Colin Firth: El galán eterno
Elegante, clásico y británico. Durante años fue secundario de lujo. Vuelve a los cines con un drama histórico con Nicole Kidman
Hay tres cosas que Colin Firth (Hampshire, 1960) nunca olvida llevarse a los rodajes: un chef italiano, un traje oscuro y a Livia Giuggioli, su mujer.
Más británico que el Big Ben, este actor de porte clásico y vocación camaleónica es el intérprete de moda y sus servicios son igualmente requeridos por directores a uno y otro lado del Atlántico. Unos dicen que representa al británico de toda la vida, puntual y ácido; otros, que en sus ojos puede verse a cualquier tipo normal, y que ese es su auténtico secreto.
El inglés, un hombre alto y bien peinado, se presenta a la entrevista de un negro impoluto, con zapatos impecables, y un entourage que incluye a dos publicistas, un maquillador y un peluquero. El actor saluda al periodista y acto seguido se disculpa para poder hablar unos minutos con Nicole Kidman, a la que al parecer no veía desde que rodaron juntos Un largo viaje, su última película, estrenada esta semana en España. En ella el actor interpreta a un veterano de guerra que por fin puede decidir si la venganza es algo tan valioso como para justificar toda una vida o si el perdón es infinitamente más preciado.
Finalizada la charla con su partenaire, el británico se sienta con El País Semanal para discutir su hueco en un mundo donde solo parecen existir estrellas y secundarios, mientras la clase media se difumina en un mar de efectos especiales y producciones con muchos ceros. “Yo soy un actor de reparto, sé perfectamente que no soy una estrella y tampoco lo he deseado nunca, prefiero que me consideren un buen intérprete”, dice mientras juguetea con los dedos en la mesa. “Creo que hay actores que quieren ser vistos de un modo pétreo. Yo prefiero la sustancia, me gusta ofrecer algo a lo que el espectador pueda agarrarse, más allá de si me sienta bien o mal el traje que llevo. ¿Actor clásico? Ojalá, eso sería un grandísimo elogio, porque adoro la vieja escuela”.
Meryl Streep: “Representa al tipo maduro y autoconsciente
A los 54 años, sigue teniendo el aspecto de un gentleman acostumbrado a mancharse las manos cuando sea necesario y hasta a hacer chistes a costa de ello: “Alguien dijo un día que yo podía encajar en cualquier película excepto en una de Mike Leigh [un cine que podría definirse como urbano y obrero]. No sé si tomármelo como un cumplido”. La cuestión es que Firth, quintaesencia del inglés de club privado, que fuma en pipa en la intimidad y que disfruta de las pintas de cerveza como de un buen chubasco, ha conseguido en 30 años de carrera ser uno de los intérpretes más respetados del mundo, y su esfuerzo le ha costado. “Colin es una bendición para cualquier guionista, puedes poner cualquier cosa en su boca, hacerle partícipe de cualquier situación, y él lo resuelve con la misma facilidad con la que tú y yo abrimos un paraguas. Ese es su gran talento, encajar cualquier modelo, cualquier gag, y que parezca que no está actuando. Como cuando te vas con un amigo a tomarte un café y te cuenta qué tal le va”, dice Richard Curtis, guionista y director de Love actually, en la que Firth interpretaba a un escritor de poca monta que se enamoraba de una portuguesa y aprendía el idioma para poder conquistarla; en lo que parece un paralelismo con su propia vida.
El actor se ríe: “No lo había pensado. La verdad es que Livia y yo nos conocimos en el rodaje de una serie [ella era la productora ejecutiva]. Lo de aprender italiano vino después. ¿Qué me conquistó? El aceite de oliva, no puedes imaginarte el aceite que hacen en su pueblo. Si quieres, luego te cuento… Después ya vino la pasta y esas cosas”. ¿Y lo de llevarse un chef a los rodajes? “Bueno, no pido muchas cosas, no soy de esos actores excéntricos que quieren Lacasitos de color verde y solo verde, yo me conformo con un buen cocinero al que no se le pase la pasta”, cuenta el actor con mirada burlona e irónica.
Colin Andrew Firth, hijo de un catedrático en Historia y una catedrática en Teología, pasó sus primeros años en Nigeria (sus abuelos eran misionarios metodistas en África). A los cinco años volvió a casa a recibir una educación estrictamente británica. Un agente le descubrió a los 18 viéndole actuar en Hamlet, y estuvo cuatro años sobre las tablas de diversos teatros de Reino Unido hasta que a una edad relativamente tardía (24 años) debutó en una serie de televisión llamada Crown court. A partir de ese momento compaginó pequeña pantalla y teatro, hasta que en 1987 protagonizó Un mes en el campo, su primera película. “Creo que fui afortunado de empezar a una edad en la que ya tenía la experiencia y el aplomo adecuados para que aquello no me asustara más de lo necesario”, admite el actor. “Me había curtido sobre el escenario y ante el público más duro, y esas cosas te preparan para casi todo. Estoy seguro de que si hubiera empezado muy joven, no habría sabido llevarlo demasiado bien”.
