¿Aísla el poder?
Al lector le viene a la cabeza ese espacio donde en cierta época tuvimos a nuestro alcance todo cuanto necesitábamos: el útero
En El amante ingenuo y sentimental, John le Carré dedica casi un capítulo a describir el interior del coche de lujo en el que viaja el protagonista de su novela. Inevitablemente, al lector le viene a la cabeza ese espacio reducido y mítico donde en cierta época tuvimos a nuestro alcance todo cuanto necesitábamos: el útero. Desde la publicación de aquel libro, en 1971, los interiores de los coches de lujo han progresado una barbaridad. Observen la anchura exagerada del respaldo de los asientos, sus bordes romos, sus formas anatómicas, adaptadas al cuerpo como un molde. No hallarán, ni aun utilizando una lupa, un solo remate capaz de evocar agresividad o peligro. No hay perfiles vivos ni superficies ásperas; la moqueta del suelo parece lo suficientemente espesa como para que el pie, al hundirse en ella, no llegue a percibir la frialdad o la dureza de la chapa. La tapicería, de piel, multiplica la sensación general de confort, de intimidad sagrada. Tecnología de inspiración biológica al servicio del aislamiento, reforzado con la penumbra creada por las membranas que, a modo de finísimos párpados, tamizan la luz, o la amortiguan. El bajo de las ventanillas se remata con maderas nobles, obsesivamente barnizadas y pulidas, para que la mirada resbale por ellas como los dedos por una falda de seda. No falta, no podía faltar, la pantalla de televisión, estratégicamente situada en la parte posterior del reposacabezas de delante. ¡Pero qué pereza ver el telediario cuando basta con entornar los ojos para verse a sí mismo flotando en esa atmósfera de calidades amnióticas!
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