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ENTREVISTA

Christopher Patten: “Hace falta un relato convincente para Europa”

El prestigioso político conservador británico dedica ahora su tiempo a dirigir la Universidad de Oxford y el consejo de la BBC. Alejado del poder, siente crecer su libertad para opinar

Ana Carbajosa
El rector de la Universidad de Oxford y miembro del consejo de la BBC Christopher Patten
El rector de la Universidad de Oxford y miembro del consejo de la BBC Christopher PattenSofía Moro

Charlar con Lord Patten puede resultar frustrante. Con él, da la sensación de que el tiempo corre y de que faltan infinidad de asuntos por tocar. Europa, Asia, la política británica, Irlanda del norte, la economía mundial. Son muchos y poco abarcables los temas que este hombre de 69 años domina y que ha contribuido a moldear desde la retahíla de puestos de poder que ha ocupado. Patten es generoso y se presta a conversar y divagar lo que haga falta. Pero su tiempo es naturalmente finito. Su curiosidad, no. A Patten le interesa casi todo. Pregunta por España, por la crisis, por los jóvenes, por los que abandonaron sus estudios seducidos por el dinero fácil que emanó de la burbuja inmobiliaria. “¿Qué van a hacer ahora? ¿Qué va a ser de ellos?”.

Uno de los grandes políticos conservadores británicos, antiguo comisario europeo de Relaciones Exteriores y el último gobernador que tuvo el Reino Unido en Hong Kong, Patten toma ahora distancia del juego político y dedica su tiempo a dirigir la Universidad de Oxford y el consejo de la BBC. Tiene menos poder, pero también más libertad para opinar, criticar y dejar la corrección política de lado si se tercia.

Le preocupa que los europeos seamos cada vez más viejos y defiende para Europa cambios en los mercados laborales de corte merkeliano. Mira a China y cree que la Unión pierde peso a un ritmo preocupante. Patten ataca, pero siempre parapetado tras la politeness británica, que por estas latitudes corre el riesgo de confundirse con falta de claridad y que en ocasiones impide distinguir entre la crítica velada y el halago discreto.

“La desconfianza hacia europa es superior en españa que en reino unido”

Lord Patten ha dedicado su ya larga vida a dar tumbos por el mundo. Conoce bien Asia, Europa y Estados Unidos. Los conoce lo suficiente como para poder comparar y darse cuenta de que hay cosas que podrían y deberían copiarse, pero también de que no hay lugar perfecto en esta tierra. Europa, pese a todos los pesares y al desmoronamiento del Estado de bienestar tal y como lo conocíamos, es todavía, según Patten, el lugar en el que mejor vive la mayoría, el lugar en el que, pese al festival de recortes, más se invierte per capita en el bienestar de sus ciudadanos. Pero a lo que de verdad ha venido Patten a España es a hablar de educación; la cuestión que le obsesiona y en la que milita. Todos estos años le han servido, entre otras muchas cosas, para llegar a la conclusión de que sin educación no hay sociedad capaz de resistir los golpes de los mercados.

El papel de los bancos, la deficiente regulación financiera y las políticas de austeridad que asfixian a algunos países de la Unión no salieron a relucir durante la hora larga de conversación en la que Patten reflexiona sobre los males y remedios de España, Europa y Occidente, café en mano en las oficinas de la Embajada británica en Madrid.

PREGUNTA. ¿Cómo acaba un político como usted obsesionado por la educación?

RESPUESTA. No creo que la educación esté recibiendo la atención necesaria en Europa. Hay estadísticas aterradoras de la OCDE, las que ofrecen los exámenes de Pisa. La mayoría de los países europeos quedan en malos lugares, comparados con los asiáticos. Es preocupante cuando pensamos en la competitividad europea en el futuro.

P. Usted conoce bien Asia, fue el último gobernador de Hong Kong. Las noticias que llegan de China y, en general, de Asia son las de una región que vibra, que progresa. Mientras, Europa parece que camina en la dirección contraria. Aquí, el panorama económico es sombrío; el ánimo, alicaído… ¿cómo hemos llegado a esta situación?