En 1995 llegó su primer gran éxito, gracias a una adaptación para televisión de Orgullo y prejuicio en la que interpretó a Mr. Darcy. Seis años después (con fantásticos papeles secundarios en sendos taquillazos entre medias: El paciente inglés y Shakespeare enamorado) se convertía de nuevo en Mark Darcy en El diario de Bridget Jones (un personaje inspirado también en la obra de Jane Austen). Renée Zellweger, su compañera de reparto en la película, lo definía entonces así: “Colin es el hombre al que te agarrarías fuerte cuando las cosas van mal; un tipo confiable, bueno, como una especie de torreón, un faro que te guía en la distancia. Creo que por eso es capaz de construir un personaje tan perfecto y natural”. Aquel filme se convirtió en un fenómeno de público. “Bridget Jones fue un regalo”, dice hoy el actor. “Ya no solo por lo bien que funcionó en taquilla, sino porque me permitió meterme en otro tipo de personaje completamente distinto del que había hecho hasta entonces. No es que me hubiera encasillado, pero había interpretado muchos papeles muy serios y me convenía una comedia”, explica el de Hampshire.
“Ahora que somos todos clase media, Colin Firth es el hombre de todos”, escribió Dave Calhoun, periodista de la revista Time Out de Londres, cuando el actor comenzó a dejar atrás los papeles de secundario de lujo para ser el intérprete que todos querían encabezando sus repartos. “Tiene un gran talento, es elegante y representa al tipo maduro y autoconsciente con el que sueñan muchas mujeres y al que admiran muchos hombres”, contaba Meryl Streep durante la promoción de Mamma mía, en la que Firth hacía de todo, incluido cantar. “Hice mucho, mucho, el ridículo en el rodaje de aquella película, cantando aquellas canciones, con aquellas pintas, pero después del éxito supongo que a muchos les gustaría haber hecho el ridículo de aquella manera. ¿Si no me gustaba la banda sonora? Hazme un favor y no me pongas en un aprieto”.
Pero si hay un momento que defina la carrera de este galán perpetuo, ese es el Oscar que se llevó por su interpretación del rey Jorge VI en El discurso del rey. Con la meca del cine a sus pies, habiendo trabajado desde la distancia de su residencia en Europa, ahora en Londres, ahora en Italia, el premio de Firth supuso también un triunfo del clasicismo y la elegancia (epítome del actor inglés) frente a los actores estadounidenses (aquel año, 2011, competían Jeff Bridges, Jesse Eisenberg, James Franco y Javier Bardem). “No sé si es el momento más importante de mi carrera, no debo decidirlo yo, en todo caso no ahora, quizá cuando me haya retirado. Lo que sí puedo decir es que solo el hecho de que tus compañeros crean que lo mereces es un galardón mejor que el Oscar. La verdad –no quiero parecer inmodesto– es que cuando te ofrecen algo así, un papel tan maravilloso, sería un pecado que no pusieras todo lo que eres para hacerle justicia. Evidentemente me hizo muy feliz ganar el premio y mentiría si dijera lo contrario”, cuenta el británico. Para el extraordinario Geoffrey Rush, compañero suyo en aquella cinta, lo que hizo Firth es algo más que interpretar a un rey incapaz de reinar: “Colin nos acercó a un capítulo de la historia que solo era conocido en Gran Bretaña y lo transformó en algo universal. Como actor, tiene esa capacidad para universalizar algo tan local en apariencia como la tartamudez de un monarca en un momento en que era imprescindible que este se comunicara con su pueblo. Pocos actores pueden hacer eso hoy, y Colin es uno de ellos”.
Firth y la historia. El día en que se desarrolla esta entrevista, en un club del centro de Toronto, el actor promociona ante la prensa mundial el estreno de la mencionada Un largo viaje, un filme sobre Eric Lomax, “un veterano de la II Guerra Mundial que fue hecho prisionero por los japoneses y obligado a colaborar, en condiciones de esclavismo, en la construcción del ferrocarril que uniría Tailandia y Birmania”, en palabras del actor. “Una historia durísima sobre un héroe de guerra que yo, al menos, desconocía”. Las memorias de Lomax, publicadas en 1995, incluían un detallado relato de las torturas y la crueldad con la que sus captores japoneses trataron a este especialista en comunicaciones y a su unidad. A muchos les costó la vida; a otros les dejó secuelas imborrables.
El intérprete reconoce que, aunque el guion le impresionó, lo que realmente modeló su actitud respecto al papel fue su primer encuentro con Lomax. “Siempre ayuda cuando interpretas a alguien real: conocerlo y escuchar. Pero con Eric fue más que eso; era mirarle y darte cuenta de lo extraordinario que era ese ser humano. En ese momento pensé que debía comprometerme con él, dar lo mejor de mí para honrarle, a él y a los hombres que murieron en aquel horrible episodio”. El actor se sumergió en los libros de historia justo después de su reunión con el protagonista de aquel trágico viaje: “¿Sabes que Winston Churchill dijo que la caída de Singapur fue el mayor desastre británico de la II Guerra Mundial? Sin embargo, se ha hablado muy poco de ello, probablemente porque la rendición total y absoluta de la ciudad y la entrega de las armas no daban para muchas historias de héroes. Incluso puedo recordar a mis viejos profesores en Winchester, cómo mis compañeros y yo los tratábamos con poca deferencia, cuando después recuerdas que eran veteranos de guerra y que algunas de sus excentricidades fueran –probablemente– causa de una guerra que nosotros no habíamos conocido. Es algo doloroso”.
