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Columna
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Aniversarios

Celebremos 1939, el año en que la ciencia fue barrida de España, el año en que tuvo que hacerse católica como todo lo demás

Jorge M. Reverte

Hace apenas cuatro años se celebró el centenario de la Residencia de Estudiantes, una de las puntas de lanza de la Junta de Ampliación de Estudios, la JAE, que fue una herramienta milagrosa para poner al día la Ciencia en España. Se vivió lo que no había forma de exagerar: la edad de plata de la cultura española.

En 1939, la JAE y todo lo que tenía que ver con ella fue desarbolado. Hombres y mujeres, los mejores que había en el país, fueron expulsados al exilio, emparedados, o fusilados contra las tapias de los más diversos cementerios.

La tarea se hizo con eficiencia. La encabezó un tipo llamado José Ibáñez Martín, entonces ministro de Educación, que asumió la responsabilidad de presidir el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), que agrupó todo lo que la JAE había supuesto. Con una máxima de hierro: la ciencia española tenía que ser católica. Algo difícil para explicárselo a un átomo, por ejemplo. Pero así eran las cosas. Mientras Ibáñez atendía su hercúlea tarea, que complementaba con la depuración de los maestros no franquistas (casi todos), en el CSIC crecían los meapilas del Opus Dei y se hacían con todo.

Hace 75 años de eso. Y resulta que lo vamos a celebrar. No a conmemorar, sino a celebrar. Como algunos celebran el inicio del golpe de Estado franquista, y su victoria de 1939, de la que es parte esto. Ya está en ello el presidente, Emilio Lora Tamayo, un físico que está administrando la agonía terminal de la institución, que ha vuelto a ser colonizada por hombres y mujeres que piensan que el átomo debe ser católico.

Celebremos 1939, el año en que la ciencia fue barrida de España, el año en que tuvo que hacerse católica como todo lo demás. Un milagro.

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