R. Hay que tener en cuenta el contexto histórico. En los últimos 30 años, China e India han hecho las paces con el capitalismo global. China ha crecido especialmente y eso en parte tiene que ver con la educación, con el trabajo duro y las aspiraciones de la gente. Si tienes 1.300 millones de personas y tu PIB per capita crece de la casi nada al 4%, 5% y 6%, las consecuencias son espectaculares. Cuando en 1979 fui por primera vez a China exportaba en un año lo que ahora exporta en un día. Ahora bien, no debemos engañarnos y pensar que las economías emergentes pueden competir solo con productos manufacturados. Crecientemente escalan en la cadena tecnológica. Invierten en producción con valor añadido, invierten sumas increíbles en educación secundaria y en investigación y desarrollo, y eso les va a convertir en competidores aún más formidables.

P. ¿Qué supone todo esto para Europa?

R. No creo que esto implique la muerte inexorable de Europa. Todavía tenemos la calidad de vida más alta del mundo, pero tenemos que incrementar nuestra tasa de crecimiento para mantenerla. La canciller, Angela Merkel, dice algo que no resulta muy popular, pero que es una verdad implacable. Europa tiene el 7% de la población mundial. Representa el 25% de la economía global, pero el 50% del gasto en el mantenimiento del Estado de bienestar. ¿Cómo sigues manteniendo eso? ¿Cómo sigues manteniéndolo con un crecimiento del paro y una población que envejece? ¿Qué va a pasar en España en los próximos 40 años? Pues que la población va a disminuir. En Italia y en Polonia ya está cayendo. La población europea va a caer un 20% a mediados de siglo. A no ser que incrementemos nuestra competitividad –y por eso la educación es tan importante–, encontraremos cada vez más difícil competir globalmente. Pero también resultará cada vez más difícil que el Estado proporcione las prestaciones a las que sentimos que tenemos derecho. No soy un experto en España, pero recientemente leí un artículo en el Financial Times que hablaba del dilema de los jóvenes que dejaron la escuela para trabajar cuando la economía parecía un milagro. Creo que eso sirve para recordar lo importante que es rescatar a los que han sido de alguna manera expulsados del sistema educativo.

P. Muchos de los jóvenes que abandonaron la escuela no han recibido ninguna formación en las fábricas. El que colocaba tapones de goma en las ventanas ha estado haciendo lo mismo durante años. Los empresarios no se han preocupado de moverlos dentro de la empresa. Ahora no saben hacer casi nada. Hay además un problema de autoestima colectiva. Se sienten incapaces de volver a estudiar. Les han inculcado que no sirven para eso.

El hombre que dijo adiós a Hong Kong

Último gobernador de Hong Kong, miembro de la Cámara de los lores, rector de la Universidad de Oxford, presidente del consejo regulador de la BBC británica y una de las grandes figuras de los conservadores británicos, Patten representa la quinta esencia del 'establishment' del Reino Unido.

Su ferviente europeísmo le convierte a la vez y sin embargo en una 'rara avis' en su país, donde crece el euroescepticismo. Patten ha sido también comisario europeo de Relaciones Exteriores, lo que le ha permitido conocer desde muy dentro cómo se toman las decisiones en Bruselas. Las lágrimas que derramó el día en que la bandera británica dejó de ondear en Hong Kong y cedió el testigo a los chinos en 1997 (en la imagen, durante la ceremonia, junto al príncipe Carlos de Inglaterra y al entonces presidente Tony Blair) le aseguraron un lugar en el corazón de muchos británicos.

R. Existe una relación muy importante entre las aspiraciones, la motivación y la pobreza. Una de las razones por las que los estudiantes asiáticos obtienen tan buenos resultados es porque los padres les presionan mucho, a veces, incluso, demasiado. Tiene que producirse un cambio educativo, social y cultural, y en Europa los electorados no quieren aceptarlo. Eso hace que resulte más difícil persuadirles para aceptar cambios en los mercados laborales o en el Estado de bienestar.