La odisea de Lomax inspiró un clásico bélico como El puente sobre el río Kwai, aunque al actor le parezca una referencia bastante confusa: “Es cierto que la vi, porque es el único pedazo de cine sobre la contienda que hemos podido rescatar, pero –sin querer entrar en polémicas– creo que hemos tendido a idealizar ciertas partes del conflicto para buscar heroísmo donde no lo había e ignorado a los auténticos héroes: estaban frente a nuestras narices”. Firth, que se quedó en los huesos para este último papel, defiende el deber del cine de contar historias que no sólo sirvan para entretener, sin desmerecer a las que sirven a ese único propósito: “Creo que es importante explicar cosas relevantes, cosas que nos hagan reflexionar sobre lo que hemos ganado y lo que hemos perdido, cómo esas victorias y esas derrotas cimentaron lo que somos ahora. El día que dejemos de hacer cine para pensar, estaremos cavando nuestras propias tumbas”.
Pasada la cincuentena, felizmente casado, con sus hijos camino de la adolescencia y bien establecido en un mundo tan cambiante como el del cine, Colin Firth no quiere pensar en el futuro y tampoco le emociona la idea de residir en el pasado: “Para un actor no es bueno concentrarse en lo que ha hecho y tampoco creo que sea bueno hacerse una especie de lista de lo que queda por hacer. Creo en el presente. La verdad es que no soy un tipo paciente, aunque por mi aspecto la gente pueda tender a creer eso. Me vuelven loco los que por culpa de no hacer bien su trabajo perjudican a los demás. Y eso me hace estar muy pendiente del ahora. Si me preguntas como padre es otra cosa, obviamente siempre piensas en el futuro de los tuyos. Pero como actor nunca especulo”.
El día que dejemos de hacer cine para pensar estaremos cavando nuestras propias tumbas”, dice Firth sobre su profesión
En los últimos tiempos, y con la ayuda de colegas como Cate Blanchett, Victoria Beckham o la mismísima Anna Wintour, el actor y su mujer han fundado Eco Age, una compañía que aúna moda, humanitarismo y ecología, y que pretende reducir la distancia entre ética y estética, según cuenta Firth: “Livia siempre ha colaborado con Oxfam y hemos viajado a África en multitud de ocasiones tratando de ayudar, sin lujos. En un momento dado pensamos que podría ser buena idea tratar de mezclar conceptos aparentemente tan alejados como el glamur o el estilo y la ayuda que necesitan determinados países. Por eso fundamos Eco Age, que dedica muchos esfuerzos a explicar por qué puedes vivir mejor gastando menos energía, y hemos tratado de implicar a muchos de nuestros amigos en ello. Cuantas más voces seamos, más fácil será conseguir que el mensaje llegue a todas partes”.
El tiempo que no pasa trabajando lo dedica a cuidar de sus hijos Luca y Matteo y, como buen inglés, a cuidar del jardín de su casa de Umbría, en Italia, nación que considera tan propia como la que le vio nacer. “Italia es maravillosa, sus gentes son encantadoras y el italiano es el idioma más musical sobre la faz de la tierra. ¿Que si lo hablo? Por supuesto, ¿por quién me tomas?”. La pareja comparte casa y vida en Città della Pieve, una localidad conocida por su aceite de oliva, considerado uno de los mejores del mundo. “Tengo un montón de olivos maravillosos y ese aceite, te lo había dicho antes, ¿verdad?… si te lo explicara, no lo creerías”, sonríe el actor mientras apoya ambas manos en la nuca.
Aficionado al borgoña (“aunque ahora que vivo en Italia no lo digas muy alto”), admirador de la música clásica en general y de Mozart en particular y aficionado a escribir un diario personal, el actor no tiene reparos en reconocer que cuando se retire piensa dedicarse a comer y a vivir la vida, “quizá me compre unas viñas”, bromea. “Si cuando empezaba me hubieras preguntado dónde llegaría o dónde soñaba con llegar, jamás hubiera pensado que podría ganarme la vida con esto, viajar, tener una casa en Italia… Uno nunca se atreve a soñar en alto, pero debo confesar que ahora, cuando miro atrás, siempre me pregunto qué habría hecho si hubiera sabido algunas cosas que sé ahora. En fin, supongo que todos lo hacemos, ¿no?”.
Sea como fuere, no hay quien le tosa. Entre 2014 y 2015 tiene previsto estrenar seis películas, incluyendo Magic in the moonlight, a las órdenes de Woody Allen, y The secret service, con su amigo Matthew Vaughn, a las que presumiblemente imprimirá su sello personal e inimitable. Un estilo que parecía reservado a esas figuras clásicas y que ahora vuelve a lucir como si nunca hubiera pasado de moda: el del galán sin mancha.
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