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Maneras de vivir
Columna
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Cómo aprender de los malos ejemplos

Una de las poquísimas ventajas que tiene envejecer es que vas acumulando unos cuantos apocalipsis personales a la espalda

Rosa Montero

Los de la Escuela de Humanidades de Madrid, que son una serie de locos maravillosos con ideas tan pintorescas como brillantes, me acaban de proponer que participe en un minicurso que impartirán el año que viene sobre el atasco. Así, sin más. O sea, la cosa consiste en que una serie de escritores profesionales vayamos a hablar con los alumnos de los bloqueos, parones, pérdidas de resuello y confianza, angosturas, desfiladeros apenas practicables, ansiedades paralizadoras y otras pequeñas torturas que hemos atravesado a lo largo de nuestra andadura literaria. He dicho que sí, porque la idea me ha parecido genial. Siempre he pensado que una aprende tanto de los modelos positivos como de los negativos; yo, al menos, he aprendido muchísimo observando el comportamiento de aquellas personas que, siendo más inteligentes y talentosas que yo, por ejemplo, han conseguido hacer de sus vidas un disparate a base de pereza, o de falta de rigor, o de exceso de vanidad (normalmente causada por una inseguridad mal asumida), pérdida de contacto con la realidad, ambiciones económicas escandalosamente desmedidas (no te puedes llevar el dinero a la tumba), abyecta pleitesía ante el poder o necia y desorbitada necesidad de sentirse poderosos ellos mismos, por nombrar algunas de las causas más habituales de la perdición. Que ellos, que de partida valían más que yo, se estrellaran en la vida de esa manera, me indicó lo peligrosos que eran los cantos tentadores de esas sirenas y me hizo redoblar el cuidado.

Todo el párrafo anterior se refiere a los escritores, a modelos de escritores que se fueron al garete, según mi punto de vista. Pero el sistema de los ejemplos negativos funciona en todos los registros de la vida. De hecho, creo que la atinada idea de la Escuela de Humanidades se podría aplicar en general. Basta de libros y cursos de autoayuda impartidos por supuestos sabios serenísimos, por santones y gurúes de la existencia que aparentan conocerlo todo y haber rozado el Nirvana con los dedos. Yo quiero profesores rotos y manchados, calamitosos humanos capaces de mostrarme sus derrotas, sus equivocaciones, sus frustraciones. Sí; hay que hablar de los atascos y desdramatizarlos, porque a fin de cuentas el ser humano es un bicho tan tenaz que suele seguir adelante pese a todo.

Yo quiero profesores rotos y manchados, calamitosos humanos capaces de mostrarme sus derrotas, sus equivocaciones, sus frustraciones”

De modo que, al calor de la propuesta me puse a pensar en los parones que he vivido. Primero, claro, en la literatura. Tras mi tercera novela, Te trataré como a una reina, me bloqueé y no pude escribir nada de ficción durante casi cuatro años. Fue un tiempo de plomo, una vida en blanco y negro de la que parecían haber sido extirpadas no sólo la creatividad, sino también las emociones. Al perder la capacidad de convertir el mundo en imágenes literarias, me quedé sin corazón: ya no podía seguir sintiendo las cosas. Creí que ese don se había ido para siempre y me aterroricé; pero volvió, tan enigmáticamente como se había ido. La vida es un misterio.

Luego he seguido teniendo momentos de atasco en mi escritura, siempre menores a ese pero sustanciales, porque en algún caso me hicieron abandonar una novela ya largamente trabajada y por la que de repente perdí la pasión. Pero más importantes aún han sido los atascos vitales, los páramos pelados de la existencia, esos periodos de tu vida en los que crees que todo se ha acabado, que el futuro es, en el mejor de los casos, una repetición amarga y mortecina, y en el peor, una caída vertiginosa.

Una de las poquísimas ventajas que tiene envejecer es que vas acumulando unos cuantos apocalipsis personales a la espalda. Es decir: ya has aprendido que del fin del mundo se regresa. Cuando sufres tu primer desamor a los 14 años, crees que jamás volverá a sanar tu corazón; luego comprendes que te lo pueden romper cien veces más y que aun así esa víscera loca seguirá latiendo apasionada. Sí, la existencia está llena de atascos colosales, de horas y, a veces incluso, temporadas demasiado largas en las que te parece que ya no sabes vivir, en las que crees que no vas a poder salir adelante. Divorcios, duelos, pérdidas de empleo, fracasos, enfermedades, ruinas, traiciones de amigos, rupturas familiares, problemas con los hijos, con los padres, con la idea que tienes de ti mismo. La vida es un puro atasco, la verdad. Y, sin embargo, la inmensa mayoría de las veces se supera, se sale. Todo tiene remedio menos la muerte, e incluso la muerte de los otros puede llegar a asimilarse. Como dice la leyenda de aquella sortija mágica de las Mil y una noches, “también esto pasará”. No hay que olvidarlo.

@BrunaHusky

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