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'morbus nauticus'
Columna
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Padres e hijos

La igualdad no se consigue con nuevas injusticias, sino que se alcanza con esfuerzo, coraje y buena voluntad

Desde hace un tiempo, cuando camino por la ciudad veo hombres solos sentados en bancos de la calle con un par de maletas. No son viajeros. Tampoco mendigos. Sufren lo que podríamos llamar el desahucio masculino, una nueva lacra de nuestras sociedades tan preocupadas por la justicia y la igualdad. Desde hace un tiempo hablo también con hombres sentados al volante de un taxi o a la mesa de una oficina, hombres que, después de trabajar toda su vida, apenas pueden soñar con jubilarse, porque de un sueldo de 1.800 euros al mes deben pagar a su exmujer 1.500. Hombres que con más de 40 años no tienen más remedio que volver a dormir en casa de sus padres. O en la de un amigo. Y eso, con suerte. Desde hace un tiempo sé que en nuestro país hay más de un hombre sentado en la cárcel, cumpliendo condena por una sentencia basada tan sólo en falsos testimonios.

La igualdad no se consigue con nuevas injusticias. La igualdad sólo se alcanza con esfuerzo, coraje y buena voluntad. Haciéndonos pasar por víctimas de los hombres cuando no lo somos, las mujeres nos volvemos aún más débiles. Y dañinas. En perjuicio de las que realmente lo han sido tantas veces, o lo siguen siendo. No pretendamos tener sólo derechos. Compartamos la custodia y las cargas económicas. Sólo así podremos ser iguales. Debemos ser capaces de respetar al hombre con el que hemos convivido algunos años, o buena parte de nuestra vida. Debemos poder plantear una separación en términos de reciprocidad, en lugar de hacerlo llevadas por una venganza ciega o el egoísmo, y mal aconsejadas por abogados, amigos o parientes. Pensemos en nuestros padres varones, en nuestros hermanos, en nuestros hijos. Lo que no queremos que sufran ellos no se lo hagamos nosotras a sus padres.

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