Guerras de familia
La caída de Pujol es el resultado de una de esas batallas familiares que se dan cada equis años


Artur Mas compone una expresión de desconsuelo funerario al referirse a Jordi Pujol en una rueda de prensa. No se trata de una imagen robada en la intimidad del tanatorio, sino expuesta deliberadamente al público en horario infantil. Tuvieron acceso a ella los contribuyentes con sus cuentas al día; los parados de larga duración; los enfermos en lista de espera; los desahuciados; las parturientas; los empleados de Renfe; las amas de casa; los opositores a notarías; los fisioterapeutas; los químicos; los investigadores; los médicos de atención primaria; los agricultores y ganaderos; los filósofos; los basureros; los listos; los ingenuos; los encantados y desencantados; los nacionalistas y los apátridas; los enfermos mentales; los cocineros; los presos; los suicidas…
Tenía que haber visto, señor Mas, el gesto de sorpresa de la ciudadanía cuando se abrió en canal para mostrar su pena por el defraudador al que le debe todo. Fue uno de esos instantes en los que uno comprende las bases sobre las que se asienta el Estado. La corrupción, en efecto, está generalizada. Y garantizada. De hecho, lo que venimos averiguando estos días acerca de su padre político no habría sido posible sin cientos de complicidades políticas de aquí y de allá. No podría entenderse sin unas estructuras mafiosas que se prestaban un apoyo mutuo mientras cada una practicara la extorsión en su territorio. La transición empezó con el archivo del caso Banca Catalana. La caída de Pujol es el resultado de una de esas guerras entre familias que se dan cada equis años. Sirven para desentumecer los músculos.
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