Caraduras
Si todavía no has sido capaz de digerir que presida el Gobierno un señor que enviaba mensajes de aliento a Bárcenas cuando ya se sabía que era un delincuente, tu decoro vale lo que un diamante
Ser un antisistema, en España, carece de mérito. Basta con no ser un mentiroso. Si en un mitin dices la verdad, ya eres un subversivo. Para demostrar en el futuro a tus nietos que fuiste un rebelde, no tendrás más que pasarles un vídeo en el que te hubieras atrevido a asegurar públicamente que dos por dos son cuatro. Hoy, entre nosotros, con un bagaje moral medio, eres un titán. Extráñate, por ejemplo, de que Cañete, para medrar en Bruselas haya tenido que vender las mismas acciones gracias a las que aquí llegó a ministro y ya eres un superhombre nietzscheano. Si te quedas perplejo frente al cinismo de Gallardón y del Consejo de Ministros, que llevan un año jugando con el nasciturus, malformado o no, y con las mujeres, embarazadas o no, tú eres una persona de una bondad sin límites, tú eres un santo. ¿Qué decimos un santo? Un revolucionario. Si continúas echándote las manos a la cabeza cuando se publica una nueva fechoría de la familia Pujol y te preguntas por las complicidades con las que tuvo que contar para amasar esa fortuna, eres un gigante intelectual. Si no logras entender que Esperanza Aguirre tenga todavía alguna posibilidad, por pequeña que sea, de ocupar un cargo público, eres un sabio. Si cuando salen Montoro, Wert o Ana Mato en la tele, mandas a los niños a la cama, merecerías ser nombrado Defensor del Menor. Si todavía no has sido capaz de digerir que presida el Gobierno un señor que enviaba mensajes de aliento a Bárcenas cuando ya se sabía que era un delincuente, tu decoro vale lo que un diamante. Lo que queríamos significar es que hoy, en España, para ganar unas elecciones de calle no es preciso manifestarse de izquierdas ni de derechas ni de centro. Bastaría con demostrar que no eres un caradura.
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