Ante el hambre, coma iguanas
Una cosa es permitirse un desliz gastronómico, y muy otra sentir que la iguana es el último recurso contra el hambre. Pronto comerla o no, se convertirá en un acto político en Nicaragua
El chiste, si es que es un chiste, es raro. Quizá llamarlo un chiste sea un abuso; es, más bien, una demostración de poder, otra manera del abuso. Consiste en pedirle a alguien que piense un número del 1 al 10, lo multiplique por 9, sume los dos términos del producto y al resultado le reste 5. Entonces debe calcular a qué letra del alfabeto corresponde esa cifra y pensar con esa letra el nombre de un país. Y no decirlo y buscar con la segunda letra del país un animal. Lo he probado docenas de veces: todos contestan Dinamarca Iguana.
Es fácil: la cuenta siempre da cuatro, o sea D, pero se diría que después el mecanismo funciona porque nadie piensa que debería ser original; quizá porque todos creen que los nombres pedidos solo sirven para un paso siguiente. Y terminan mostrando lo fácil que es dejarse manejar. Es cierto que las opciones –Dubái, Dominica– son rebuscadas, cuestionables. Habría que pensar un momento, y sobre todo: habría que creer que pensar vale la pena. Es más fácil aceptar que las opciones son limitadas y simular que uno elige. Gracias a esa idea, los poderes pueden hacer como que te preguntan –y vas a elegir Dinamarca Iguana: es, dirán, tu voluntad. Siempre pensé que “elegir iguana” era una buena metáfora de la democracia; acabo de enterarme de que elegirla, ahora, en Nicaragua, puede ser una metáfora aún más rara.
En Nicaragua el hambre disminuyó mucho mucho en los 20 últimos años; aun así, una persona de cada cinco sigue malnutrida. Nicaragua siempre fue pobre, pero cuatro millones de vacas entre seis millones de personas garantizaban cierta circulación de la carne; algunos, por supuesto, la comían mucho más que otros, pero la mayoría tenía su acceso carnal de tanto en tanto. Ahora la sequía y la mala administración se cebaron en el país y sus cosechas y cebúes. Leí en El País que, si la tendencia se mantiene, se podrían perder 170.000 toneladas de frijoles, y que la perspectiva ya produjo un aumento del 300% de ese alimento básico. También la cosecha de maíz está amenazada, y las vacas: ya murieron unas 3.000, podrían ser muchas más.
Ante lo cual el Gobierno del exsandinista Daniel Ortega está promoviendo la cría y consumo de iguanas. Las iguanas son comestibles –y, de hecho, se comen de vez en cuando en Nicaragua. Yo la probé: su carne es blanca, apollada, sabrosa, aunque, mientras la masticas, no es fácil olvidar su pinta de dragón de segunda. Pero una cosa es permitirse de tanto en tanto un desliz gastronómico por gusto o por angurria, y muy otra sentir que la iguana es el último recurso contra el hambre: no es lo mismo elegir iguana que sentir su imposición.
Así que las reacciones han sido variadas, airadas, mezcla de humor negro y humores oscuros: la oposición habla de la iguana como un retorno a tiempos jurásicos, la demostración de que el Gobierno ha perdido del todo el control y la chaveta; el Gobierno insiste en que forma parte de las tradiciones nacionales. Su preparación más popular, la iguana en pinol, es un guiso que la mezcla con naranjas agrias, huevos, maíz tostado, ajo, cebollas y tomate.
La batalla por la iguana es, por ahora, charlaíta, guasa. Pero, más allá de su sabor y sus preparaciones, es probable que comerla o no comerla, elegirla o rechazarla pronto se convierta, en Nicaragua, en un acto político. Otra metáfora, más rara aún, de ese régimen confuso que seguimos llamando democracia.
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