El globo Europa se desinfla, pierde cuerpo. El corralito chipriota y las eurochapuzas que lo rodearon fue el primer gran golpe. A España se le considera ahora la última frontera, el gran termómetro. Si España cae, podría ser el inicio del fin. La era de las grandes figuras políticas europeas ha tocado a su fin. A los militantes del proyecto europeo ya no se les ve, y lo que es peor, tampoco se les espera. Han dado paso a personajes más pragmáticos que a menudo se aferran a la defensa de los intereses nacionales por encima del proyecto común. Patten no oculta su pesimismo. Es un conservador británico, pero también un ferviente europeísta. Acostumbrado a defender Europa, no le gusta escucharse con tono catastrofista. “No tenemos que olvidar que tenemos la calidad de vida más alta, que ya no hay guerras”, se esfuerza en corregirse. Oscila entre el vaso medio lleno y medio vacío. Pero su discurso destila impotencia. No le gusta lo que ve.

P. Usted habla del envejecimiento de la población, de la necesidad de que los electorados entiendan y cambien, pero también están los dirigentes políticos y las decisiones ejecutivas equivocadas entre las causas del descalabro actual. Así lo sienten muchos europeos que profesan una creciente desafección hacia los políticos. Los políticos europeos pierden popularidad por días, tanto los de dentro como los de fuera de las instituciones europeas.

R. En el Reino Unido se ha producido una caída de la confianza en casi todas las instituciones. La gente todavía cree en la monarquía, en el sistema público de salud, en el Ejército y en la BBC. En el resto de las instituciones, como el Parlamento, o la policía, la confianza se ha desplomado y, desde luego, la población no se fía de las instituciones de Bruselas. En España, el crecimiento de la desconfianza europea ha sido incluso superior. Se ha producido un cambio tremendo en un periodo de tiempo muy corto. Cualquier líder político de una democracia debe empezar a cuestionar la creciente tensión entre el electorado y aquellos que hacen la política en su nombre. Es muy curioso cómo se aferran a políticas que en algunos países dependen de Gobiernos tecnocráticos, no democráticos, con el único objetivo de ponerlas en marcha. No tengo claro cuánto tiempo va a aguantar esto [la tensión], hasta cuándo puede sostenerse.

P. Como político, ¿qué habría hecho de manera diferente para no estar donde estamos ahora? ¿Cuáles son las principales razones que explican el naufragio al que asistimos?

R. Creo que hay una desafección, fruto de la diferencia entre la retórica y los logros reales de Europa, y eso se debe en parte a la falta de un relato convincente para Europa. Antes había argumentos morales. Ahora, ¿cómo les voy a explicar yo a mis hijos la razón última de la Unión Europea? ¿Que ya no nos peleamos entre nosotros? Lo dan por hecho. ¿Los vuelos baratos, la unión aduanera? ¿Vamos a tener una Unión Europea que fije impuestos, que decida sobre las pensiones? ¿Dónde está el futuro de Europa? Hay dos cuestiones. Una práctica y otra existencial. La práctica consiste en que los Estados miembros tienen que lidiar con problemas que solo se pueden solucionar mediante la cooperación internacional. El crimen organizado, las epidemias, la inmigración, la proliferación nuclear, el contrabando de armas, los desequilibrios comerciales y económicos. La fe en las instituciones internacionales como Naciones Unidas se ha resquebrajado, pero, a la vez, la demanda de cooperación internacional es muy fuerte, y en ese sentido, los logros de la UE son enormes. El mercado único ha sido un gran éxito. Aunque a veces me pregunto cómo sería Europa si la energía que se ha dedicado al euro se hubiera empleado en implementar la Agenda de Lisboa [la estrategia europea que se fijó 2010 como meta para convertirse en la economía más competitiva del planeta y que ponía énfasis en la innovación, el empleo y la cohesión].

