Patas arriba
He decidido reciclarme la cabeza, poniéndola manga por hombro
He decidido reciclarme la cabeza, poniéndola manga por hombro, con lo que mi modelo a partir de ahora ya no serán los mayores, sino una chica de 21 años que estudia la carrera de Psicología, más que con la idea de llegar a ganarse algún día la vida, que también, con la de ayudar a todos aquellos a los que el alma les duele demasiado y a duras penas pueden seguir adelante. Por las tardes, para pagar la habitación en la que vive y para salir de vez en cuando a tomar algo o comprarse unas botas o un libro, da clases a jóvenes aún más jóvenes que ella. De matemáticas, de física y química, de lengua… O limpia coches. O cuida niños. Y enfermos. O trabaja como camarera. Y así se va ganando esa vida y esos estudios que algún día tal vez la ayuden a ganarse la vida y a ayudar a que los demás se estudien, aunque, sin que ella lo sepa, ya lo hace. Con esa disposición a compartirlo todo o casi todo con unos extraños. A perder ese exceso de delicadeza hacia la propia persona que tan fácilmente nos convierte en monstruos de insensibilidad, parapetados en nuestras trincheras y bastiones domésticos entre muebles, alfombras y cojines, que impiden que lo de fuera nos llegue más que en dosis homeopáticas. Con ese ejemplo de serenidad y cordura en medio de tanto resquemor, a menudo obstinado, o de las lamentaciones de muchos que, en lugar de buscar soluciones, se empeñan en dar cabezadas contra un tabique o en buscar culpables, dentro o fuera. Se llama Clara y, además de la voz más dulce que he escuchado nunca, tiene una melena vertiginosa. Camaleónica. Unas veces, castaña. Otras, rubia. Y unos ojos oscuros de gacela con los que acaricia desde lejos. Como con su sonrisa, generosa, enorme. Ser así. No la carita, qué más quisiera yo, sino el alma. Que no me huela a podrido ni a moho.
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