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MANERAS DE VIVIR
Columna
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¿Para qué sirven los notarios?

Rosa Montero
José Manuel Pedrosa

Voy a contarles una historia tremenda con final feliz. No sé si recordarán el increíble caso de Juana Vacas, una anciana analfabeta de 75 años de Torredelcampo (Jaén) que se veía obligada a pagar las deudas del asesino de su hija. ¿Que cómo podía suceder semejante disparate? Pues porque, a los cinco meses de la muerte de su hija Purificación (que padecía un 44% de discapacidad y fue reventada a martillazos por su marido, Fermín Jiménez, un fontanero alcohólico), Juana fue a arreglar los papeles de la testamentaría y aceptó la herencia de su hija, sin ser advertida por el notario de que, al hacerlo, lo que estaba heredando eran las deudas del criminal: 60.000 euros. Cuando se enteró, Juana creyó morir. Sólo cobra 600 euros de pensión y es una persona claramente indefensa. De los cuatro hijos que tuvo, sólo le queda una chica, Encarnación. Los otros dos murieron a causa de la droga. Hay personas que, más que pasar por la vida, son atropelladas por ella.

Esta barbaridad incendió las redes: se recogieron 172.000 firmas en apoyo de Juana. Hasta que, a finales del pasado mes de julio, el Juzgado de Primera Instancia número 1 de Jaén declaró nula la herencia y además les echó un rapapolvo a los notarios por no haber advertido a Juana debidamente. De hecho, la juez señaló que en la notaría no se le habló a Juana “de la posibilidad de aceptar la herencia a beneficio de inventario”, una información que, obviamente, “no debió omitir”, porque, al aceptar a beneficio de inventario, el heredero “no queda obligado a pagar las deudas y demás cargas de la herencia sino hasta donde alcancen los bienes de la misma”. Tras la anulación, todo el mundo respiró aliviado. Fue una de esas sentencias que parecen enderezar el orden del mundo. Uno de esos pequeños actos de evidente cordura que permiten respirar un poco mejor.

"Los notarios, si quieren servir para algo, deben informar y defender a sus clientes"

Pero hete aquí que, en agosto, los notarios cometieron la suprema inclemencia de recurrir la sentencia ante la Audiencia Provincial, según contaba Pedro Simón en El Mundo. Leí la noticia y me estremecí. Se sentirán orgullosos esos notarios, pensé. Se sentirán contentos de sí mismos, me dije, alucinada. Cuando parece obvio que no informaron debidamente a Juana Vacas, prácticamente iletrada y sumida en el dolor. Es evidente que nadie firma de manera consciente esa barbaridad, sobre todo cuando hay una fórmula tan fácil para evitar cargar con las deudas del asesino de tu hija. Y, sin embargo, el Colegio de Notarios de Andalucía se había apresurado a defender, en un comunicado, la actuación de sus compañeros en el caso de Juana Vacas, y a descartar tajantemente que hubiera habido mala praxis.

Esa fue para mí la gota final, así que me puse a escribir este ar­­tícu­­lo indignada. Para empezar por el principio, me pregunté: ¿para qué demonios sirven los notarios? ¿Para qué los queremos? Se llevan un dineral sin hacer absolutamente nada, es decir, sí, se supone que tienen que ofrecer su rigor de testigos, su veracidad y su sabiduría para supervisar la operación y que nadie sea engañado. Es decir, su única obligación era la de explicarle a Juana lo que firmaba. Y explicárselo una y otra vez hasta que le quedara lo suficientemente claro. Al parecer, apenas estuvieron un minuto y medio con ella, o sea, que se diría que ni siquiera se esforzaron mucho en contárselo. Pero es que aunque se lo hubieran dicho detalladamente, tendrían que haber insistido todo lo necesario hasta comprobar que la mujer lo había entendido. En fin, la situación era tan increíble, tan delirante, que, la verdad, sólo se podía entender que hubiera sucedido algo así imaginando el desdén de esos notarios ante la pobre mujer enlutada, de pueblo, nerviosa, analfabeta. O el notario estaba malísimo, con fiebre, con gastroenteritis, casi desmayado, y era él quien no se enteraba (en cuyo caso no habría recurrido la sentencia), o simplemente le importaba un pepino doña Juana. No se me ocurría otra explicación.

Pero entonces, cuando el artículo estaba a punto de imprimirse, salió en la prensa que los notarios habían llegado a un acuerdo con Juana (“por razones humanitarias”, dicen, aunque es por pura justicia, pero vale). Y, así, lo único que van a mantener en su recurso dos de los tres notarios condenados es que ellos no tuvieron nada que ver con la escritura de Juana. Cosa que la mujer ha reconocido y exoneración que me parece lógica, puesto que normalmente los asuntos sólo se tratan con uno de los titulares del despacho. Punto final, pues, para la angustia, para el escándalo, para este disparate tan rotundo. Triunfó la sensatez. Eso sí, qué papelón el del Colegio de Notarios de Andalucía, ¿no? A ver si este triste caso recuerda a los notarios que, si quieren servir para algo, deben ser garantes de la Ley e informar y defender a sus clientes.

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