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EL PULSO
Columna
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Este chico raro y feliz

En la plaza parisiense de ­Georges Brassens compré una foto de Dalí, pillado por sorpresa en una imagen desconocida, juvenil, feliz y lejos de sus mundanales ruidos

Salvador Dalí, en una foto desconocida y sin datar, muy lejos de sus estudiados posados posteriores.
Salvador Dalí, en una foto desconocida y sin datar, muy lejos de sus estudiados posados posteriores.A. J. R.

En la plaza parisiense de ­Georges Brassens hay un refugio de buquinistas sin río, de buscadores de libros sin turistas. Siguiendo la recomendación de Eduardo Arroyo, llegué pronto. Nunca es fácil pescar pieza en esos paraísos de pago de los amantes de los viejos libros, hay que tener paciencia, vista y suerte. La tuve, pesqué, me estaba esperando el más fotografiado de nuestros artistas, el más exhibicionista, el gran posador. Allí estaba, pillado por sorpresa en una imagen desconocida, juvenil, feliz y lejos de sus mundanales ruidos.

¿Es todavía posible encontrar una foto inédita de Dalí? Consulto a los connoisseurs de su iconografía. Primera prueba, Juan Manuel Bonet, experto en vanguardias: “Nunca había visto esta imagen”. Sigo. Fernando Huici, crítico de arte: “Me suena la vestimenta, pero no soy capaz de recordarla publicada”. Prueba de fuego, Fundación Gala-Salvador Dalí: me confirman que es el pintor, pero que la foto es desconocida para ellos. Y no cualquier foto. Nada que ver con una de las miles de sus décadas de fama y flases, de poses, bigotes, ojos y otros gestos repetidos en su daliniana puesta en escena. Aquí no mira a la cámara, está feliz y el fotógrafo es un ausente voyeur. Tan relajado que no parece importarle que a su lado haya dos niños, dos adolescentes: “No me gustan ni los bichos ni los niños. Es que se mueven. Cuando algo se mueve a mi alrededor, me pongo nervioso”. Dice Dalí cosas mucho más extravagantes sobre niños y bichos.

Antonio Pitxot, en su libro de conversaciones sobre Dalí con Fernando Huici, nos avisa: “No hay que olvidar en Dalí las dobles imágenes, las dobles intenciones. Siempre me aconsejaba: ‘No olvides nunca que las exageraciones siempre son pocas en el arte. Y hasta cuando hables en público, las exageraciones son imprescindibles”.

Los Pichot –ahora Pitxot– fueron la excepción, su familia “elegida”. Vecinos de Figueras, burgueses ilustrados, artistas, músicos, diseñadores de jardines, divas de ópera, vividores y cosmopolitas, tuvieron una importancia esencial en Dalí. Desde que Ramón Pichot, amigo de Picasso, pintor residente en París, abriera los ojos a la pintura al joven ampurdanés hasta este Antonio Pitxot, el último y mejor amigo de Dalí desde los años cincuenta. El único hombre de confianza que al final de su vida tuvo que cerrar las ventanas de Púbol porque cuando entraba un rayo de sol decía: “Quita eso que es la vida”. Sin embargo, le divertía repetir obscenos dichos a sus enfermeras: “Mira si són putes les noies de Vic que unes a les altres es fiquen el dit” [Mira si son putas las chicas de Vic que unas a otras se meten el dedo].

Un excéntrico anciano que parecía volver a los días felices. Volver allí, donde en la primera visita que le hicieran Paul Éluard y su mujer, Gala, consiguiera despistar al grupo en compañía de aquella extraña musa de los surrealistas. El poeta se sintió mal y la hermana del pintor, Ana María, emprendió la búsqueda del imprevisible Salvador. Lo recoge Pitxot: “Estuve buscando a Gala gritando como una loca y no aparecía por ningún lado. Iba por las rocas, subiendo y bajando, y de pronto, en un recoveco, me la encuentro. Mi hermano estaba tumbado en el suelo y Gala le estaba haciendo trabajos especiales”.

¡Eso es! ¡Esa es la foto inédita y de autor desconocido! Dalí adormilado, feliz con la memoria de aquello que esa tarde descubrió. Gala, que se había tenido que ir a ocuparse de su doliente e ignorante marido, le había dejado en compañía de aquellos chicos que habían espiado su abierta historia de amor entre piedras. Aquellos pícaros adolescentes consiguieron, con boina y sonrisa, colarse en esa foto en la que él, que lleva puesta una chaqueta de Gala, parece seguir en su nube poscoital. Nada le importa, ni la bronca familiar, ni el escándalo con Éluard; están enamorados, son jóvenes, surrealistas e infieles.

Después vendrían las escapadas, Málaga, Torremolinos –donde Gala hizo el primer ­toples de la historia de España–, París, Un chien andalou, la casa de Port Lligat, la República, la guerra, Nueva York, la fama, las fotos, los amigos muertos, la sangre más dulce que la miel y el sexo inicial de una tarde de verano. Una foto de cuando fue feliz y no sabía posar.

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