias canciones del álbum Hozier. “Para mí, la sexualidad, amar a alguien, es una de las cosas más importantes de la existencia. Tratar de encadenar u oprimir el amor me parece muy ofensivo, ya sea la actuación de una banda de ultraderecha en Rusia, con impunidad permitida por el Estado, o la Iglesia que da la justificación inicial y esencialmente deshumaniza a alguien por ser diferente”. ¿Y esto dejan decirlo en la muy católica Irlanda? “Hace 20 años no habría podido sacar esta canción. Pero está cambiando muy deprisa”.
Un concierto de Hozier en 2015, al menos en la gira por EE UU, consiste básicamente en una ejecución impecable de su álbum. La voz es tal cual. Los siete músicos del escenario reproducen el sonido catedralicio del disco. Es un empeño personal de Hozier que no haya nada grabado anteriormente. También se le ve tomar una guitarra y versionar a Skip James, un bluesman áspero y oscuro del delta del Misisipi; recuperar sonidos celtas en una austera versión folk de su canción In a Week, o silenciar la noche de Las Vegas con una emocionante interpretación acústica de Cherry Wine.
En directo, Hozier se ha convertido en el personaje de la melena y la guitarra. Al oírle arrancar From Eden (“Cariño, hay algo trágico en ti / algo mágico en ti / ¿No te parece?), es difícil de creer que sea la misma voz que horas antes apenas movía las ondas de la grabadora. “Siempre supe que podía cantar. Siempre he sentido que con la guitarra avanzaba muy torpemente, mientras que cantar era parte de mí. Y es una parte importante al escribir las canciones. Si estoy en una habitación de hotel sin guitarra, puedo encontrar la manera de darle forma a una canción simplemente cantando y pensando cómo sonarían los instrumentos”.
La formación musical de Andrew Hozier, contada por él, incluye de todo. Empezó a componer a los 15 años y daba conciertos en ambientes góticos. “Mis padres me dijeron que sabía cantar y me animaban a hacerlo en el colegio o en la iglesia. Pero fue al llegar a adolescente cuando empecé a cantar lo que me gustaba. Al principio era rock clásico. En las funciones escolares tocaba melodías de los Kinks o cantaba como AC/DC”. Después montó un grupo con su hermano y algunos amigos de pueblos cercanos, que se juntaba solo una vez a la semana porque ninguno tenía edad para conducir. Eran siete u ocho en el escenario. Se llamaban The Blue Zoots. “Un nombre horrible. Actuábamos con traje y corbata, que habíamos conseguido de segunda mano, y tocábamos soul, algo que nadie hacía con esa edad. Era divertido, nadie sabía qué coño estábamos haciendo. Fue cuando empecé a cantar blues. Para entonces escuchaba mucho a Howlin’ Wolf, John Lee Hooker, delta blues, y estaba muy metido en The Beatles”.
Lo siguiente fue volver a Dublín, para estudiar música en el Trinity College. Hozier siempre ha sabido que quería hacer música, pero no tenía tan claro lo de los estudios. “No pensaba que una persona pudiera hacer una carrera de ello. Creía que acabaría siendo psicólogo o psiquiatra, que me incorporaría a la sociedad de esa manera. Iría a la universidad, conseguiría un trabajo y acabaría dejando atrás la música. Pero en cuanto llegué me di cuenta de que daba igual lo que hiciera. Si estudiaba cuatro años, después seguiría queriendo hacer lo que estaba haciendo, pero habría perdido cuatro años de mi vida. Dejé la carrera en primero y empecé a trabajar”.
Vinieron después tres años oscuros. “Intenté buscar conciertos, cantar en algún open mic, pero nada que pudiera sostenerme económicamente”. En YouTube se puede encontrar algún vídeo de Hozier en bares de Dublín durante esos años. Acabó volviendo a la casa de su familia en Wicklow. En el ático empezó a surgir la música que ahora le está haciendo dar la vuelta al mundo. “Básicamente comencé a escribir todo lo que podía. Escribir y escribir. Acababa de romper con una novia. Tenía mucho tiempo para mí, y mucho tiempo para no pensar nada más que en el trabajo”. No oculta que fue también un tiempo de vértigo ante el vacío. “Fueron años muy silenciosos, de ser completamente oscuro. Pierdes el contacto con los amigos de la universidad y esperas que algo pase con la decisión que has tomado. Pero es muy lento”.
Afortunadamente, una de las canciones que surgieron de aquel ático era Take me to Church. “No sé cuándo empezó, pero sé que terminó en marzo de 2013. Comencé a tener ideas para la letra como un año antes, pero no encontraba dónde ponerlas. Letras como esa tienen que estar en la canción correcta. Por entonces era consciente de que debía dejar de escribir la música que pensaba que le iba a gustar a la gente, música accesible. Pensé: ‘A la mierda’, hacía mucho que no escribía folk y blues. Decidí encontrar mi voz ahí. Hice una demo en el ático con Take me to Church y otras canciones, y se la enseñé a Rubyworks. Me metí en un estudio con el productor Rob Kerwin y regrabamos todo”. Kerwin, que viene de grabar a Depeche Mode, lleva en la producción de rock irlandés tantos años como los que tiene Andrew.
En septiembre de 2013 colgó en Internet un EP de cuatro canciones que se podía descargar gratis. Después lanzó el vídeo, que convirtió la canción en un fenómeno viral y atrajo el interés de las discográficas. El resto es la historia de uno de los debuts más potentes de los últimos años. Televisión prime time de Estados Unidos, más de un año de gira y nominación a los Grammy.
Dice Andrew Hozier que aún no tiene claro hacia dónde va su música; qué color, de la amplísima paleta del primer disco, será el que acabe dominando. Dice que durante la gira está escuchando mucho funk, una música que le gustó mucho de adolescente, pero que también está escribiendo folk y blues. “Quiero subir el ritmo, pero también hay mucha música acústica que quiero sacar de mí”. Apenas dedica una hora diaria a tocar para sí mismo. Habrá todavía muchos jet lags imposibles como este, muchos públicos coreando “amén, amén”. El bebé que lloraba con el soul de Los Commitments se quedó con la copla. Ahora inaugura su propia generación.
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