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Anecdotario secreto de Salvador Dalí

El pintor Antonio Pitxot cómplice y amigo, desvela el lado más íntimo del artista en un libro de conversaciones con el historiador y crítico Fernando Huici March

Retrato de Salvador Dalí.
Retrato de Salvador Dalí.Philippe Halsman

Descubrir a estas alturas algo nuevo o poco conocido sobre Salvador Dalí, puede sonar a ciencia ficción. Son decenas y decenas los libros publicados sobre el artista en todo el mundo y él fue el primero en hablar profusamente de sí mismo en sus abundantes escritos. Solo su gente más próxima puede tener todavía algo nuevo que contar. El pintor Antonio Pitxot (Figueres, 1934), alumno, amigo y confidente del artista, inseparable durante las dos últimas décadas de vida de Dalí, puede que sea el único que aún puede aportar novedades sobre el artista. Las anécdotas que guarda en sus recuerdos son muchas y gran parte de ellas las había comentado hace años con el historiador y crítico Fernando Huici March en los numerosos encuentros que ambos han mantenido desde 1983. Azuzados por Luis Marquina, sobrino de Pitxot, ambos decidieron ponerse las pilas y dejar constancia de esas vivencias en un libro-entrevista titulado Sobre Dalí que a finales de este mes publica Planeta. Estas son algunas de las anécdotas menos conocidas incluidas en el libro

El padre de Dalí

El viejo Dalí era muy apasionado. Era un hombre vehemente, corpulento e intolerante. Presencié un día una bronca terrible que echó a una pareja de la que después, yo me hice muy amigo. Él se había comprado una Montesa y llevaba a su novia en la moto. Venían de la playa. Iban en traje de baño porque venían de bañarse. Salió Dalí padre de su casa. Los paró y les echó una reprimenda como si fuera Savonarola: qué desvergüenza, qué falta de pudor…Tremendo.

Los cisnes

Dalí tenía cisnes en Port Lligat que nadaban por la pequeña bahía. Me dijo que lo había hecho inspirado por los que habitaban en nuestra casa de El Sortell. Pero como no podía dejar las cosas en su estado normal, a los suyos les ponía una caperuza sobre la cabeza con una vela. De noche hacía que les prendiesen la vela y los soltasen por la bahía, y los cisnes nadaban con la vela encendida hasta que se hartaban, me fían la cabeza en el agua y se acababa el espectáculo. Tenía tal querencia por sus cisnes que los hacía disecar cuando moría.

La maldad de Gala

Ana María (hermana de Dalí) contaba escenas chocantes sobre lo mala que era Gala ya desde su primera aparición en Cadaqués con Paul Éluard, su marido, quien había tenido tuberculosis y de pronto se ahogaba. Cuando ocurría, Gala tenía unas inyecciones con las que se recuperaba. Durante una excursión en el cabo de Creus el poeta tuvo una crisis. Ana María corría y aullaba buscando a Gala. En un recoveco entre las rocas encontró a su hermano tendido en el suelo y a Gala haciéndole trabajos especiales. Después de esto, Éluard se marchó a Barcelona y Gala y Dalí viajaron a Málaga y Torremolinos, donde Gala hizo el primer top less de la historia de España. Era 1929.

Ibas con Dalí por la calle, y si venía un perro, pasaba al otro lado, y te ponía a ti de escudo.

Hipocondríaco

Los dos hermanos eran muy aprensivos. No solo hipocondríacos. Veían peligros en todas partes. Con terrores increíbles. Ibas con Dalí por la calle, y si venía un perro, pasaba al otro lado, y te ponía a ti de escudo. Era auténtico porque te decía “si muerde, que te muerda a ti”.

Sin ideología

Dalí decía “yo pago lo que haga falta para que no me den la lata”. Quería que le protegiera de las maldades del mundo. De ahí viene su respeto y fascinación por la autoridad, por todo lo que era autoritario. no tenía ideología, no era una persona que tuviera opinión de cómo había que gestionar un país. Era exclusivamente daliniano. No tenía la más pequeña convicción de nada. Si había obstáculos para ejecutar sus ideas, era capaz de saltar por encima de ellos, como hicimos más de una vez en el museo.

Exageraciones

Además de formarme como pintor quería que me adentrase en los secretos de su propio mundo. Me decía, “Sobre todo no olvides que las exageraciones siempre son pocas en arte. Hasta cuando hables en público o hagas algún comentario, las exageraciones son siempre imprescindibles. Otra cosa de la que me advertía era de aprovechar los accidentes. “El accidente es sagrado. no lo olvides nunca. Una cosa accidental no la dejes escapar. Obsérvala, analízala, utilízala y aprende de ella”.

Arrabal

Dalí y Arrabal se conocían de París. Un día apareció por el museo y no le quiso ver. “Enséñale tú el museo y le dices textualmente que no lo quiero recibir por lo mal que se portó la Valleé des Cèvres”. Era una especie de prostíbulo de las afueras de París donde se hacían bacanales y donde, según Dalí solo veías culos que se agachaban y levantaban y donde fornicaba todo el mundo, cada uno a su ritmo. Parece que Arrabal involucró en las historias que había contado a personalidades relevantes de la sociedad parisina, alguna indiscreción que podía haber tenido repercusiones. En todo caso, cuando murió Dalí, Arrabal me puso un telegrama en el que decía: “Sé que eres seguramente la única persona que lo siente”.

No tenía la más pequeña convicción de nada. Si había obstáculos para ejecutar sus ideas, era capaz de saltar por encima de ellos

Rafael

Sabía todo sobre Velázquez, Vermeer o Rafael. En la Academia de Bellas Artes de San Fernando lo expulsaron precisamente por culpa de Rafael. “Cogí la bola con el tema que me tocaba y leí: Rafael, pintor del Renacimiento”, y me entró un nerviosismo, como una especie de salto al corazón y les dije: “Miren, yo sé mucho más de Rafael que todos ustedes juntos, por lo tanto, me niego a contestar”. El tribunal le respondió. “Bueno, pues entonces, vuelva usted otro año, porque este ya está suspendido y, además expulsado”. Siempre decía. “Imagínate, preguntarme a mí por Rafael….”

Magritte

Dalí lo quería mucho. Contaba que te recibía en su casa y decía: “Hoy es día de familia”. Y ese día se paseaba por casa sin pantalones ni calzoncillos. Y si alguien llamaba a la casa les advertía. “Lo siento, pero estoy en familia". Si insistían en entrar, abría del todo, diciéndoles que ya les había advertido, y se encontraban con todo el espectáculo. Creo que lo hacía sin ninguna clase de sensacionalismo, solo porque a él le gustaba pasear con el culo al aire por su casa.

Duchamp

Duchamp era un habitual de Port Lligat. Me lo había presentado más de treinta veces, pero no se había fijado en mí. Estaba a sus cosas y jugaba al ajedrez con Lluís Marsans. Dalí se preguntó por lo que hacía y por la pintura. Duchamp, con cara de palo, le respondió. “Yo, ya sabes, la pintura…está ya muy lejos. Estoy ahora en otro universo”. Mientras hablaba, se toqueteaba un granito que le había salido en la cara. Pero Dalí insistía en preguntarle sobre lo que hacía. “Nada. Juego al ajedrez, muy ocupado con el ajedrez”. Entonces Dalí, solo por incordiar le preguntó. “Y cuando juegas al ajedrez, ¿ganas o pierdes”. Duchamp, colérico, pegó un tirón y se arrancó el grano

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