País para viejos
U2 es el último de una estirpe. Las grandes bandas de rock se extinguieron como los dinosaurios
El nuevo trabajo de U2, Songs of innocence, salió el mes pasado gratis con iTunes. Y el comercial de Apple es el videoclip de su canción The miracle (of Joey Ramone). Yo nunca había visto un videoclip tantas veces: durante las noticias, durante los dibujos animados, durante los partidos de fútbol. Además, cada vez que buscaba música en mi teléfono –o en 500 millones de teléfonos de 119 países–, aparecía Songs of innocence. Automáticamente. Lo quisiera o no.
Si el lanzamiento pretendía no dejar indiferente a nadie, supongo que fue un éxito. La prensa se ensañó tanto contra tamaña operación de marketing que hasta se olvidó de la música en sí. El Irish Times consideró a la jugada “el sueño de un hacker”, la evidencia indiscutible de que “nadie quiere a Bono ni a U2 en 2014”. Rolling Stone en español se negó a creer que alguien sea “tan soberbio como para suponer que a todo el mundo le apetece tener el disco de U2”. Y añadió: “Solo Apple y Bono podían acometer semejante barbaridad”. EL PAÍS acusó al disco de estar “cocinado hasta tal punto que apenas tiene olor o sabor”.
Según estos medios, el acuerdo entre U2 y Apple –de unos 100 millones de dólares– fue un esfuerzo por dar la vuelta a los sucesivos fracasos de ventas del grupo. Desde All that you can’t leave behind en 2000, U2 ha perdido al menos un millón de seguidores en cada nueva entrega, coincidiendo con la revolución de Internet en el mundo de la música. La primera versión de Songs of innocence fue rechazada por la discográfica. Para ser editada, requirió varias sesiones de maquillaje a cargo de productores de hits rápidos de Beyoncé o One Direction.
No sorprende, pues, que el disco (¿todavía se llaman discos a las cosas que hacen los músicos?) sea un canto de nostalgia a los viejos tiempos de U2: homenajes a sus ídolos adolescentes Ramones y The Clash, cantos a la madre de Bono y a Cedarwood Road, la calle en que creció, recuerdos de su violenta adolescencia en las calles de Dublín son las piezas de un álbum para mirar por el retrovisor.
U2 se ha vuelto un producto de promoción de Apple. Pero es que todos los demás están muertos”
Incluso su sonido reencauchado está lleno de añoranzas. Hay una lenta tipo With or without you –Every breaking wave–, una deconstrucción de guitarra estilo Pride –Iris– y hasta una Vertigo explícitamente diseñada para abrir los conciertos en estadios: The miracle. Por haber, hay nostalgia hasta de los Beach Boys en California (There is no end to love).
Por mi parte, siento nostalgia de U2. Este es el grupo que cantaba sobre las masacres de Irlanda y terminó conquistando Estados Unidos. Los que revolucionaron el sonido de la guitarra varias veces. Las superestrellas que se jugaron todo en el arriesgado y brillante Achtung baby. Los iconoclastas que subieron al escenario a Salman Rushdie cuando estaba amenazado, y llamaron por teléfono a Bill Clinton durante un concierto. Solo que todo eso… Todo eso fue hace mucho. Mucho antes de necesitar a un ejército de profesionales para seguir sonando como ellos mismos.
Y sin embargo, a pesar de todas las críticas, U2 es el último de una estirpe. Las grandes bandas de rock se extinguieron como los dinosaurios. Guns’n Roses pereció entre intoxicaciones alcohólicas y ataques de alopecia. REM agonizó durante cinco discos, siempre con la promesa de que éste sí era el bueno. Depeche Mode aún hace muy buena música pero nadie se da cuenta. Los cuarentones que plagan sus conciertos solo quieren oír I just can’t get enough. Nuestros íconos de la rebeldía rocanrolera, Rolling Stones, esos pendencieros drogadictos y polisexuales…, tienen setenta años.
El rock es un país para viejos. Si hablas de la música de los ochenta, surgen miles de nombres de grandes grupos. Pero en los noventa, ya no queda ni uno. La música a partir de 2000 ni siquiera tiene nombre (¿de los 00?, ¿de los 10?). La idea de álbum no puede competir con la radio Spotify.
Sí. U2 se ha vuelto un producto de promoción de Apple, como una muestra gratis de dentífrico. Pero es que todos los demás están muertos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.