Tareas para el Fondo
La reunión semestral del FMI debería acelerar la acción del BCE y reducir la presión de los ajustes
La economía de la zona euro será probablemente el factor de preocupación más acusado de la reunión semestral del Fondo Monetario Internacional (FMI). Aunque esporádicamente aparecen indicios de crecimiento sostenido, siempre acaban por frustrarse por unas u otras razones. La situación real hoy es un crecimiento poco consistente en su conjunto, con una demanda débil y una elevada tasa de paro. En esta ocasión, el factor distorsionante es la inquietud por las consecuencias de un proceso de desinflación que amenaza con retrasar o impedir que se consolide el crecimiento en los llamados países periféricos, España entre ellos.
El Fondo no entiende el retraso en aplicar medidas monetarias no convencionales para corregir la baja inflación —cuando es evidente que los precios están muy por debajo del objetivo del 2%— y es partidario de actuar rápidamente. Sus economistas saben que, en política económica y monetaria, tan importante o más que saber qué hacer es no perder un instante en hacerlo.
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El Banco Central Europeo (BCE) también tiene sus razones. Desconfía, con razón, de la eficacia de bajar el tipo director, porque hasta ahora las rebajas han surtido poco efecto; en cuanto a las LTRO (inyecciones a largo plazo), la liquidez se ha devuelto, y un nuevo tramo debería condicionarse a la entrega de crédito. Una Quantitative Easing (inyección de recursos) es improbable, incluso después del amago de comprensión hacia la heterodoxia de Jens Weidmann, presidente del Bundesbak por diversas razones, entre ellas la enorme complejidad técnica en un área monetaria como la del euro.
El problema al que se enfrentan el Fondo y el BCE es que Europa no es un país, ni un Estado federal, sino Estados reunidos sin el grado deseable y necesario de federalización. Es difícil aplicar reformas económicas no ya homogéneas, sino coordinadas; tampoco hay manera de controlar el cumplimiento de los compromisos de estabilidad. Las divergencias entre los países centrales y los periféricos —en crecimiento, empleo y renta— no hacen sino aumentar. A todo ello se suma una política económica patrocinada desde Alemania y países afines que está recortando la capacidad de crecimiento en los países de la periferia y empujando los flujos de ahorro hacia el centro.
Hace tiempo que el FMI descubrió el tremendo error de cálculo en los multiplicadores de gasto y crecimiento; cada recorte de gasto e inversión ha producido más pérdida de PIB y renta de la prevista. El resultado es una austeridad que impide el crecimiento y empobrece a los europeos. Así, Europa se ha convertido en el problema de la economía mundial, como salta a la vista tras la desaceleración en los países emergentes, causada a su vez por el repliegue de las medidas monetarias excepcionales en EE UU. La institución tiene que ser consciente de todo esto y proponer soluciones.
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