Esas son las causas prácticas, las más prosaicas que justifican la cooperación y que hay que ver cómo gestionarlo sin que surjan las tensiones democráticas de las que hablábamos antes. Pero hay un argumento más existencial, y es el de Europa como puente entre lo que consideramos las democracias occidentales y el mundo islámico. Por eso soy un creyente apasionado del ingreso de Turquía en la Unión Europa.

“La fe en instituciones como naciones unidas se ha resquebrajado”

P. Sí, pero precisamente ese proceso parece que atraviesa ahora sus horas más bajas. En Bruselas andan ocupados en otros asuntos y los turcos hace tiempo que están cansados de que les den largas.

R. No puedo estar más de acuerdo. El ejemplo más exitoso de la política exterior europea ha sido la ampliación. Pero ahora asistimos a una cierta fatiga respecto de la ampliación, sobre todo porque la gente juega a la política a través de la inmigración. En países como Francia, y también en Alemania y en Austria, han ralentizado el proceso de atraer a una Turquía diplomática a la Unión Europea, y eso es un desastre.

P. Hace unos días, en Alemania, encontré que, en la calle, los alemanes culpan al sur de Europa (España incluida) de casi todos sus males. Los tópicos han cobrado una fuerza enorme. “De la siesta a la fiesta”, se escucha. Aquí, si escuchamos a los españoles, son los alemanes, y en concreto la señora Merkel, los grandes culpables de nuestro hundimiento. ¿Hasta qué punto debe preocuparnos esta fractura Norte-Sur?

R. Cuando veo a gente que lleva pancartas de Merkel con un bigote pintado me preocupa. Los argumentos de ambos bandos son grotescos e injustos. Es injusto por parte de la gente en el Sur porque Alemania redujo enormemente sus costes laborales en el año 2000 y eso le costó al canciller Gerhard Schröder el puesto, pero consiguió convertir a Alemania en el motor económico actual. Hasta entonces, a Alemania se le consideraba la enferma de Europa. Por otro lado, los políticos alemanes que levantan el dedo al Sur para abroncar a esa región por lo que consideran su indolencia e inmoralidad, olvidan el hecho de que buena parte de los créditos han venido de la mano de bancos e instituciones alemanas y que prestaron dinero a un tipo de interés mucho más bajo de lo que lo hubieran hecho de no existir el euro. Los argumentos se han polarizado hasta extremos ridículos. Si continuamos con este razonamiento, llegamos a la conclusión de que una unión fiscal es esencial para poder operar en una unión monetaria, y de que hacen falta transferencias monetarias, según las cuales los países ricos deben seguir proporcionando dinero a los países menos ricos hasta que se vuelvan ricos como Alemania lo es hoy. Esa es la lógica de todo esto, pero no va a suceder. Así que estamos atrapados. Estoy seguro de que Angela Merkel entiende cuánto están sufriendo las familias españolas y estoy seguro de que los españoles sensatos entienden algunas de las razones del éxito económico alemán. Lo que no ayuda es cuando damos lecciones el uno al otro, y sobre todo no es muy útil que un antiguo político británico dé lecciones a los europeos cuando nos perciben como distanciados del proyecto europeo.

P. En su país, el euroescepticismo avanza posiciones a paso de gigante.

R. Las debilidades de las instituciones y políticas europeas de las que hablamos tienen una repercusión en otros países. Debe imaginarse lo frustrante que es ser europeísta en el Reino Unido. Hicimos grandes esfuerzos y nos embarcamos en riesgos políticos enormes para sacar adelante una industria de defensa europea, pero Alemania se opuso. Piense en la política con Libia teniendo a Alemania en contra de la intervención en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Piense en por qué no estamos más activos en Siria.

