La generosidad es útil
Si el plan griego de reformas se concreta de verdad, la UE debe hacer alarde de flexibilidad
La fragua del pacto entre Grecia y el conjunto de la eurozona está muy cerca de alumbrar un acuerdo de principio, lo que es muy de desear. Pero cuidado con los optimismos precipitados: la cercanía de posiciones no significa identidad de posturas. Obstáculos de último minuto pueden paralizar, o aplazar, el deseado desenlace positivo para todos.
Editoriales anteriores
El nuevo Gobierno griego ha dado el paso adicional imprescindible para que el pacto sea posible: ha aceptado —contra todo lo que había proclamado y rezongado— que el periodo de transición hasta un tercer rescate o mecanismo de flotación sea una prolongación del programa (de rescate), como exigían sus socios, y no una extensión del crédito obtenido, como pretendía su ministro de Economía, Yanis Varoufakis.
La distancia entre una expresión y otra parece nimia, de matiz: no lo es. Es trascendental, porque el programa incluye el crédito (otorgado por la eurozona) y las contrapartidas (ofrecidas por Grecia), y el crédito solo incluiría el préstamo, y excluiría las garantías.
Los otros 18 se mantuvieron firmes y al cabo Atenas parece haberse percatado de que sus urgencias financieras son demasiado perentorias; de que no podía escudarse en jugar al ajedrez semántico si quería llegar a tiempo de resolver el problema antes del 28 de febrero, cuando acaba la protección del segundo rescate.
Las promesas genéricas —pero escritas—de Atenas para lograr en verano un nuevo gran acuerdo no son menores; no lo es su “compromiso con los términos de su acuerdo de préstamo con todos sus acreedores”, ni su juramento de que no gastará alegremente poniendo en peligro la senda de la consolidación fiscal; ni el de no buscar condonaciones parciales de su deuda.
Pero siguen faltando las necesarias concreciones a sus otras promesas de modernización: sobre la reducción de la burocracia; la autoridad fiscal independiente; los cambios en el sistema judicial; el desmantelamiento de los carteles...
En cuanto esas concreciones estén disponibles (y deben estarlo con carácter inminente), el Eurogrupo deberá encararlas, si cubren un mínimo, con buen tono. O sea, olvidando los infantiles desafíos lanzados por los jóvenes dirigentes radicales, su estúpida identificación de la Alemania actual con la de la barbarie nazi, o la de Europa como extorsionadora en lugar de solidaria.
Por su propio bien, la eurozona deberá entender las peticiones (que ya no exigencias) de Grecia de renunciar a algunas imposiciones —de sesgo recesivo— de la troika, como los adicionales recortes de pensiones o la enésima subida del IVA de los medicamentos, contra lo que también pugnó, justamente pero sin éxito, el conservador Andonis Samarás. Otra cosa es que exija sustituir esas medidas por otras (una rebaja del desmesurado gasto defensivo, o un alza creíble de la recaudación impositiva). A deudores y acreedores les conviene asegurar el buen fin de la deuda. Ser generosos, si el otro es prudente, resulta útil.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.