_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Vergüenzas propias

Me apoyé en la mesada y pensé que, antes o después, todos somos daños colaterales en el corazón caníbal de la máquina

Leila Guerriero

La semana pasada regresaba de hacer una entrevista en las afueras, con una mujer que me contó, a lo largo de horas, la muerte su hijo. Llegué a mi casa exhausta, dispuesta a seguir trabajando, justo en el momento en que entraba al edificio el hijo de la encargada, un veinteañero que en su país, Paraguay, estudiaba informática hasta que tuvo que abandonar y venir a Buenos Aires a vivir con su madre porque ella, desde que hay control de cambios en la Argentina y las transferencias al exterior pagan comisiones altas, no pudo seguir enviándole dinero. El muchacho entró. Yo abrí la puerta apenas después. En el hall estaba su madre. Nos saludamos, él con timidez, desde un pasillo en sombras. Llamé el ascensor y dije: "Pasen, por favor". La encargada miró a su hijo, subió al ascensor y cerró la puerta. Le dije, extrañada, "¿Él no viene?".  Negó con la cabeza. Pregunté: “¿Pasa algo?". "Dice que está sucio" "¿Cómo sucio?". "Consiguió ese maldito trabajo, y dice que está sucio, que le da vergüenza". "¿Qué trabajo?". "En un depósito de bebidas". Yo musité algo como "eso no es vergüenza, dígale que no tiene que hacer eso conmigo", pero lo dije por decir, mientras pensaba en ese muchacho que, cubierto de polvo y transpiración por culpa de un trabajo que detesta, esperaba en un pasillo oscuro porque le daba pudor subir conmigo (que también estaba cubierta de polvo y transpiración, pero por culpa de un trabajo que no cambiaría por nada). Entré en mi casa, cerré la puerta y se cortó la luz. Como se había cortado dos días antes, y la semana anterior, y la anterior a esa. Me apoyé en la mesada y pensé que, antes o después, todos somos daños colaterales en el corazón caníbal de la máquina. Llovía sobre Buenos Aires como si lloviera sobre toda la tierra. Como si nunca fuera a dejar de llover. Y desde entonces, no ha dejado.

 

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Leila Guerriero
Periodista argentina, su trabajo se publica en diversos medios de América Latina y Europa. Es autora de los libros: 'Los suicidas del fin del mundo', 'Frutos extraños', 'Una historia sencilla', 'Opus Gelber', 'Teoría de la gravedad' y 'La otra guerra', entre otros. Colabora en la Cadena SER. En EL PAÍS escribe columnas, crónicas y perfiles.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_