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MIRADOR
Columna
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Sol sin sol

Las regulaciones en esta legislatura nos han desbaratado toda ilusión de encabezar la alternativa social, con una energía limpia, sostenible y barata.

David Trueba

Nikola Tesla fue uno de los últimos grandes orgullos del imperio austrohúngaro. Emigrado en Norteamérica, el tiempo terminaría de consagrarlo como uno de los genios universales. Para algunos, el oscurecimiento de sus méritos tenía mucho que ver con su empeño por dar con una energía libre y de bajo coste. Pasados los años, su nombre es utilizado por una de las marcas punteras de desarrollo tecnológico. El empresario Elon Musk protagonizó uno de esos anuncios públicos que revolucionan el gallinero mediático cuando desveló que las nuevas baterías Tesla podrían empezar a acumular energía solar de manera mucho más efectiva de lo que lo hacen hasta ahora. Inmediatamente, las ensoñaciones y los deseos se confundieron con la realidad más palpable. Y aún parece lejano el momento de que los hogares puedan ser autosuficientes en su consumo energético, aunque los pasos en esa dirección merecen la euforia colectiva.

Pero si hay un país para que esta idea cargada de futuro se ha convertido en lejana de verdad es España. Las regulaciones y nuevos impuestos reformulados en esta legislatura nos han desbaratado toda ilusión de encabezar la alternativa social, con una energía limpia, sostenible y barata. Aparte de los futuros pleitos por la supresión de las primas a renovables, todo un disparate legislativo, los hogares están más lejos de poder autoabastecerse e incluso si las baterías lograran solventar sus carencias, en la tesitura actual, serían ilegales e inaplicables en España. Es un triste cuento que quizá obliga a demasiados tecnicismos para ser comprendido del todo, pero la sumisión energética es una de nuestras lacras nacionales. La ley española prima la estabilidad del sector sobre las posibilidades de autoconsumo y en la práctica ha pasado a multar a quien aspira a autoabastecerse.

Tiene además la ironía añadida de que el sol es bien generoso con nuestro país, pero la destrucción de las pocas iniciativas de investigación y desarrollo nos deja a expensas de los avances que se produzcan en el extranjero. Inventarán ellos y nosotros seremos espectadores excitados de sus ruedas de prensa de propaganda tecnológica. Sin plan a la vista, avanzamos por el siglo XXI con tan pocas ambiciones que festejamos en cada telediario la verdad dolorosa de ser un país que ofrece a sus licenciados un puesto precario de camarero. Más a la sombra que al sol, nuestros sueños austrohúngaros andan cabizbajos.

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