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entrevista: Sor Lucía Caram

"Se acabó el dar fórmulas: Hay que ponerse manos a la obra"

Asegura que la felicidad es contagiosa y que cualquiera, por pobre que sea, puede ayudar. Solo hace falta transmitir ganas de luchar. Vencer el desencanto es la nueva misión

Carolina García
Sor Lucía Caram tiene su propio programa de cocina en televisión.
Sor Lucía Caram tiene su propio programa de cocina en televisión.

Lleva meses en el centro de la polémica. Lucía Caram ha salido de su vida contemplativa para transmitir sus opiniones y sus duras críticas al Gobierno y a una sociedad apática en programas de televisión, de radio y en distintas universidades a lo largo y ancho de la geografía española. En este tiempo, esta religiosa ha dado titulares como: “Antes pedía a Dios y ahora a todo dios” o “Se acabó el dar fórmulas: hay que ponerse manos a la obra”, lo que le ha elevado a la fama. Carismática, vitalista, inquieta y crítica con el entorno, se ha convertido además en un fenómeno de las redes sociales, con más de 48.000 seguidores en Facebook y 60.000 en Twitter.

En este tiempo, se ha enfrentado a existencialistas y ateos, sin eludir ningún tipo de polémica ideológica ni religiosa. Su lema: convencer de que “el secreto de la felicidad es saber compartir los bienes que son de todos” y de que “hay que recuperar la fe en la humanidad”. Desde uno de sus proyectos, la Fundación Rosa Oriol, que cuenta con 250 voluntarios y llega a miles de personas, trabaja con la gente para “crear un nuevo modelo de sociedad” y ofrecer recursos de emergencia –comida, albergues, programas de reinserción a través de huertos ecológicos y talleres de confección– a miles de personas que lo necesitan. Es la perfecta personificación del “si se quiere, se puede”.

PREGUNTA ¿Realmente se puede ayudar sin dinero? Suena utópico…

Muchos piensan que la crisis es un retroceso. En mi opinión, estamos ganando en humanidad"

RESPUESTA. Yo creo que nadie es tan pobre como para no poder aportar algo a la humanidad. Por ejemplo, regalar una sonrisa, dar consuelo en medio del sufrimiento o transmitir paciencia y esperanza, esa capacidad de luchar porque creemos en la humanidad, son gestos suficientes. No cuestan dinero y funcionan. Pero hay que creérselo. El problema es que la sociedad está desilusionada, triste, porque nos hemos dado cuenta de que nos han robado algo que es esencial: la posibilidad de tener una vida digna y feliz. Y eso provoca apatía y hace que recemos demasiado a menudo el clásico “Virgencita, Virgencita, que me quede como estoy...”. Pero hay que dar un paso hacia adelante. El cambio viene del compromiso. En España necesitamos cambiar el chip, tenemos que convencernos de que hay que preguntarse qué podemos hacer por nuestro país y nuestra gente, darnos cuenta de que debemos luchar por nuestra vida y por la de los demás, de que hay que implicarse con las empresas en las que trabajamos, formar parte de su engranaje y comprometernos con su beneficio porque será el de todos. La caridad no es dar lo que a uno le sobra, sino compartir lo que es de todos.

P. ¿Quién o qué tiene la culpa de este desencanto?

Cinco actitudes para una vida feliz

-Compartir

Una sonrisa o un gesto son suficientes para ayudar.

-Trabajar

A nivel local y crear comunidades de vida.

-Cooperar

No competir para destruir al prójimo. Poner lo mejor de nosotros en algo más humano.

-Bienestar

Equilibrar la realidad física, psicológica y espiritual.

-Espiritualidad

La capacidad de poder entrar en la realidad que nos habita.

R. Nosotros mismos. La vida digna debe entenderse como el equilibrio entre realidad física y material, psicológica y espiritual. Si uno no tiene las necesidades cubiertas de salud, comida, educación y cualquier otra que haga que nos desarrollemos como personas, sea la que sea, se sumerge en una situación de estrés y angustia que le impide desplegar su potencial y ser feliz. Hemos perdido la calidad de vida por el estrés con el que vivimos, pero también por ciertas exigencias que hemos permitido que nos imponga la sociedad. Desgraciadamente hemos deambulado en el convencimiento de que la felicidad se conseguía a través de lo material, teniendo más, aunque por dentro estuviéramos vacíos. De esta forma, hemos vivido exiliados de nosotros mismos, dando cosas y tapando agujeros. La crisis ha acentuado las carencias y muchos nos hemos dado cuenta ahora de que, si no nos agarramos a aquello que nos convierte en mejores personas y trabajamos desde allí, realmente no nos queda nada.

P. ¿Eso significa que la crisis ha traído algo bueno?

R. La crisis está despertando otra manera de vivir. Estamos recuperando la humanidad y devolviéndoles la importancia a los afectos. Muchos ya se están dando cuenta de la importancia que estos tienen: las buenas relaciones con la tierra comienzan tímidamente a retomarse. Hasta hace bien poco, la gente huía del campo y se iba a las ciudades, pero ahora empieza a hacer el camino contrario. La comida basura era un menú habitual por la falta de tiempo y ahora estamos volviendo al cultivo natural, a la comida de la abuela, a la sobremesa… Parece como si estuviéramos descubriendo algo nuevo. Aún así, hay muchos que todavía se sienten tristes y frustrados porque piensan que esta crisis supone un retroceso, una pérdida de lo que habíamos ganado. Pero en mi opinión la mayoría vemos que, en realidad, estamos ganando en humanidad y quien gana en humanidad gana en bienestar, en serenidad y en armonía.

