Mentirijillas galantes
“Me llamas o te llamo…', confirmamos, y si bien está claro que eso no va a pasar, evitamos al menos la grosería de volvernos la espalda sin compartir siquiera una buena intención"
“A ver cuándo nos vemos…”, sugiere uno, antes de despedirse. “Seguro: ahí nos hablamos…”, ratifica el otro, con amabilidad equivalente. Si al correr de los días y los meses ninguno de los dos hace el menor intento por comunicarse, probablemente sean los dos chilangos.
Se equivoca quien piensa que los oriundos de la ciudad de México –es decir, los chilangos– somos inconsecuentes o arrogantes por causa de estas leves ligerezas, cuando es que forman parte de nuestra etiqueta. “Me llamas o te llamo…”, confirmamos, y si bien está claro que eso no va a pasar, evitamos al menos la grosería de volvernos la espalda sin compartir siquiera una buena intención.
“¿Qué día te gustaría que nos viéramos?”, toma la iniciativa el extranjero, al tiempo que echa mano de su agenda, para incomodidad del chilango que ya tartamudea y se defiende: “Yo te llamo y ahí vemos…”. Pero el fuereño no termina de entender, de manera que insiste, agenda en mano: “¿Cuándo?”.
“Ahí luego me lo da…”, concede el vendedor callejero ante el cliente que, por más que rebusca en el bolsillo, no consigue encontrar la moneda faltante. ¿Cuándo y dónde se espera que vuelvan a encontrarse para saldar la deuda? Nunca, probablemente, pero al cabo ambos piensan que con la intención basta y así lo manifiestan: ‘ahí luego’. Quizá en la otra vida, pero tan solo en esta tienen la cortesía de ofrecerse lo que no van a darse, para que no se diga que falta voluntad.
“Seguimos en contacto…”, se despide el chilango, y es como si apelara a las estrellas para hacer cierta un día la conexión cósmica. ‘Ahí luego’. Por lo pronto, que no se entere la agenda.
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