_
_
_
_
CARTA DESDE HARLEM
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Humo

Me pregunto si la prisa no nos obliga a vivir como si el mundo mismo fuera uno de esos mensajes de humo, efímeros, triviales, que de tanto en tanto garabatean el cielo

No sé si las personas suelen recordar el día en que empezaron a leer. Yo no. Tampoco recuerdo cómo era vivir en un mundo en que las letras sólo eran manchas, signos sin referentes, contenedores vacíos –y tratar de imaginarlo, de adulto, es como echarse a una alberca y fingir que uno no sabe nadar.

En estas semanas entra la mayoría de los niños a la escuela. Mi hija de cuatro años comienza a ir al kinder en la escuela pública del barrio, y le pesa y frustra que aún no sabe leer. Se espera que un niño de su edad sepa leer –supongo que se esperan muchas cosas de los niños–. Hoy –nuestro último día de vacaciones– paseábamos junto al río Hudson con unos amigos, cuando en el cielo apareció uno de esos letreros de humo que va soltando un avión. Mi hija fue la primera en detectar las letras de la publicidad aérea. Alzó la vista, se le iluminó la cara y nos dijo: “Miren, una nube en forma de cuento”. Su amigo, casi de la misma edad, alzó la vista y leyó fluidamente: “Seguros de Automóvil Geico”. Unos minutos después, el mensaje se disipó.

No voy a elaborar, por supuesto, un argumento en favor del analfabetismo. Lo anterior no es una parábola para demostrar que es mejor no saber leer porque el mundo está lleno de mierda de todos modos, y el poder de la imaginación, etcétera. Pero me pregunto si la prisa con que educamos a nuestros hijos –la misma prisa hueca y ansiosa con que registramos con fotos nuestras vidas, con que consumimos los libros y series de las listas de novedades, con que deglutimos noticias y respondemos correos– no nos obliga a vivir como si el mundo mismo fuera uno de esos mensajes de humo, efímeros, triviales, que de tanto en tanto garabatean el cielo.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_