Moda virtuosa
Un vendaval de talento al piano que aprendió con los mismos maestros que Lang Lang. La pequinesa Yuja Wang reivindica el nuevo impulso de la mujer china Adicta a la moda, posa con diseños españoles
No se dejen engañar por ese aspecto frágil y ese cuerpo menudo. Que no les despiste esa cara angelical ni esa piel de porcelana, ni la mirada perdida sobre el suelo. Yuja Wang (Pekín, 1987) parece una muñeca de rasgos perfectos envuelta en un halo de talento refrescante, pero es una especie de vendaval enérgico que cuando toca el piano sobresale siempre en su sonido contundente por encima de los 80 o 90 músicos de las orquestas que la acompañan en escena.
Insultantemente joven, desafiante, radicalmente independiente, voluntariosa y dispuesta a beberse la vida, Yuja Wang no entiende de andar por el mundo con la cabeza gacha. Ríe, ríe y ríe, al tiempo que desafía, desafía y desafía. Reivindica el nuevo impulso de la mujer china. “Ahora mandamos nosotras, lo de la sumisión se acabó, suena a cosa de hace 100 años”. Se manifiesta hipersensible para la música, pero al tiempo sobresale en ella una fortaleza que le ha permitido sobrevivir sin nostalgia lejos de su casa y su familia desde que tenía 14 años, cuando se fue a estudiar al Conservatorio de la Universidad Mount Royal, en Calgary (Canadá).
Allí fue aceptada como la alumna más joven en la historia de la institución. Hoy, gracias a su determinación y su empeño, se ha convertido en una estrella internacional del piano a la que se rifan directores, orquestas de referencia y ciclos en las mejores capitales del mundo. Loca de la moda, ha querido posar en estas páginas con creaciones de destacados diseñadores españoles. Yuja va imponiendo un discurso desacomplejado y provocador en un mundo muy cerrado para el descaro que ella despliega. No se corta si debe hablar de sexo o de trapos. Desmonta tópicos y se muestra sincera sin dejar de ser educada.
Ha sido la primera intérprete solista elegida para grabar un disco con la Orquesta Simón Bolívar. "Actuar con ellos te hace estallar la imaginación"
Si llega de Venezuela, donde ha sido la primera intérprete solista elegida para grabar un disco con la Orquesta Simón Bolívar, pinta el panorama tal cual es: “Era mi primer viaje a América Latina. Caótico… No te proporcionan el mejor piano, el plan va cambiando a cada paso. Te llevan de fiesta, luego hay que tocar Rachmaninov, Prokófiev, piezas que interpretas cuando no has bebido; pero quitando eso, actuar con ellos es un acto tan espontáneo que te hace estallar la imaginación. Fue lo más excitante en mi calendario este año, como meterte en mitad de un manantial de agua fresca”.
Sus padres eran sensibles a la música. La madre, bailarina. Y el padre, percusionista. “Puedo imaginar cómo se conocieron…”, asegura. Cuestión de ritmo. “La primera pieza clásica que escuché fue El lago de los cisnes. Ella quería que yo fuera bailarina, pero era muy vaga”. ¿Y para el piano no se requiere esfuerzo? “No tanto, es un trabajo que hago sentada”.
Para Yuja, su instrumento es coser y cantar. El piano estaba en casa desde que nació. “Empecé a los seis años. Rápidamente dijeron que me pusiera a estudiar en serio, no tenía miedo al público y aprendía deprisa”. Así que después de unos años en el Conservatorio de Pekín, haciéndose hueco entre esa avalancha de estudiantes dentro de un país que cifra la lista de alumnos de dicho instrumento en ¡30 millones!, Yuja se largó a Canadá. Sola.
Le cogió gusto a la independencia y se lanzó a hacer una prueba para entrar en la Escuela Curtis, en Filadelfia, justo donde estudió Lang Lang –“no sé por qué a la gente le ha entrado la manía de que nos casemos”, comenta con fatiga– y con sus mismos profesores. Gary Graffman la adoptó bajo su manto como alumna, igual que años antes lo había hecho con el actual fenómeno de masas que es su compatriota. A Yuja le encantaba vivir a su aire, como hoy, en Nueva York, donde dispone de un apartamento que es, según ella, “el sitio donde dejo las maletas”. Desde que salió de China le ha vencido siempre más el gusanillo por experimentar nuevas sensaciones que la nostalgia… “Los primeros años fuera estaba tan concentrada en la música que no necesitaba nada más, excepto algunos chicos y algo de ropa”.
Pero un día regresó. Por todo lo alto. Y con el ego bien provisto. “Aunque no sé cómo se dice esa palabra en chino”, aclara. “Fue como volver a otra vida, no a casa. Algo para analizar desde el punto de vista psicológico”. En cierto sentido, una venganza también. “No hice el viaje hasta los 22 años, y fue acompañada de Claudio Abbado. Me dije: no habíais oído hablar de mí… A partir de ahora no dejaréis de hacerlo”.
Poco a poco se fue amoldando a una manera de vivir. Ni mejor ni peor. Simplemente distinta. “Los pianistas somos más sensibles que el resto de los mortales, pero también más fuertes para afrontar lo que es anormal, y en nuestro caso todo es anormal: la vida, las casas, la familia… Debes ser como un roble para mantener ese equilibrio y al tiempo hipersensible para afrontar lo que hacemos”.
Una casa en Manhattan y 120 actuaciones al año por todo el mundo no le vuelven loca ni desesperada por formar un hogar. “Mi novio es el piano, siempre está esperándome allá donde voy. Mi centro es la maleta, mi casa habita en mí. Mientras estoy motivada me siento feliz, pero cuando salgo de lugares donde me encuentro a gusto me deprimo. Supongo que llevo una vida bohemia. Puedo sentirme en casa en cualquier parte y sé cuándo no me siento cómoda en un lugar y me agobio”.
A continuación, en exclusiva, Yuja Wang toca en este vídeo para los lectores de El País Semanal.
Adicta de la moda, Yuha Wang posa con diseños españoles. La sesión, aquí.
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