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el pulso
Columna
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Dios maldiga a los tatuajes

Se han hallado restos de tinta en momias y, aún hoy, en las zonas rurales más desérticas es posible encontrar a ancianas beduinas con la cara tatuada

En Egipto, los tatuajes son tabú. El islam prohíbe cualquier modificación.
En Egipto, los tatuajes son tabú. El islam prohíbe cualquier modificación.

Justo ahora que acaba de reformar su apartamento, Orne Gil debe abandonarlo. Una vecina se ha quejado al propietario de sus actividades. Incluso en Zamalek, la exclusiva isla del centro de El Cairo sede de embajadas y lujosas villas, el tatuaje es un tabú. Esta virtuosa de la aguja y la tinta no se ha llevado una sorpresa. De hecho, transformar esta cerrada mentalidad es la razón de ser de su proyecto, Nowhere Land Tattoo. “Que pretende reivindicar esta manifestación artística allí donde ha sido rechazada por normas culturales, religiosas o políticas”, explica esta joven de 27 años.

Gil empezó su carrera en Padua hace unos cinco años. “De estudiante, trabajé de recepcionista en un estudio. Siempre me había gustado dibujar, así que cuando me ofrecieron ser aprendiz, lo probé y me fascinó”.

El principal obstáculo del tatuaje en Egipto es la interpretación más conservadora del islam, que recurre a un oscuro dicho atribuido al profeta Mahoma que no se encuentra en el Corán: “Que Dios maldiga a los tatuajes y a todos aquellos para quien son hechos”. Otros detractores señalan que el islam desaprueba cualquier modificación del cuerpo humano, por sí mismo, una perfecta creación divina.

Sin embargo, el tatuaje no es ajeno a la larga historia de Egipto y, en general, de Oriente Próximo. Sus profundas raíces se hunden hasta el nacimiento de la civilización: se han hallado restos de tinta en momias y, aún hoy, en las zonas rurales más desérticas es posible encontrar a ancianas con la cara tatuada, una ancestral tradición de la cultura beduina.

Mucho más habitual es esta práctica entre la minoría cristiana copta, que representa aproximadamente un 10% de la población egipcia

Mucho más habitual es esta práctica entre la minoría cristiana copta, que representa aproximadamente un 10% de la población egipcia. “En cada iglesia hay un tatuador, normalmente, con una técnica rudimentaria”, explica Gil. Una discreta cruz de un tono verde descolorido decora las muñecas de muchos cristianos. Su propósito no es estético: es un sello identitario para disuadir a los tentados de cambiar de fe.

Muchos de los egipcios, normalmente de clase acomodada, que tatúan su cuerpo en el estudio de Gil no lo hacen solo con fines decorativos. “En Italia tatuaba sobre todo dibujos. Aquí muchos clientes me piden frases o palabras, a menudo de espíritu reivindicativo. Creo que la más habitual es hurrya (libertad)”.

En el Egipto de hoy, el único vestigio de aquel sueño de libertad florecido en Tahrir se encuentra en los cuerpos tatuados. Cuatro años después, la revolución que deslumbró al mundo parece un espejismo.

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