Ataúlfo o el arte de pintar con los ojos rotos
Hace 27 años una enfermedad dejó ciego al pintor Ataúlfo Casado. Ahora, un documental narra cómo volvió a ponerse delante de un lienzo
La lista, una pequeña hoja arrancada de una libreta, reposa sobre varias cajas de medicinas: azul cobalto, violeta permanente, verde cinabrio... Más de una docena de colores escritos a mano que la mayoría de mortales no puede identificar. ¿Cuántos sabrían explicar la diferencia entre un amarillo indio y un amarillo marte? Ataúlfo Casado (Navalagamella, Madrid, 1948) puede. Si le dejas, es capaz de pasarse horas enumerando todos los colores del pétalo aparentemente blanco de una flor. La pintura para Ataúlfo es una materia demasiado rica en matices como para ser encerrada en un solo adjetivo. Por eso atrapa a su interlocutor describiendo colores que el resto, aunque miremos, no vemos. Como habrán adivinado, Ataúlfo Casado es pintor. Y ciego.
“¿Tantos me faltan?”, responde cuando se le pregunta por el significado de esa lista, después de soltar una sonora carcajada. “Solo son los colores que se me han acabado. Pero antes de comprarlos debo esperar a cobrar un cuadro que vendí el otro día. Con la pensión, para todo no me da”. Sentados en su casa-estudio del castizo barrio de Lavapiés, y rodeados de varias de esas obras suyas ejecutadas desde el recuerdo, cuesta creer que el artista no pueda vivir de su trabajo. Y no por lo mucho que tiene de heroico pintar “con los ojos rotos”, sino porque viendo la calidad de los lienzos merecería poder hacerlo. “Cuando alguien me dice que le gustan mis cuadros pero no es verdad, pillo el engaño a la primera. Con la voz no se puede mentir, y menos a alguien que lleva casi tres décadas ciego”.
El día que Primavera Ruiz conoció a Ataúlfo (o Ata, como le llaman sus amigos), su voz resultó lo suficientemente sincera como para que este le abriera sin objeciones las puertas de su casa. Fue un amigo común quien los presentó. Primavera acababa de ver Intocable –aquella taquillera película francesa sobre la relación de un hombre inválido y su ayudante–, así que cuando supo que tenía la posibilidad de conocer un caso similar en Madrid, no se lo pensó dos veces. Pero la vida y obra del pintor le resultaron tan interesantes que al día siguiente de decirse hola por primera vez, esta realizadora madrileña de 30 años formada en Nueva York volvió para empezar a grabar Ata, pintando negro, película documental –todavía en fase de montaje– que contará el día a día de este artista único. “En un principio iba a ser un corto, pero por su generosidad y por la relación de amistad que se fue generando mientras rodábamos, decidí que tenía que ser un largo. La satisfacción que él obtiene al terminar un cuadro que nunca será capaz de ver me hizo sentir la necesidad de contar su historia”, explica. “Ata es feliz pensando que hace feliz a los demás con su arte y por eso espero que esta película llegue a mucha gente”. Ata, por supuesto, también. “Pero no porque me interese el éxito, a esta edad eso no importa, sino por ella”.
Sentados alrededor de la misma mesa, la complicidad entre directora y protagonista es tan sólida que se antoja una coraza. Nada más lejos de la realidad. “Todo el mundo debería conocerle”, cuenta Primavera. “Ata es una persona con mucha sabiduría, es amable y cariñoso y está siempre dispuesto a compartir su conocimiento y filosofía de vida con cualquiera que se tome el tiempo de escucharle. Creo que es un ejemplo y muestra de que hay maneras de superar las barreras y dificultades de la vida”.
Esto explica también su facilidad para encontrar personas que le ayuden a pintar obras como Cielo y Tierra, Eterno Poema, la serie de paisajes que expondrá en las próximas semanas. Hablamos de gente desinteresada como Kike, con el que aparece en la película, o Pablo, un vecino al que el artista guía con un sistema que parece más una receta de cocina que pintura. “Pido que me pongan los colores en la paleta usando como medida cucharas de distintos tamaños, de postre o soperas, y después yo los mezclo”, comenta Ata. “Pero la mano sobre el lienzo no me la guía nadie, ahí soy solo yo, salvo cuando tengo que pintar una línea recta. Un ciego no puede pintar eso. Tampoco un rostro o un pliegue. No puedo inventarlo, sería un necio si lo intentara. En mi condición tienes que irte a la abstracción. Por suerte, me formé en la naturaleza, que es el motivo que mejor se adapta a ese estilo”.
Cine documental y discapacidad
Aunque la película de ficción Intocable fue el germen de Ata, pintando negro, Primavera Ruiz (en la foto, a la izquierda, junto a Rita Noriega, directora de Fotografía, ha seguido otros referentes a la hora de plantear la construcción de su documental que, por temática, estuvieran más cercanos al mensaje que quiere enviar. "Los principales han sido 'El Sol del Membrillo', de Víctor Erice, protagonizado por Antonio López; o 'Gabor', de Sebastián Alfié, sobre un director de fotografía que se queda ciego". Este último, que precisamente ganó en la última edición de los premio Gaudí el galardón a la Mejor película documental de 2015, es solo el último de una larga lista de documentales que han explorado el proceso creativo de artistas discapacitados y que son un ejemplo de superación. Películas como '¿Qué tienes debajo del sombrero?', producida por Julio Medem, sobre una escultora sorda y con síndrome de Down llamada Judith Scott a la que le llega el reconocimiento internacional después de vivir 36 años en una institución psiquiátrica; la argentina 'Mundo Alas', protagonizada por un grupo de músicos con distintas discapacidades que luchan por editar un disco; u 'Otras voces', sobre un joven de 21 años diagnosticado con el Síndrome de Asperger que quiere visitar el Museo Tintín de Bruselas.
