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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Finanzas roñosas

Algo se mueve, aunque con extrema prudencia, en sentido contrario a la austeridad

Joaquín Estefanía

La economía europea se define en este momento por un mínimo crecimiento, débil inflación, pesadas deudas públicas y privadas y, en definitiva, “miedo a un nuevo decenio perdido”. Lo expresan con neutralidad los economistas Jean Pisani-Ferry y Henrik Enderlein, a quienes los Gobiernos francés y alemán han encargado un plan para reanimar las economías de los dos países y la de la UE.

Con demasiada prudencia algo parece estar moviéndose en la política económica de la UE. El gobernador del BCE, Mario Draghi, afirmó que para salir del estancamiento secular de la zona se necesitaría una política con cuatro patas. La primera, el estímulo de la demanda con un plan de inversión. En eso consiste básicamente el anunciado Fondo Juncker, que trata de mover 315.000 millones de euros en el periodo 2015-2017 para todo tipo de infraestructuras, con el objeto de que se crezca y se cree empleo. La cuestión más polémica del mismo es que apenas hay inversión pública (21.000 millones de euros), que tiene que funcionar de palanca para que el resto lo aporten los empresarios privados. Ello supone un nivel de apalancamiento de 15 a uno (15 euros de inversión privada por cada euro público), lo que muchos economistas consideran algo menos que imposible.

El Fondo Juncker trata de mover 315.000 millones de euros para que se crezca y se cree empleo

Si el Fondo Juncker supone una política de demanda, también se exigen políticas de oferta. El citado plan conjunto de los Gobiernos alemán y francés insiste en ello para los dos principales países de la Unión: a Alemania se le pide una política de apoyos hacia el exterior (que la señora Merkel y sus dos principales agentes económicos, el ministro Schäuble y el banquero Weidmann, no quieren ver ni en pintura), y a Francia una reducción del sector público y toda la cantinela de reformas estructurales que se aplica a los países europeos que han vivido o viven “por encima de sus posibilidades”.

A cambio de estas reformas se aplicaría la tercera pata del plan: una mayor flexibilidad fiscal, más tiempo para cumplir el objetivo de dejar el déficit público por debajo del 3% del PIB (o sacar de lo que se computa como déficit las aportaciones adicionales que los Gobiernos hagan al Fondo Juncker). La cuarta pata sería el quantitative easing del Banco Central Europeo, una modalidad del adoptado por la Reserva Federal americana: la compra de deuda pública de los países europeos. El vicepresidente de la institución, el portugués Vitor Constancio, ha anunciado que en el primer trimestre de 2015, a la vista de la evolución de las otras patas de la política económica, el BCE podría iniciar la compra de bonos públicos en proporción al tamaño de las 18 economías de la eurozona, cumpliendo el mandato de la institución y dentro de los límites legales. Algo que tampoco gusta nada a Alemania.

¿Ingeniería financiera?, ¿esfuerzos roñosos para la magnitud del problema?, ¿políticas temerosas? Sin duda, pero rompen la tendencia a la austeridad autoritaria de los últimos años. Algo es algo.

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