Coca-Cola y la obesidad
En la columna del pasado 28 de abril, En qué se parecen Facebook y Coca-Cola, se dicta una sentencia: las empresas son perversas, se aprovechan de la debilidad de los ciudadanos para ganar dinero y atentan contra nuestra salud y nuestra intimidad. Y se establece un paralelismo facilón que equipara el problema de la obesidad con el hábito de fumar.
Discrepo, por supuesto, pero como soy instancia de parte (y a mucha honra) citaré a la Organización Mundial de la Salud, que dice que el sedentarismo es ya el cuarto factor de riesgo de mortalidad en el mundo. O a la revista The Lancet (julio de 2012) que en un estudio sobre 105 países llegó a la conclusión de que el sedentarismo causa al año 5,3 millones de fallecimientos, más aún que el tabaco. O al Ministerio de Sanidad, que proclama que “no hay alimentos ni buenos ni malos, sino dietas equilibradas o no”.
Alimentarnos, hidratarnos es una necesidad, a diferencia de fumar, que no lo es. Alimentarse e hidratarse no es superfluo, a diferencia de fumar, que sí lo es. Las empresas tratamos de responder a las demandas de los consumidores y estos deciden cuál es el producto o dieta que mejor encaja en su estilo de vida.
La obesidad es un problema serio y multifactorial (nacido de la pérdida de equilibrio entre lo que ingerimos y lo que consumimos); por eso, estamos comprometidos en la promoción de hábitos saludables, como la actual campaña ¿Y si nos levantamos?, que llama a llevar una vida más activa; colaboramos con Sanidad y la industria agroalimentaria en planes y proyectos de formación de consumidores sobre buenos hábitos de vida. Lo hacemos convencidos de que los ciudadanos son más inteligentes, críticos y están mejor informados de lo que algunos parecen creer. Y, por supuesto, saben que también entre los productos de Coca-Cola hay muchos que no tienen ni una caloría.— Carlos Chaguaceda, director de Comunicación Corporativa, Coca-Cola.
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