Biografía

* Lucía Caram nació en Tucumán (Argentina) en 1966.

Es religiosa contemplativa de la Orden de las Dominicas.

* Reside en Manresa (Barcelona) desde los 19 años y dice haber conseguido, desde el silencio del convento, “escuchar el gemido de la gente que sufría y darle una oportunidad”.

* Se atreve con todo: ha escrito varios libros, entre los que se encuentran ‘Mi claustro es el mundo’ y ‘A Dios rogando’ (Plataforma Editorial) y ha presentado un programa de cocina en un canal temático.

P. ¿Cómo podemos luchar contra la actual situación?

R. Se pueden hacer dos cosas: actuar como los macropoderes económicos, los que mandan en la política y en la economía, mirando para otro lado y haciendo que la pobreza y la falta de bienestar se vuelvan invisibles o, como yo propongo, humanizarnos y luchar a muerte por la vida de todos. Tenemos que priorizar lo que realmente es importante para nosotros: respetar nuestra propia escala de valores. Y ser capaces de reconstruir nuestra manera de relacionarnos en el trabajo, en la vida familiar, en la convivencia con los demás y en nuestras relaciones afectivas de forma que estas sean más duraderas. Yo no soy la que voy a ganar dinero para que mi familia esté bien: yo soy la que tiene que estar bien para que mi familia sea feliz. Y debemos construir un espacio que nos ayude a serenarnos y a encontrar el equilibrio. Si llego a casa y vuelco allí toda la tensión y presión del trabajo, destruiré la convivencia. Si, por el contrario, soy capaz de compartir con los que quiero mis preocupaciones, mis tristezas y esperanzas, podré tener un entorno en el que abrir mi corazón y descansar. Podré disfrutar de otros momentos que compensen mis sufrimientos.

P. ¿Y qué hay del prójimo?

R. La felicidad llega cuando amas tu vida y la compartes con los otros. No se puede ser feliz sin compartir. La crisis ha despertado una nueva conciencia, hace que nos sintamos corresponsables y solidarios con la causa de otros. Antes, la lucha contra la pobreza era el 0,7% del Tercer Mundo, pero ahora esa realidad está muy cerca de nosotros. Somos protagonistas. El objetivo es generar espacios de paz, de convivencia, y construir nuestro entorno a nivel local, eso que soñamos para todos. El gran reto que tenemos es crear comunidades de vida, porque nos llevan a cambiar los conceptos que han envenenado nuestras relaciones. Hasta ahora las relaciones humanas se han basado en relaciones económicas y, cuando la cuestión monetaria ha desaparecido, también lo han hecho las relaciones humanas. Cuando es al revés no desaparece la relación. Si estamos en pequeñas comunidades, poniendo los bienes en común, respetando la vida de los otros, descubrimos que es mucho más importante la cooperación que la competición. Somos muchos los que estamos luchando ahora mismo por la cooperatitividad, lo que significa que no vamos a competir para destrozar al otro, vamos a poner lo mejor de nosotros y vamos a cooperar para poder ofrecer un producto más humano.

P. Ahora son muchos los que necesitan ayuda…

R. Efectivamente, es así, pero no tenemos que esperar que el cambio venga desde arriba, sino que debemos ser capaces de generar complicidades. Hay que recordar que nada cambia tanto el mundo como el cambio de uno mismo. Se trata de empezar a crear oportunidades, unas oportunidades que se construyen de una forma muy humilde pero que pueden llegar a ser muy fuertes. Si yo me comprometo a hacer que una persona de mi entorno esté feliz simplemente compartiendo lo que soy y lo que tengo y este otro hace lo mismo, esto se va contagiando. Y poco a poco cada vez seremos más.

P. ¿Qué papel tiene la espiritualidad en todo esto?

R. Espiritualidad y fe no van de la mano del concepto de Iglesia. La espiritualidad es la capacidad de poder entrar en el misterio que nos habita, nos rodea y nos trasciende. Es el espacio de serenidad para poder vivir positivamente la nostalgia entre lo que podemos ser y lo que somos y así poder ser lo que queremos ser. Dentro de nosotros hay semillas de bondad y solidaridad. La espiritualidad nos da el espacio para regarlas y que se desarrollen. Y la fe recupera palabras como amor y ternura que, hoy por hoy, son fundamentales.

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Sobre la firma

Carolina García
La coordinadora y redactora de Mamas & Papas está especializada en temas de crianza, salud y psicología, y ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS. Es autora de 'Más amor y menos química' (Aguilar) y 'Sesenta y tantos' (Ediciones CEAC). Es licenciada en Psicología, Máster en Psicooncología y Máster en Periodismo de EL PAÍS.

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