P. ¿Por qué?

R. Por la falta de voluntad de algunos países europeos de involucrarse fuera de sus fronteras. Hablamos mucho y hacemos muchas alharacas sobre el papel y la influencia de Europa en el mundo, pero constantemente rehuimos la intervención. Gastamos cerca de 200.000 millones de euros en defensa, pero el 70% de nuestras Fuerzas Armadas no son capaces de servir fuera de sus países.

P. Aparte de la política de defensa, ¿qué más contribuye a que nos evaporemos como actores de peso en la escena internacional?

R. Alguien me contaba recientemente que fue a Harvard a impartir un seminario sobre Europa y que todos los alumnos de posgrado que asistían, excepto uno, eran europeos. A los americanos no les interesaba. Probablemente, andaban discutiendo sobre Asia. ¿Cuánto les importamos a los chinos? Y eso, a pesar de esfuerzos inmensos de gente como Javier Solana para dotar de credibilidad a Europa. Es un poco deprimente…, pero a la vez tenemos una fantástica calidad de vida. Tenemos algunos centros educativos excelentes. Pero podríamos ser mucho más influyentes.

P. Usted dirigió la comisión independiente para Irlanda del norte, parte de los acuerdos de Belfast. Puede que la palabra reconciliación esté tan manida que haya perdido parte de su sentido. Llámelo como quiera, pero ¿cómo se consigue, que pueblos enemigos superen el rencor y consigan incluso perdonar? ¿Qué podemos aprender los españoles de la experiencia norirlandesa?

R. Deje que le cuente una historia. Cuando reorganicé los servicios de policía y seguridad en Irlanda del Norte me reuní con grupos de población por toda Irlanda del Norte. Fui a pueblos traumatizados por la violencia. Me acuerdo de uno de esos encuentros en una aldea, un pueblo de pescadores, que vivía sobre todo de la agricultura. Los agricultores eran protestantes, y los pescadores, católicos, o al revés, no me acuerdo exactamente. Unas 400 personas se reunieron en el cine del pueblo, aquello era como Cinema Paradiso. Fue una reunión cargada de emociones. La gente contaba sus historias pensando lo bien que sabría el vaso de whisky de después del encuentro. Al final, pronuncié un pequeño discurso sobre la reconciliación. Una señora mayor levantó la mano y, nerviosa, hizo la última pregunta. Me dijo: “Señor Patten, usted viene aquí y pronuncia su discurso sobre reconciliación y confianza”. Entonces puso la mano sobre el hombro del hombre que estaba sentado delante de él. “Este hombre mató a mi hijo”. Y era verdad. Había sido miembro del IRA y había salido de la cárcel antes de tiempo. Ahora, en el pueblo, se encuentran en el supermercado, en el bar… La intimidad de la violencia en estos lugares y el efecto que tiene en la vida de la gente hace que resulte muy peligroso para gente como yo dar lecciones. La reconciliación es algo extraordinario. Hacen falta grandes almas, grandes personalidades como Nelson Mandela. Es muy difícil. Requiere altas dosis de coraje, ser capaces de superar el resentimiento, de tragarse cosas que uno desea decir; requiere ser más generoso de lo que muchos se merecen, aunque esos muchos sean incapaces de decir gracias. Pero es que si no, la alternativa es seguir odiándose y matándose. Amin Maalouf escribió un pequeño libro sobre la identidad. Al final del mismo decía que cuando escribes un libro, la gran ambición es que la gente lo lea. Mi ambición es otra. Mi gran ambición es que algún día, cuando alguno de mis nietos coja uno de mis libros de la estantería piense: “Vaya, es curioso. ¿La gente tenía que escribir libros sobre estas cosas en aquella época?”.

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Sobre la firma

Ana Carbajosa
Periodista especializada en información internacional, fue corresponsal en Berlín, Jerusalén y Bruselas. Es autora de varios libros, el último sobre el Reino Unido post Brexit, ‘Una isla a la deriva’ (2023). Ahora dirige la sección de desarrollo de EL PAÍS, Planeta Futuro.

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