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El botón del pánico 'beat'

Cada vez que las industrias culturales se encuentran en crisis, terminan pidiendo el comodín de los autores de los cincuenta

Xavi Sancho
Daniel Radcliffe interpretando a Allen Ginsberg y Lucien Carr en 'Kill your darlings', una cinta polémica por tener a Harry Potter besando a otro hombre. Sí, aún seguimos ahí.
Daniel Radcliffe interpretando a Allen Ginsberg y Lucien Carr en 'Kill your darlings', una cinta polémica por tener a Harry Potter besando a otro hombre. Sí, aún seguimos ahí.

La primera vez que el mundo de la cultura recurrió a los beatniks para reformularse fue a mediados de los sesenta, cuando varios grandes estudios de Hollywood acababan de quebrar y el cine parecía, simplemente, un arte caro. El influjo beat, junto a los restos del neorrealismo italiano y la mística de la nueva ola francesa inventó el nuevo Hollywood y consiguió que, durante una década, pudiera gustar una película que costaba entender. Diez años después, era el mundo de la música en el que admitía haber equivocado la forma de afrontar el pánico nuclear, la crisis del petróleo… el fin de los sesenta, en fin. Encabezados por Patti Smith, todos los actores que levantaron el punk a escupitajos pagaron gustosos la cuenta a los beats. Sobraba escapismo y faltaban poesía y realismo.

Los noventa están de moda, y con ellos los 'beats'

El tercer advenimiento tuvo lugar en los noventa, cuando el grunge explotó la apatía de una generación que parecía tenerlo todo, pero que no estaba satisfecha con casi nada. En 1991 se estrenaba El almuerzo desnudo, una desasosegante adaptación de la obra de William Burroughs dirigida por David Cronenberg. Dos años después, el Chicago Tribune publicaba un artículo sobre las conexiones entre beats y grunges que arrancaba con dos citas: una de Allen Ginsberg, otra de un anuncio de Gap. Fin del romance.

En 1993, un artículo vinculando 'beats' y 'grunges'. Arrancaba con dos citas: una de Ginsberg, otra de un anuncio de Gap

Ahora los noventa están de moda, y con ellos los beats. La diferencia es que hoy la crisis de las industrias culturales es tan profunda que las reivindicaciones solo pueden ser estéticas. Este año hemos visto a Walter Salles firmar una adaptación de En el camino que, en vez de celebrar la falta de argumento, parece pedir perdón por ello. Y llegará un Big Sur, inspirado en otra obra de Kerouac, pero con aspecto de versión anémica de John Fante. Y luego un Kill your darlings, celebrada en Sundance como una obra intelectual. Cualquier cosa que no se ruede entre pantallas azules parece hoy tener ínfulas intelectuales. Solo en el Howl de James Franco se intuye la preceptiva falta de interés por gustar. Si Ginsberg levantara la cabeza, volvería a meterse en ese gran coño materno del que una vez recordó –sin rimar– que todos provenimos.

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Sobre la firma

Xavi Sancho
Forma parte del equipo de El País Semanal. Antes fue redactor jefe de Icon. Cursó Ciencias de la Información en la Universitat Autónoma de Barcelona.

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