Ata asegura también que no necesita hacer casting para encontrar escudero. “Nuestra relación empieza sin anuncios, es más bien una cosa del destino. Pablo, por ejemplo, es un vecino al que un día encontré en las escaleras y con el que me puse a hablar. Me contó que era estudiante de Bellas Artes pero que lo había dejado en el tercer curso, así que yo le pregunté si le gustaría retomar la pintura ayudándome en el estudio y aceptó. Ahora es imprescindible. El único requisito que mis ayudantes deben cumplir es que de verdad quieran hacerlo, porque dependo de las horas que tengan libres para venir a casa”.
Además de compromiso, esta simbiosis entre artista y ayudante también se nutre de confianza y pasión. Tanta, que en algún momento surgen los típicos desencuentros de cualquier proceso creativo a varias manos. “A veces tenemos que dejar un cuadro a la mitad unos días y luego retomarlo es complicado… En este último que estoy haciendo, por ejemplo, no recordaba qué colores había usado y empecé a emplear otros que a Pablo no le gustaban. Me dijo que la obra estaba tomando un rumbo distinto y se fue enfadado. Luego me confesó que no estaba molesto conmigo sino con la vida en general. Y yo le dije que no merecía la pena enfadarse por cosas tan pequeñas, que el mundo no se hunde y que hay que disfrutar haciendo lo que realmente te gusta. De hecho, eso es lo que desearía enseñar a todo el mundo, que la vida hay que vivirla en el momento, aprovechar lo que tienes ahora mismo porque mañana nunca sabes que te puede pasar”.
“La ceguera ha comenzado”
Ataúlfo no siempre vivió en la oscuridad. De sus primeros siete años de vida recuerda los intensos verdes de un prado que tenía su abuelo y, sobre todo, al maestro de escuela que le enseñó la diferencia entre ver, mirar y observar, “que aunque lo parezca, no es lo mismo”, apunta. Con once años entró de aprendiz en la Escuela de Artes y Oficios, en la calle de La Palma de Madrid. Allí sus profesores no tardaron en confesarle que eran incapaces de enseñarle nada más y le recomendaron que dejara las aulas para investigar nuevas técnicas plásticas en talleres de pintores profesionales. Gracias a eso logró un hito: convertirse en el copista del Museo del Prado más joven de la historia. Una carrera prodigiosa que se truncó de golpe. “Un 11 de febrero de hace 27 años. Ningún médico se atrevía a decirme que me pasaba…”, recuerda con tanta seguridad que asusta. “Había notado algo raro en mi vista y acudí a una consulta de oftalmología con un amigo que, después de las pruebas, se metió con el médico en un despacho a hablar mientras me entretenía una enfermera. Cuando salieron me acerqué al doctor y le pregunté qué pasaba. Pálido, me decía que no me preocupara. Mi amigo tiraba de mí para que nos fuéramos, pero como no soy nada partidario de los paños calientes, insistí. ¿Me iba a quedar ciego? Y llegó el veredicto: retinosis pigmentaria”.
Furia, rabia o tristeza son sentimientos que cualquiera sentiría si le diagnostican una enfermedad degenerativa como aquella. Sobre todo cuando los ojos son tu medio de vida. Ataúlfo no se pudo permitir ese lujo. “Tres días después, caminando con mi madre por la calle, alguien me preguntó la hora. Miré el reloj y al levantar la vista todo se volvió gris y borroso. En la ONCE me dijeron que lo normal es que la pérdida de visión sea más lenta, pero a mí los ojos se me rompieron de golpe. ‘La ceguera ha comenzado’, dije textualmente a mi madre. Ella no quiso creerlo. ‘¿Y por qué no?’, le contesté. Y la vida seguía, así que simplemente aproveché lo que tenía y la viví de otra manera”. Al principio probó a dibujar solo con tonos negros y blancos. Luego, cuando ya casi no veía, se pasó al mundo de la escultura y finalmente, cuando la oscuridad total llegó, simplemente abandonó y asumió que lo único que le quedaba era pasear.
Héroe a su pesar
Así fue durante más de una década hasta que algo le obligó a ponerse otra vez delante de un lienzo. “Lo necesitaba. ¿No asegura un dicho popular que con los bueyes que tengas tienes que arar? Pues eso es lo que hice. Mi primera ayudante fue la señora que venía a casa a limpiar y cuando tuve varios cuadros le pedí a un amigo que se llamaba Inocencio que viniera a verlos. Y quería la verdad. Así se lo advertí, recalcándole que no tuviera miedo a dañar mis sentimientos porque estuviera ciego. Cuando los vio me pidió que siguiera, que aquello era muy interesante. Y hasta ahora…”. Viendo el documental, se confirma que no hace falta el apoyo del sello Marvel para rodar una película de superhéroes. Término que, por cierto, no le convence nada. “Un héroe es alguien capaz de dar la vida por otra persona. Entiendo que a los demás la vida de un pintor ciego les parezca una heroicidad, pero en el ámbito personal, yo me veo una persona de lo más normal. Nada ha cambiado”.
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