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Columna
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Gasolina

Urgido de recursos fiscales, Nicolás Maduro considera seriamente liberar el precio del combustible

Ibsen Martínez

A un cuarto de siglo de los sangrientos motines del “Caracazo”, todos señalan un aumento del precio de la gasolina como el culpable de centenares de muertes y dan aquella fecha como el momento en que comenzó a joderse Venezuela.

Un gobernante, antiguo populista manirroto, dio la espalda a sus ideas redistributivas, quiso aplicar las fórmulas del “consenso de Washington” y reducir algunos subsidios, pero liberar el precio del combustible resultó políticamente catastrófico: aquellos polvos trajeron los lodos de Hugo Chávez.

El “Caracazo” deparó una orgía de saqueos, rociada con cerveza y whisky robados, que solo se aplacó cuando el Ejército comenzó a ametrallar inmisericordemente las favelas de Caracas.

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Suena inverosímil que la población se indignase hasta el saqueo ante un nimio aumento de menos de un 0,25%. Hablo del país que, ya entonces como ahora, consumía la gasolina más barata del mundo: según el Banco Mundial, en Venezuela puedes llenar el tanque de un VW Golf con 87 centavos de dólar (0,64 euros). Sin embargo, las matanzas de 1989 sentaron un tabú: no liberarás el precio de la gasolina, so pena de un estallido social.

Urgido de recursos fiscales, Nicolás Maduro considera seriamente liberar el precio del combustible. Sus adversarios hacen graves advertencias, al tiempo que se ilusionan con un estallido social.

Pero con una oposición escindida, acorralada entre la cárcel y el ultraje, con férreo control de su partido, el decidido apoyo de los narcogenerales y sus motociclistas paramilitares, Maduro bien pudiera salirse con la suya. Sin “Caracazo”.

Nunca llenamos dos veces el tanque con la misma gasolina.

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