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LA CUARTA PÁGINA
Tribuna
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Del ‘sonajero’ a la farsa macroeconómica

El Gobierno ofrece unas previsiones confusas para los próximos tres años, sobre todo en empleo. Niega de hecho la estabilidad financiera cuando proyecta para el trienio un crecimiento continuo de la deuda pública

Jesús Mota
EVA VÁZQUEZ

Hasta finales de abril, el equipo económico del Gobierno había manejado con soltura e impasibilidad busterkeatoniana un discurso económico consistente en entretener a la ciudadanía, a los inversores y a los vigías de Bruselas con bagatelas y logomaquias sobre las reformas estructurales. Es lo que se conoce como “política del sonajero”. Cada medida trivial (todas, excepto la reforma laboral) se presentaba como un gran cambio encaminado a “sentar las bases de la recuperación” (esa letanía todavía no ha desaparecido del catecismo); cada catálogo de buenas intenciones, leído deprisa y corriendo al final de un Consejo de Ministros, era un esfuerzo sobrehumano en la “dirección correcta para crear empleo”; cada enhorabuena protocolaria de los funcionarios de la CE aparecía como un aval a la certera política económica y cada mínima mejora de las estadísticas subrayaba las excelencias de las decisiones adoptadas o simplemente enunciadas. Abochorna decirlo, pero la reducción del déficit por cuenta corriente, un subproducto inevitable de la recesión, se presenta hoy como un signo apoteósico de mejora económica; y la medalla del descenso de la prima de riesgo, mérito exclusivo de la estrategia del Banco Central Europeo, se la ha colgado apresuradamente el presidente del Gobierno.

Pero a partir del 26 de abril la fase política del sonajero empieza a transmutarse en farsa macroeconómica. Como rasgos incipientes de esta fase pueden indicarse confusos planes de estabilidad a medio plazo, ayunos de cualquier racionalidad y la indiferencia con que se asumen desde el Gobierno las mayores contradicciones en su proyecto económico. No se cuidan ni las formas, signo que Azorín identificaría con un estado de ánimo desesperado. La política de supuestas reformas, simples recortes invertebrados en su mayoría, está agotada, por ineficaz, por costosa en términos sociales y porque la ciudadanía ha dejado de creer en ella. Ha interpretado correctamente que se trata de un engaño.

La previsión oficial juega con una productividad favorable para adelantar la recuperación laboral
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El signo de la nueva farsa brotó en el Consejo de Ministros del citado 26 de abril, fecha en la que se anunció la revisión de un nuevo cuadro macroeconómico encaminada a describir mejor la realidad deprimente de la economía y ganar credibilidad ante los inversores y Bruselas sobre los nuevos plazos del plan de estabilidad financiera. No era serio sostener que la economía española experimentará una moderada contracción (-0,5% del PIB) cuando el primer trimestre ya arroja sospechas de que el espasmo recesivo superará el 1,5%. El problema es que el nuevo cuadro macroeconómico se parece más a un disparate cómico que a un ejercicio razonado y creíble de previsiones o diagnóstico. Veamos por qué.

Sostiene el Gobierno en su plan que la economía se contraerá este año el 1,3% y crecerá el 0,5% en 2014. No es necesario discutir por el crecimiento en 2013. Décima arriba o abajo, está en torno a lo que calculan el Fondo Monetario Internacional (FMI) (-1,5%) u otras predicciones públicas y privadas. Pero llama la atención que de un ejercicio con recesión aguda se pase, sin motivos para un cambio de tendencia, a uno de crecimiento moderado. Es tan probable esa salida en V de la crisis como otra en la que la economía española sufra varios trimestres más de estancamiento. Pero el problema principal del cuadro es la pasmosa incoherencia entre esa tasa de crecimiento y la correspondiente del empleo en el próximo año. Esta es la secuencia que defiende el Gobierno: en 2014, con un crecimiento del 0,5%, el empleo total caerá el 0,4%; del mismo modo, para 2015, se propone un crecimiento del PIB del 0,9% y un aumento del empleo del 0,3% y para 2016 las predicciones respectivas son 1,3% y 0,7%.

Estos cálculos rozan la desfachatez. Cualquier modelo econométrico razonable, con premisas realistas de productividad aparente, calcularía caídas del empleo muy superiores al citado 0,4% el año próximo y, por supuesto, en los siguientes. ¿Dónde está el truco? Pues en que el equipo económico calza la productividad con el mismo método que Almodóvar escribe sus guiones y Dan Brown sus best sellers, es decir, a martillazos. Según el Ejecutivo, la productividad aparente de este año aumentará el 2,1%, el 1,4% en 2014 y solo el 0,6% en 2015 y 2016. Frente a esas premisas ventajistas, es más probable que la productividad crezca este año el 2,1%, que después se reduzca moderadamente hasta el entorno del 1,4% el año que viene, aproximadamente el 1,2% en 2015 e incluso el 1% en 2016. Con esas tasas de productividad más realistas, la trayectoria del empleo dejaría de tener la sonrosada apariencia que ofrecen desde La Moncloa; caería en torno a un punto el año próximo, otras tres o cuatro décimas en 2015 y prácticamente lo mismo en 2016. Dicho de otra forma, frente a la presunción de que la economía española creará empleo a partir de 2015, lo probable es que continúe perdiéndolo hasta 2016. Esta conclusión invalida la previsión oficial sobre la tasa de paro; no empezaría a bajar del 27% hasta 2016, y no en 2014 como sostiene la incoherente proyección oficial.

El déficit público real en 2012 se aproxima al 8% si se cuenta el recurso al Fondo de Pensiones

La cosa empeora cuando se analizan las entrañas del déficit público y la deuda. De una necesidad de financiación del 0,22% del PIB este año se pasaría a una capacidad de financiación del 3,9% del PIB en 2016. Para que luego digan que no existen los milagros. El mayor logro financiero de la economía española de los últimos 25 años fue alcanzar una capacidad de financiación del 1,7% del PIB después de tres devaluaciones y un realineamiento monetario; el Gobierno de Rajoy pretende conseguirlo, de hecho superarlo, en un año. Y no solo eso, sino que en los años siguientes seguirá creciendo abrumadoramente la capacidad de financiación. ¿Pretenden los ministros económicos decirnos que las empresas españolas seguirán sin invertir en España durante los próximos años, porque eso es básicamente lo que significa un aumento de la capacidad de financiación, que invertirán fuera y que, por tanto, no habrá crecimiento? En ese caso, ¿para que se busca la estabilidad financiera? Con el mismo desahogo, se plantea un marco de estabilidad que prevé un crecimiento sostenido de la deuda, cuando es precisamente la deuda lo que trata de reducir cualquier plan de estabilidad, como hubiera explicado perfectamente Groucho Marx. De hecho, lo único estable del plan es el paro, porque, por las razones apuntadas, la tasa no bajará del 27% hasta más allá de 2016.

La evolución económica que se propone es un ataque a la verosimilitud y, entre líneas, la prueba evidente de que el Gobierno ha caído en la histeria, que no es otra cosa que negar la verdad (la incompetencia para afrontar la crisis) y un encerrarse en el simulacro. Su gestión del ajuste presupuestario ha fracasado, y así lo demuestra la incapacidad para corregir el déficit. Bien analizadas las cuentas, no sería en 2012 del 6,98% del PIB, como con énfasis triunfal anunciaron el presidente y el ministro de Hacienda, sino de aproximadamente el 8%, porque del cálculo final del déficit se han hurtado al menos la imputación de 11.000 millones, correspondientes a los 7.000 millones que el Gobierno retiró del Fondo de Reserva de las Pensiones y otros 4.000 millones de retiraron de las Mutuas; 11.000 millones que deberían figurar en el debe de las Administraciones públicas. Si se argumenta que el Fondo de Reserva “para eso está”, la respuesta es que solo debe emplearse si se admite que el déficit es estructural; si es coyuntural, como sostiene, aquejado de psitacismo, casi todo el Gobierno, el Fondo no se debe tocar. Si además se incluyeran las ayudas a las instituciones financieras (3,65% del PIB), resulta un déficit aproximado de las AA PP en 2012 del 11,63% del PIB.

La solución política de un Gobierno noqueado por una crisis que no comprende, es culpar al Banco Central Europeo. Que resuelva el problema Draghi con inundaciones de liquidez, tipo de interés cero y financiación ilimitada a las empresas; este es el nuevo mensaje después de la declaración implícita de incompetencia. Pero en la memoria están la sumisión faldera a las exigencias de recorte del gasto promovidas desde Berlín, la seriedad con que desde los ministerios se defendía la austeridad o la banalidad esa de “no hay que gastar más de lo que se tiene” y la convicción con que se han mutilado gasto público y derechos en sanidad y educación. Parafraseando a Pío Baroja, bien podría decirse que el Gobierno aplicó una política económica con “demasiados dogmas y poca moral”; con el agravante fatal de que ha sido incapaz de ejecutarla.

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